Capitulo 29| Elle

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Exactamente una semana es el tiempo que ha transcurrido.

La  policía continúa sin saber alguna cosa, sin avanzar, y parecen no hacerlo nunca después de que Adam e Isaac rechazaran por completo la idea de trabajar para Arnold. Es caso ha quedado ahí, al parecer. Sin información, no hay expediente.

Aunque finjo normalidad ante Adam, realmente estoy que me vuela la cabeza de tanto pensar una y otra vez en lo mismo. Han pasado siete días y no he sido capaz de decirlo, ya no sé si porque no quiero o no puedo.

Realmente ya no sé ni lo que hago.

Ahora estoy al teléfono con Tamara que se ha quedado a dormir en el apartamento de Jack y Amanda. Comienza a digerirlo al fin, pero dice que no piensa decírselo hasta que regrese de Seattle. Suficiente peso tiene con su madre enferma que se encuentra en estado crítico.

—Hablas de Juilliard —le recuerdo.

—Te aceptarían sin siquiera escucharte.

—Sabes que no.

—Vamos, piénsalo —me dice Tamara mientras mastica alguna cosa crujiente—. Las audiciones están abiertas, ¿No te gustaría?

—No es una decisión que se toma de la noche a la mañana, tengo que pensarlo bien.

—¿Qué tienes que pensar? Hace mucho tiempo en tu lugar habría audicionado.

—No es fácil, sabes que ni siquiera acepto las invitaciones —dejo el trapo en una esquina y me quedo de pie junto al lavabo. Suspiro—. ¿Cómo se te ha ocurrido eso además?

—Nada, estaba con Amanda viendo algo en internet y apareció. Por favor, piénsalo. Imaginalo, solamente.

Sacudo la cabeza. No es la primera que hablo de este tema con alguna persona. Mamá en algún momento de mi vida intentó convencerme de lo mismo, pero tenía dieciséis años, así que no me tomé muy en serio. No como ahora que tengo veinte, casi veintiún años.

—No, créeme que ya lo he hecho y con sólo imaginarlo me pongo nerviosa.

—De acuerdo, entonces no lo hagas —se retracta y me río. Luego de unos segundos escucho un largo suspiro—. Tengo que colgar, Amanda está vomitando otra vez.

—De acuerdo. Dile que puede venir al apartamento cuando quiera. No tiene que estar ahí sola.

—Cómo digas. ¡Amanda, sujetate el cabello!

Después de eso, la llamada se termina.

Aunque quiera replantearmelo sé que no sería capaz de audicionar. Si cierro los ojos y lo imagino, el cuerpo se me calienta y las manos me sudan de los nervios. Las axilas también me sudan.

No, jamás podría.

Pego un respingo al sentir unas manos en mi cintura y una nariz oliendo mi cuello. Adam se ha quedado a dormir conmigo estos últimos días, en realidad, toda la semana. Ya casi tiene todas sus cosas por aquí.

Me giro para tenerlo de frente y pongo mis manos detrás de su cuello. Me da un beso corto en los labios.

—¿Con quién hablabas?

Bajo el cielo de VancouverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora