En multimedia: Natalie Taylor - Surrender
Mi párpado tiembla tanto que quiero cerrar mis ojos o mejor, cerrar la puerta, porque aunque por mucho tiempo quise esto, que apareciera, que me buscara a pesar de que no sé porqué lo ha hecho, no es lo mismo, no lo es. Ya no.
Sus ojos oscuros están penetrándome y lo miro pasar saliva mientras en mira en lo que yo intento respirar correctamente. Ha pasado tanto tiempo, pero al mismo tiempo es como si se hubiera despedido ayer de mí y no hace diecisiete meses.
Se ve muy diferente al Adam que me dejó hace meses en el hospital. Su cabello lo trae largo, no como antes, peinado y corto, aunque a veces también lo llevaba descuidado y hecho un desastre. Tiene más tatuajes en los brazos y está delgado. Sus pómulos se marcan mucho y trae una barba de varios días. Nunca lo había visto con ella. Es mi turno de pasar saliva y entreabro mis labios para tomar algo de aire porque de pronto está comenzando a fallarme.
Quiero, como primer impulso, lanzarme encima y abrazarlo y soltarme a llorar. Ni siquiera quiero reclamarle, sólo quiero abrazarlo y que me abrace. Pero no puedo hacer eso. No cuando aparece tal y como se fue de mi vida.
-Tú... -niego con la cabeza. Siento como una lágrima sale de uno de mis ojos- , estás aquí... -ahogo una risa-. ¿Cómo estás aquí?
-Danielle -su voz es como un suspiro de alivio. Extrañaba escucharlo tanto.
No dice nada por al menos diez segundos. Yo no me muevo, y él tampoco. Creo que ni siquiera estamos respirando.
-¿Me dejas pasar? -habla bajito, como si temiera mucho preguntarmelo, y es totalmente comprensible porque no debería pedírnelo. No debería pedirme algo en lo absoluto.
Miro hacia cualquier parte menos a él. Es totalmente injusto que tenga poder sobre todavía, que aun consiga afectarme tanto incluso cuando no quiero que me afecte.
-Es mejor que te vayas, Adam.
Al parecer mi cuerpo recobra el movimiento porque consigo mover la puerta unos cuantos centímetros para cerrarla.
-Por favor, Elle -da un paso hacia mí y me tenso.
-Adam, no hagas esto -le digo-. Vete.
-Hay tantas cosas que tengo que decirte -me ignora-, y sé que tienes todo el derecho de echarme, pero te pido, por favor, que me escuches.
-No hagas esto -la voz se me quiebra-. Por favor. Sólo vete.
-Sólo déjame... -cierra los ojos y respira-, será un minuto, lo prometo. Sólo uno -da otro paso hacia mí.
Tenía tanto tiempo sin tenerlo así de cerca que es imposible que no me sienta tan asustada.
Con la mano apretando la madera de la puerta me debato por al menos diez segundos si dejarle pasar o no. Hasta que consigo moverme a un lado para que entre. Cierro los ojos cuando pasa a mi lado. La manga de su camiseta me ha rozado el hombro y su perfume es una auténtica delicia y mis fosas nasales se lo agradecen.
Suelto el aire contenido, antes de que mi cabeza comience a bombardearme.
Desapareció de mi vida.
Cierro la puerta.
He estado por un año abandonada.
Respiro.
Nunca vino a buscarme.
Me giro.
Sus ojos están viéndome fijamente.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...