Capítulo 40| Elle

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Cuando salgo del hotel en el que hace unas semanas estoy trabajando, es de noche. Fue un milagro que me dieran el empleo, puesto que jamás en mi vida he laborado, no tenía como llenar el enorme espacio de referencias y experiencia laboral. Sin embargo, el incluir mi carrera bilingüe al currículum fue un buen plus, pues el hotel suele hospedar a muchos extranjeros y mi trabajo es como recepcionista. Supongo que por algo se empieza.

Luego de un rato detengo un taxi y me subo a él para que me lleve al complejo de apartamento.

Lo conseguí gracias a Miriam, mi vecina, en realidad. Había renunciado porque había tenido otra oportunidad laboral y me ayudó a que me aceptaran sin ninguna experiencia laboral. Mis padres se ofrecieron a pagar todo aquí, pero no para siempre voy a depender de ellos. Ya no quiero. Tengo que construirme una vida. Una propia.

Cuando llego a la entrada del complejo, Pit, el portero, me saluda con amabilidad como todos los días y hace amago de abrir la boca y decirme algo, pero acaba llevándose la mano a la cabeza y apretando la boca. Definitivamente se le ha olvidado, así que sólo me río y comienzo a subir las gradas

Ha pasado una semana desde que vi a Adam. Una y media, tal vez. No sé nada de él desde entonces. No sé si estará en Nueva York o si se habrá regresado a Vancouver. Amanda fue quien le ha dado mi dirección luego de tantas súplicas por parte de Adam, he hablado con ella hace un par de días y me lo ha dicho. No pude molestarme, sé que sus intenciones no eran malas. Nunca lo son. Pero muy en el fondo me agrada que lo haya hecho suplicar primero.

Todos estos días y como todos los anteriores, mamá ha cumplido con sus llamadas diarias y en ninguna he podido decirle que Adam vino a buscarme. Supongo que no quiero que me llene la cabeza de ideas e ilusiones, porque ahora, sinceramente, ya no sé qué es lo que siento. Ni lo que quiero.

Ver a Adam ha hecho un torbellino en mi interior. Creí que al verlo sentiría alivio, alegría o simplemente aflicció, pero es más que eso; es rabia, rencor y mucho enojo, porque cada vez que intento rememorar los buenos momentos, los recuerdos del hospital aparecen y todo lo opaca. No es fácil ahora.

Cuando termino de subir las gradas hasta mi apartamento me detengo en seco al ver a Adam sentado en el pasillo frente a mi puerta. Tiene la cabeza pegada a la madera y en cuanto me ve, se pone de pie rápidamente y me mira aliviado.

¿Cuánto lleva ahí?

-¿Qué haces aquí?

Adam mira su reloj de muñeca, pero no responde exactamente a mi pregunta.

-Estaba a punto de irme. Como no volvías...

Asiento en silencio, todavía sin moverme. De hecho, estoy apretando la correa de mi bolso, porque no sé qué otra hacer. Está justo donde yo debería estar ahora.

-Yo... ¿Cómo estás? ¿Dónde estabas? -se da cuenta de lo que está preguntando y sacude la cabeza con arrepentimiento, luego se retracta-. Lo siento, eso no me incumbe, no debería preguntar.

-No, está bien -le digo, porque en realidad lo está-. Estoy bien, acabo de salir del trabajo.

-¿Trabajo?

Suena ligeramente sorprendido. No, ligeramente no, en realidad está muy sorprendido y su reacción me hace sentir un poco alegre y al mismo tiempo sentirme como una niña caprichosa. Todo en partes iguales, porque no debería sorprenderte que una persona trabaje.

A menos que esa persona nunca lo haya hecho en su vida por sus comodidades.

-En un hotel en un par de cuadras. Me va bien.

Bajo el cielo de VancouverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora