Desde que salí del apartamento de Elle con parchones de pintura hace dos o tres días, mientras subía en el elevador, estaba pensando en el momento exacto en el que todo surgió.
Quisiera realmente saber cuando fue, porque todavía sigo teniendo la misma duda en la cabeza.
Apenas me da tiempo de ponerme un pantalón porque tocan a la puerta. Le he dicho a Isaac que hoy estoy libre, así que trabajaré con él hasta que cierre o hasta que Aldo me confirme las peleas de esta noche.
-¿Qué haces aquí?
Stella está del otro lado. Sonriente, como si nada.
-Básicamente me has buscado miles de veces para tener sexo -me dice-. Y ahora es mi turno.
Ni siquiera me da tiempo para reaccionar. Se acerca a mí y me besa.
Son sólo unos segundos, tres exactamente, incluso los he contado y la aparto e inmediatamente me siento como un patán a pesar de no haber sido yo. Elle pasa por mi cabeza y comienzo a sentir algo extraño. Culpabilidad tal vez.
La sujeto de los hombros y la aparto.
-Vete.
-¿De verdad vas a cambiarme por esa mojigata?
-He dicho que...
-En serio no te reconozco -me interrumpe-. Ahora te gustan las simplonas. ¡Por Dios, abre los ojos Adam! No es ni la mitad de...
-¡Cállate! -le grito- Y no vuelvas a hablar así de Elle. Ahora largo.
Abro la puerta, para que se marche, pero continúa de pie, de espaldas a mí.
-Vas a volver a mí, Adam. Lo sabes -me acaricia el rostro cuando se acerca, pero yo mismo lo aparto-. Vas a arrepentirte de esto.
Una vez se va, doy un portazo. No puedo evitar cerrar los ojos y gruñir. No la he besado, siquiera he correspondido, así que no lo he arruinado. Todo está bien.
Todo está bien.
Hay un estruendo que se escucha en toda la oficina cuando se me caen unas herramientas de trabajo.
Bufo.
No me he concentrado en todo el maldito día y si he cruzado palabras con Isaac han sido mínimo unas cinco. Nos hemos dedicado a terminar de restaurar y recuperar lo poco que no fue hecho añicos la otra vez. Isaac ha necesitado pintadas en la ceja y lleva un moretón cerca del ojo.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...