Hoy no he ido a la universidad.
Es probable que mis padres se preocupen de darse cuenta. Y no ha tenido nada que ver con las alarmas. He decidido adelantar tarea y lecturas. Ya me pondría al día con los apuntes de Shaen.
Hoy me he dedicado a ordenar mis ideas. Y mi vida. Todavía no me decido en dejar las clases de pintura, aunque creo que debería. Probablemente Phil me apoye con la decisión que tome y sé que mis padres también.
Todavía no lo decido y de hacerlo, creo que sólo sería capaz de enviar un correo a Phil.
Estoy a punto de llevarme el primer bocado a la boca del sándwich que me he preparado, cuando el mismo tono que me despertó por la mañana vuelve a sonar.
Así que no fue un sueño.
Salgo de la cocina y busco desesperada el móvil que no ha dejado de sonar en casi todo el día. Sé que no es el mío, reconocería el timbre al instante. Varios segundos después lo consigo. Estaba oculto en medio de uno de los cojines del sofá, justo cuando lo tomo, la llamada se corta.
Hay casi diez llamadas perdidas y no aparece ningún nombre. Únicamente se encuentra la notificación de tener llamadas sin responder.
Intento desbloquearlo, pero lo único que consigo es bloquear la pantalla por un minuto. Lo dejo en sofá e intento volver a la cocina, pero el móvil vuelve a sonar. Lo tomo. Cuando veo la pantalla del teléfono me quedo quieta, mirando el nombre.
Stella.
Adam ha olvidado su móvil aquí. Miro la hora en el reloj, están por ser las cuatro de la tarde, ¿Por qué no ha venido por él? Dejo su celular en el desayunador y me subo al banquillo. Pincho el huevo picado que me he hecho y a medio camino otro sonido me interrumpe. Pero ya no es el móvil.
Alguien está llamando a la puerta ahora. Los golpes son insistentes, así que me apresuro a abrir.
—Adam...
—Hola —tiene las manos metidas en sus bolsillos y el cabello se ve húmedo—. Creo que he dejado mi móvil aquí.
Su tono de llamada vuelve a timbrar.
—¿Ese? —pregunto, pero no lo dejo responder— Pasa.
Me hago a un lado para que pueda hacerlo.
—Está en la cocina —le informo, pero no camina. Deduzco que está esperando que lo guíe, por supuesto.
—Huele bien —me dice, cuando hemos entrado.
La forma en la que está mirándome no me pasa desapercibida. Y aún con el vello erizado sólo lo dejo pasar.
No he hecho mucho para desayunar. Tocino, huevos, tostadas, waffles y yogurt. Si la cocina huele rico el olor no me deleita como a él.
—Alguien está muy insistente. No han dejado de llamarte —le doy un sorbo al yogurt.
—¿Lo revisaste? —me cuestiona, serio. Casi me he ahogado a medio tragar.
—Claro que no —me defiendo—. Me ha despertado, así que he mirado para saber quién era. No sabía que era tuyo.
Explico, esperando a que responda, pero no lo hace por varios segundos.
—Eso era todo —me dice—. Debería irme.
Debería. Pero no se mueve.
Me mira por un largo tiempo, antes de mirar mi desayuno. Viendo como lo mira me doy cuenta de que es mucho para una sola persona.
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Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...