Extra | Adam

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—¡Pero el maldito semáforo está en verde, arranca! —le grito al tipo de enfrente. Sé que no me escucha. Con todo este tráfico es imposible.

He salido del trabajo como un loco cuando la madre de Elle me ha llamado. No tenía porqué ir a trabajar hoy, lo sabía, pero insistió tanto. Las manos me sudan y sólo quiero bajarme del auto y correr por las calles para llegar rápido.

—Mierda, mierda, ¿Pero qué haces?

Busco mi teléfono con las manos temblorosas y lo tomo. Marco el número Amanda a como puedo.

—Adam, ¿Dónde demonios estás?

—No voy a llegar, Amanda —es lo que digo—. Este tráfico es una mierda. ¿Cómo está ella? ¿Está bien?

—Sí, lo está. Más o menos. Le duele mucho —me dice—. Adam, vas a perderte esto.

—Lo sé. Mierda, lo sé. ¿Entrarás con ella?

—No, creo que lo hará Elena. La están llevando en este momento.

Golpeo el volante antes de salir de la fila y tomar otra calle. Los autos me pitan.

—Voy a llegar sí o sí —sentencio.

—Te avisaré si pasa algo, no te preocupes. No conduzcas como un loco. Lo que menos necesitamos ahora es un funeral —bromea y sonrío, a pesar de toda la presión.

—Bien, dile a Elle que la amo. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

En medio de tanto ajetreo, nervios, impaciencia y sudor se me ocurre marcarle a Isaac. Hace meses no hablamos, así que supongo que no tiene idea de que lo está pasando.

—¿Adam?

—¡Isaac! —le digo aliviado.

—Mierda, hermano, hace tanto que no hablamos. ¿Qué pasa?

—Quisiera ponerme al tanto de todo, pero sólo he llamado para decir que es hoy, Isaac. Mierda, ¡Es hoy!

Hay un pequeño silencio.

—¿Hoy? ¿Cómo que hoy? ¿No era hasta finales de octubre?

—Sí, hoy. Se ha adelantado. Voy de camino, Elle está en sala de parto en este momento.

—¡Carajo! ¡Adam! —exclama— Mierda, felicidades, hermano.

—Gracias —le digo—. Sería genial que vinieras a Nueva York a vernos.

—Lo haré. Deja termino unas cosas y busco vuelos esta semana. ¡Carajo! Qué alegría, Adam —se carcajea—. Tienes una buena vida, viejo. Estoy muy feliz por ti. Dile a Elle que me alegro por ustedes y que iré en cuanto pueda.

Asiento con una sonrisa en la cara.

—Se lo diré.

A los pocos metros de mira el hospital a donde se han traído a mi esposa y bajo pitado del auto cuando aparco. Al entrar, pregunto por Elle e inmediatamente me indican donde está la familia y subo corriendo hasta allá.

La primera en recibirme es Amanda. Elena no está en el pasillo, sólo Ernesto. Ha entrado con ella. Camino de un lado a otro inquieto e impaciente, porque no sabemos lo que está pasando.

—Oye —me llama Tamara—. Todo va a estar bien. Será rápido, nos dijeron que la cabeza estaba casi afuera.

—Los nervios son normales. Agradecerás no haber entrado. Yo lo hice con Amanda —me dice Jack—. Fue espantoso.

Bajo el cielo de VancouverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora