La última vez que vi a Adam, no fui consciente de que realmente esa sería la última vez. Supongo que es la mala costumbre del ser humano. El creer que por tener a una persona va a estar ahí para siempre, como si fuéramos inmunes, hasta que lo vives.
Es como si el mundo realmente se te viniera encima.
Mentiría si dijera que el desamor no duele. Duele y mucho, probablemente no sea el peor sentimiento del mundo, pero es capaz de hundirte por un largo tiempo y eso dice mucho. Dentro de dos semanas se cumplirá un año y cinco meses desde que salió por la puerta de mi habitación en el hospital decidido a dejarme y sin siquiera mirar atrás o detenerse, a pesar de que casi me desgarré la garganta llamándolo para que no me dejara y no se fuera.
Pero lo hizo. Se fue. Y así son las cosas ahora.
Desde ese día no he vuelto a saber absolutamente nada de Adam, ni siquiera por parte de Isaac. Y honestamente, quizás haya sido lo mejor, porque es doloroso que sepas de la vida de una persona de la que ya no eres parte. Es echarle sal a la herida, y vaya heridas tenía en aquel entonces. No merecía más
Casi una semana después de que Adam se fuera de mi vida me dieron de alta y aunque regresé al departamento donde vivía con Adam, llegar y no encontrar sus cosas por ninguna parte, únicamente me hicieron darme cuenta de lo real que estaba siendo ese momento. Ya no lo tenía y no volvería jamás, ni siquiera para dejarme suplicar una última vez que no se fuera. Quedé devastada.
Lo sigo estando.
Mis padres vinieron por mí al edificio y viví con ellos los primeros meses de recuperación que les prometí que tendría tanto física como mentalmente en lo que iniciaba el curso de nuevo. Fui a psicólogos y busqué ayuda profesional. Porque aunque Adam me dejó en pedazos, estaba dispuesta a salir adelante. A sanar. Merecía sanar y necesitaba sanar. Lo necesitaba mucho.
Aunque mis padres intentaban subirme el ánimo haciendo cualquier cosa que estuviera en sus manos, e incluso las chicas me visitaban sin falta tres días a la semana, ya no era ni la sombra de la Elle que conocían. La Elle que pintaba, la Elle que tocaba el piano de madrugada o leía en la terraza.
A veces ni siquiera salía días completos de mi habitación y dejé de alimentarme bien por un tiempo muy corto, pues mamá pasaba al pendiente de mí todo el día.
Gracias a ellos he vuelto a ser yo.
-Me habría gustado conocerlo, no parecía una mala persona -me dijo mamá en una ocasión mientras estaba dándome de comer, y aunque sonreí un poco, estaba segura de que pareció más una mueca de dolor.
-Y no lo es, mamá. No es una mala persona.
-¿Qué fue lo que pasó ese día en el hospital, cariño?
No había sido capaz de contarle a mis padres sobre el bebé ni mencionar nada respecto sobre mi discusión con Adam. Nada. Sólo me había limitado a decir que no estábamos juntos y eso era todo. Que habíamos roto porque discutimos fuerte ese día. Una explicación poco creíble, pero que mis padres al menos creyeron.
-Sólo discutimos, mamá. Creyó que lo mejor era seguir por separado.
-Cariño -me tomó la mano-, cuando tú y él discutan deben recordar o al menos tú, que son ustedes dos contra el problema, no tú contra él o él contra ti.
ESTÁS LEYENDO
Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...