El aroma del jabón de ducha y su perfume están clavados en mi nariz todavía. Tanto, que mientras Stella se mueve sobre mi regazo no consigo concentrarme nada y ya ni siquiera recuerdo el cómo acabé aquí, con ella. El olor sigue ahí, huele a jazmín y la sensación de su piel contra mis dedos también lo hace.
Todavía sigue ahí.Su boca y la mía se entienden a la perfección. Sigue vestida, a horcajadas sobre mi regazo, pero no dura mucho. Ella misma se quita la blusa y se levanta sólo unos segundos para quitarse los pantalones. Luego, regresa a mí. Mis manos, algo torpes, van y vienen por su espalda hasta que desabrocho su sostén y nuevamente ella misma se lo quita. Lo deja caer al suelo.
Mis manos van a ellos, a sus pechos. Los amaso todavía besándola. Me aparto unos segundos. Beso su cuello, hombros, hasta bajar a sus tetas y pellizcarlas antes de llevarme una a los labios. Gime. Y mi miembro comienza a palpitar todavía dentro de mis pantalones.
Pero mi desconcentración sigue ahí, aún.
Gruño.
Quito a Stella de mi regazo de un empujón. Me mira confundida. Pero entonces me pongo de pie y enredo mis dedos en su cabello con rudeza, casi hasta el punto de doler. Gruñe por el agarre, pero no se queja. Vuelvo a empujarla para que caiga sobre la cama. Sus tetas se mueven y antes de subir, comienza a bajarse la braga. Todo ella sola. Mirándome.
—¿Por qué demonios sigues vestido? Ven acá —tira de mi camiseta para sentarse sobre la cama. Luego comienza a retirarla.
Se lo permito.
Se pone sobre sus rodillas para besarme, pero luego, cuando sus manos bajan a los botones de mis pantalones, me tenso. Estoy jodidamente incómodo.
Y no entiendo porqué.
—¿Qué te pasa? —no contesto— ¿Adam?
Comienzo a negar con la cabeza y bufo antes de alejarme de Stella. Está confundida, pero realmente no me interesa aclararle nada, sólo quiero que se vaya. Quiero que me deje solo.
—No puedo —le digo. Tomo su ropa y se la alcanzo—. Será mejor que te vayas, Stella.
—¿Estás de broma?
Cojo mi camiseta y me la pongo. Sigue inmóvil, viéndome. De seguro esperando que le diga algo.
—¿De verdad, de verdad estás echándome? ¿Así? —sale de la cama—. Dime qué tienes.
Me coge el rostro, preocupada. Y eso sólo me molesta. Le tomo las muñecas y la alejo de mí, sutilmente.
—Tienes que irte.
—Adam...
—Stella, es mejor que te vayas —demando. Lento y frío—. Y ya no vuelvas a buscarme. Será mejor así.
Está rabiosa. Se muerde la mejilla interna antes de comenzar a vestirse rápidamente.
—Eres un idiota, Adam. ¡Vete a la jodida mierda!
Luego azota la puerta al salir.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomansaElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...