Apenas he abierto los ojos esta mañana, me he dado una ducha a cuestas. Me duele todo el maldito cuerpo.
Me toca tomar un taxi hasta el local y todo el camino mi molestia aumenta cada vez un poco más de sólo recordarlo todo.
En cuanto abro la puerta del taller Isaac se me acerca con intenciones de saludar, pero lo ignoro y le lanzo un puñetazo.
Cae al suelo y me mira rabioso. Por suerte no hay nadie todavía.
—Pero, ¿Y a ti qué demonios te pasa? —me grita.
Me río, pero en realidad no me causa nada de gracia.
—¿Qué demonios me pasa, Isaac? Me pasa esto.
Me levanto la camisa para que mire todos esos moretones. Sé que de paso ha visto mis golpes en la cara y mis nudillos.
—¿Yo qué tengo que ver con eso, imbécil?
—Tienes mucho que ver. Más de lo que piensas —lo tomo de la camiseta y lo llevo a rastras hasta la oficina. Lo siento en una de las sillas—. ¿Me quieres explicar por qué mierda te has involucrado con esa gente, maldito idiota?
Isaac no es un buen mentiroso. Siempre lo he sabido, pero ahora está realmente esforzándose porque primero abre la boca con sorpresa y luego la cierra y se pone serio.
—No sé de qué hablas.
—No trates de verme la cara porque hoy quiero reventarle el tabique a alguien y al tuyo le tengo unas ganas que ni te imaginas —le advierto—. ¿Por qué te involucraste con ese tal Arnold, Isaac?
En cuanto escucha el nombre bufa y se remueve en la silla.
—Necesito dinero, Adam. Gano bien con el estudio, pero no lo suficiente para mantenerlo, ni a él ni a mí. Traté de conseguir trabajo ¿Y adivina qué? No salió bien. Necesito pagar deudas que tengo desde hace tiempo, Adam. Me he tenido que ir por el camino de mierda.
—No me vengas con estupideces. Pudiste decirme y no meterte en ese mundo, ¿Sabes cómo terminan los idiotas que se meten en él? ¡Muertos, Isaac!
—Lo sé, Adam. No tienes que repetirmelo como si fuese un idiota —me dice, molesto.
¿Molesto? ¿De verdad?
—Es lo que eres. Me han subido al auto ayer cuando salí de tu departamento y me han dado una paliza, hijo de puta. Quieren que pagues la maldita deuda o sino me obligarán a trabajar para ellos
Casi se suspende en el aire cuando me escucha.
—Mierda... —se lleva las manos a la cabeza.
—Si no pagamos esa deuda tendré que aceptar y si no lo hago van a matarte.
—¿Pagamos? —pregunta confundido— Este es mi problema, Adam. Hablaré con él, pediré tiempo. Voy a sacarte de esto.
—¿Que no estás escuchándome? Ya estoy dentro y aunque pudieras hacerlo no pienso dejarte solo aún con todo este embarrijo de mierda que has hecho.
—Mierda, Adam. Lo siento —se pasa las manos con el rostro una y otra vez—. Lo siento, lo siento. Carajo.
Está tan desesperado que quiero pedirle que se tranquilice o consolarlo, pero estoy molesto ahora.
—Estoy cabreado hasta la mierda y tengo ganas de dejarte igual de molido a como estoy yo, pero voy a ayudarte. Eres mi hermano, Isaac. Pudimos ahorrarnos esto.
—No quería involucrarte —me dice.
—¡Sorpresa! He terminado metido en esto. ¿Por qué no me pediste ayuda? No te habría dado la espalda.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...