En cuanto llego al departamento de Isaac subo corriendo las escaleras hasta tocar su puerta y gritar su nombre. No tengo la menor idea de qué hora es, pero sé que es de madrugada y que incluso podría estar saliendo el sol ahora mismo. Me siento inquieto, inrritado y sumamente desesperado, no sé si con Elle o porque ya es algo que requiere un situación tan malditamente jodida como esta.
—¡Isaac! —aporreo la puerta con el puño— ¡Isaac soy yo, abre! Maldita sea.
Lo llamo un par de veces mientras golpeo la puerta, pero su celular timbra y timbra por dentro, mas nunca me toma la llamada. Comienzo a preocuparme, pero Isaac no tiene el sueño pesado.
Comienzo a patear la puerta con el pie. Una y otra y otra vez hasta que el cerrojo se echa a perder y la puerta golpea la pared al abrirse.
Lo que miro me deja helado.
—¡Isaac!
Isaac está tirado en el suelo. Hay sangre por todos lados, pero no parece tener alguna herida que me preocupe lo suficiente. Me encargo de revisarle el cuerpo de pies a cabeza.
—¿Pero qué carajos ha pasado?
—Arnold —le cuesta hablar.
—Mierda —corro al baño por una toalla y alcohol y regreso—. ¿Hace mucho se han ido? ¿Por qué no me llamaste?
Empapo el pedazo de tela para limpiar la sangre que tiene en el rostro, pero niega.
—Elle... tienes que... ¡Maldición! —arruga el rostro— Tienes que ir por Elle.
—¿Por qué? ¿De qué hablas? —me preocupo— ¿Qué te han dicho?
—Sólo me han amenazado. Saben sobre Elle, saben que... está contigo. Mierda, tienes que irte. ¿Dónde está Elle?
—En el apartamento. Hemos llegado hace poco a Vancouver, el viaje duraría tres días. No creo que sepan que estamos aquí, al menos por ahora.
Se queda pensativo, pero sólo es un segundo, al siguiente se queja.
—Ha sido Stella —le digo—. Stella tiene que ver en esto, estoy seguro, mierda.
—¿Cómo... ¡Ah! —se toca un costado— Creo que tengo una costilla rota, maldición.
—Tenemos que ir al hospital.
Intento levantarme pero me toma del brazo.
—¿Cómo sabes que Stella tiene que ver en esto?
—Elle me lo ha dicho. La ha buscado en el apartamento y me lo ha dicho hasta ahora.
Se queja de dolor cuando lo acomodo.
—Me han dicho que te han seguido hasta Nueva York —dice— ¿Qué carajos pasaba por tu cabeza, Adam? Te olvidas del verdadero problema.
—¿Del verdadero problema? Tú me metiste en esto, imbécil —le grito sin pensar.—No te pedí ayuda, eres un terco de mierda —arruga el rostro—. ¿Qué hacías en Nueva York? ¿Por qué no me dijiste nada?
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...