Cuando llego a la cocina y justo estoy en el marco, intento girarme y regresar a mi habitación, pero es imposible. Las chicas están preparando el desayuno y ni siquiera las he escuchado. Al parecer he estado tan metida en mis pensamientos con Adam que he sido inconsciente al exterior.
—No intentes huir —me apunta con la espátula—. Tienes muchas cosas qué explicarnos.
—En realidad a ti —admite Tamara, untando mantequilla a las tostadas—. Yo ya sé parte de la historia.
—¡Genial! Gracias por no decirme que no confías en mí.
—Sabes que si confío, es sólo que... —suspiro—, no quería hablar sobre Adam, no pasaba nada. Quiero decir, no pasa nada, sólo... es complicado.
—Pues habla, quiero saberlo todo —se sienta en una de las sillas junto al desayunador y hago lo mismo.
Me ahorro parte de la historia, como la paliza frente al edificio y las veces que nos hemos besado. No sé qué haría Amanda con tanta información como esa, y prefiero no averiguarlo. Mientras se lo cuento me doy cuenta de que esta es la historia más extraña sobre dos personas conociéndose.
—Pero no es para tanto —es lo que digo al terminar.
—¿No es para tanto? ¡Sales con un peleador clandestino! Y no cualquiera. —pincha el huevo con el tenedor—. Subestimé tus gustos, ahora sales con alguien mucho más bueno que nuestros novios.
—¡Oye! —Tamara le lanza un trozo de pan— Troy es muy guapo y Jack tampoco anda mal.
—¡Ay, por favor! Saben a lo que me refiero. ¡Es Adam! ¡Monstruo! Un famoso peleador y el mejor del club, para rematar. Eso dice mucho —suena tan entusiasmada que me comienzo a cuestionar si debí contarle o no—. Y ahora están saliendo. Realmente no entiendo cómo me perdí de tanto.
—No estamos saliendo, Amanda.
—Tendrán una cita —canturrea.
—Si, pero... no es como piensas.
—El tipo está loco por ti. Lo vi perseguirte hasta la salida. Lo vimos —se corrige, mirando a Tamara—. Evidentemente será una cita romántica, de esas que tienen las personas cuando comienzan a salir, se terminan enamorando y follando mucho.
No puedo evitar que un bochorno me recorra el cuerpo cuando escucho la palabra follar. Sólo lo he hecho una vez en mi vida y fue un auténtico desastre. Si siquiera estoy segura de si soy o no soy virgen porque el momento no se llegó a concluir. Pero imaginar a Adam, desnudo, encima de mí y tocándome, me pone sumamente nerviosa. Creo que estoy comenzando a ruborizarme ahora mismo.
—No está enamorado. No estamos enamorados, Adam no... —resoplo—. No es una cita romántica, ¿De acuerdo?
—¡Okey!
Miro nuevamente la hora. Están por ser las seis.
Hay un pequeño detalle que no me había pasado por la cabeza hasta que miro mi reflejo en el espejo completamente lista.
—No hemos acordado una hora —resoplo mientras me siento en la cama.
Parece una broma.
Me parece que tampoco hemos intercambiado números.
—No te preocupes, de seguro y viene por ti. Tiene qué —reconoce Tamara mientras guarda algunos mechones detrás de mi oreja.
—A los chicos como él les gustan las citas a altas horas de la noche. Ya sabes, noche intensa y esas cosas —comenta Amanda.
—¿Y cómo supuestamente es Adam? —quiero saberlo de su boca, porque parece conocerlo mejor que yo.
—Todo un tipo rudo, chico malo y eso, sólo hay que verlo —saca de uno de sus bolsillos un sobre plateado—. Toma, los necesitarás —me lo lanza y se vuelve a acostar. Es una tira de preservativos. S lo lanzo de regreso—. Si quedas embarazada luego no quiero escuchar tus quejas.
—No tendremos sexo, Amanda.
—¡Cómo digas!
Luego de veinte minutos, las chicas se despiden de mí. Tamara saldrá con Troy y Amanda se quedará con Jack porque mañana debe viajar a Seattle.
Acomodo mi cabello un par de veces, nerviosa y ansiosa. Los minutos pasan, hasta convertirse en una hora y comienzo a creer que mi atuendo es un poco demasiado exagerado. Quiero decir, me pone inquieta la idea de haberme esmerado mucho en alistarme para una cita y que se note tanto.
Sólo eso.
Miro el reloj. Ocho y once de la noche.
Salgo el balcón y miro los autos transitando, esperando ver a Adam entrar al edificio en algún momento. El tiempo sigue su curso y me siento en la banqueta con mis codos apoyados en la mesa y mis manos acunando mi rostro mientras espero. Sin darme cuenta caigo dormida.
Cuando despierto, Vancouver está en completo silencio y el departamento, oscuro. Estoy sola y me he dormido en el balcón esperando a Adam.
Me pongo de pie y miro el reloj de la sala. Dos de la mañana.
¿Dos de la mañana?
Me miro al espejo y tengo el maquillaje corrido y el cabello un poco revuelto. Me limpio un poco del maquillaje y quito el labial rojo de mis labios. Mi cuerpo se siente caliente y aprieto los dientes porque me siento sumamente tonta ahora. Quiero una explicación.
Sin embargo, mi sensación se disipa al recordar la escena de la madrugada pasada. ¿Y si lo han tomado a la fuerza otra vez? ¿Si le han dado una paliza y por eso no ha venido?
Me comienzo a preocupar y a sentirme culpable por no haber pensado en esa posibilidad primero.
Mis nudillos dan un suave toque a la madera cuando llego a la puerta de su apartamento. Comienzo a ponerme realmente nerviosa y asustada al notar que está tardando en abrir.
—¿Adam? —llamo. Creyendo que escuchándome se apresure, pero nadie abre.
Estoy a nada de girarme e ir a mi apartamento cuando la puerta se abre. Lo que miro me decepciona tanto que mis hombros se desvanecen.
—Adivino —es lo que dice al verme—. Te ha dejado plantada.
La burla en la voz de Stella me hace sentir realmente humillada. Adam está a unos cuantos pasos detrás de ella. Los miro sucesivamente, antes de dar pasos hacia atrás.
—Elle, no es...
Doy un paso atrás y otro y otro hasta que comienzo a alejarme de la puerta.
Sacudo la cabeza lentamente. —No quiero escucharte, eres un idiota.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...