Capítulo 41

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Abigail

—Pero, ¿Y si me ahogo?

—No te vas a ahogar. —asegura.

—No te creo, si no puedo respirar con la boca ¿Cómo respiro? —el nerviosismo me invade al imaginar la imagen.

—Para eso tienes la nariz. —rueda los ojos.

—Aun así, me da miedo. —niego repetitivamente.

—Solo tienes que tranquilizarte y dejarme lo demás a mí. —dice dando un paso adelante de mi y por instinto retrocedo.

—No puedo tranquilizarme cuando puedo tragarme todo eso. —digo señalando la inmensidad frente a mi.

—No te vas a tragar nada porque yo te voy a sostener y guiar. —toma mi mano y me hace dar un paso.

Trago saliva y asiento nerviosa.

—Ahora arrodíllate. —ordena y un poco nerviosa acato la orden.

—¿Y ahora?

—Cierra los ojos. —demanda y realizo la acción antes de sentir sus brazos sujetándome.

—Ya.

—Mueve la cabeza hacia atrás y relájate.

Hago todos los pasos y con un poco de curiosidad abro los ojos encontrando una gigante cosa frente a mi, asustándome al momento.

—No abras los ojos, si lo vez va a ser peor.

—Está bien, no abro más los ojos. —digo cerrando los mismos con fuerza.

—Pero relájate o no vas a disfrutar. —realizo la acción e intento relajarme lo más que puedo—. En serio, no sé como no habías hecho esto antes.

—No lo había hecho porque de las cinco veces que había venido al mar las dos primeras por poco me ahogo y creo que quedé con un trauma. —escucho su risa y siento sus manos debajo del agua sujetándome en las piernas y la espalda.

—Estira los brazos para que flotes mejor. —hago lo que me pide.

Mi cuerpo va olvidando completamente que se encuentra en el mar y se va dejando ir. Los tensos músculos se van relajando y las olas del mar calman mi nerviosismo. Tanta calma siento que en un momento hasta dormito y creo escuchar una pequeña risa que procede de Edward, pero la ignoro cuando siento algo bajo de mi.

Aunque más bien no siento, porque me falta algo. No siento las manos de Edward y eso inmediatamente activa las alarmas en mi cerebro. Haciéndome mover las manos y los pies en un intento de colocarme sobre mis pies.

Siento como mi cabeza se hunde junto con mi cuerpo, el agua entra y el salitre hace que mis pulmones ardan como si estuvieran quemándose.

Pero la tortura termina cuando un par de brazos que ya conozco me sacan y me estrechan contra un cuerpo.

—Gatita, ¿Estás bien? —la angustia en su voz es notable y por mucho que me gustara responderle no puedo, porque no puedo parar de toser.

Siento como mi cuerpo se mueve, pero no soy yo quien está caminando, Edward me lleva en sus brazos hasta una sombra en donde dejamos nuestras pertenencias.

Bajo la sombra del árbol hay dos sillas plegables, pero Edward excluye una, y se sienta dejándome sobre sus piernas.

—¿Estás mejor?

Asiento ya que aún me cuesta hablar.

—¿Quieres agua? —su ceño está fruncido en señal de preocupación.

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