Creo que nunca había sentido tanta desesperación y temor en mi vida.
Palmeo las puertas de elevador para que avance más rápido y se abran de una vez y en cuanto sucede salgo corriendo hacia la calle. Adam sigue ahí, tirado como si no valiera nada.
El señor de recepción me mira preocupado al verme salir corriendo del ascensor, pero no se mueve. No ha visto lo que ha pasado, hay coches parqueados frente a la entrada.
—¡Adam! —le grito, caigo de rodillas a su lado. Mi ropa se ha empapado y no me importa— Adam, ¡Dios mío!
—Shhh, no te asustes. Estoy bien —contrae la cara de dolor.
—Ven, levántate. Ayúdame a subirte.
Paso uno de sus brazos por mis hombros y quiero creer que es tanta mi adrenalina que consigo aguantar su peso lo suficiente para ayudarle a caminar hacia adentro del edificio.
Cuando el guarda nos ve no tarda en acercarse y ayudarme a sentar a Adam en el sofá. Se retuerce cuando lo hace.
—¿Quiere que llamemos a la policía? —le pregunta el guarda. Abro los ojos cuando Adam niega con la cabeza.
—No.
—¿A una ambulancia? —intenta de nuevo, pero Adam vuelve a negar.
—Estoy bien.
—Pero, Adam...
—Estoy bien —me dice, apretando mi mano.
Pese a todo lo que está pasando, no puedo evitar sentir un hormigueo por todo mi cuerpo cuando lo hace. Es involuntario.
—Sólo quiero ir a mi departamento.
Me está mirando a los ojos. Está suplicándome que le haga caso, pero es está pidiéndome mucho. Necesita que lo revisen.
—Por favor —insiste cuando se da cuenta de que estoy dudando.Asiento con la cabeza, aunque estoy en total desacuerdo. —De acuerdo.
—¿Necesita ayuda? —me pregunta el guarda.
Tengo tantas preguntas en mi cabeza que, simplemente no sé cuál hacer primero y estoy temblando tanto que no se si de frío o de nervios.
El guarda le ayuda a caminar cuando las puertas del elevador se abren. Adam me pide que saque las llaves y lo hago y abro la puerta.
Cuando entramos, el guarda le ayuda a sentarse en el sofá y se queda unos segundos más antes de irse. No parecía muy convencido y me parece que tarde o temprano van a involucrar a la policía por lo que acaba de ocurrir.
Me acerco a Adam cautelosa y aguanto la respiración al ver su ropa con salpicaduras de sangre y sus nudillos cubiertos por completo de ella. No deja de quejarse mientras se toma las costillas.
—No es mía —me tranquiliza—. Le he roto la nariz a uno de esos hijos de puta, ¡Mierda! —gruñe, llevándose la mano al estómago.
Me susto e intento acercarme, pero no sé exactamente qué hacer o cómo ayudarlo. Se ve tan mal.
—Adam, deberíamos ir al hospital.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...