Podría decir que no estoy respirando, pero lo cierto es que estoy tan consciente que incluso puedo notar como Elle tiembla cada vez que su pecho sube y vuelve a bajar.
Estamos tan cerca que quiero besarla. ¿Cómo no lo nota? ¿Cómo he podido decir tanta mierda? Sus labios están entreabiertos y sus ojos miran en todas direcciones y aguanta la respiración unos segundos. La veo mirar hacía atrás, como si quisiera irse de una vez.
—Necesito que digas algo porque estoy comenzando a sentirme demasiado imbécil, Elle.
Me mira a los ojos, peor niega suavemente con la cabeza mientras observa como intento controlar mis emociones.
—Todo esto, sólo.... no trates de mentirme, Adam.
—¿Mentir? —me ofendo— No soy de decir estas cosas, Elle. No fingimos cuando nos besamos, yo no finjo contigo.
Mis manos acunan su rostro y me parece estar suplicando. Me siento desesperado, y hacía mucho que no me sentía así. Elle cierra los ojos, todavía negando suavemente con la cabeza, pero esta vez suspira y sus hombros se caen con él.
—Adam, por favor.
—Necesito que me creas.
Intento desesperadamente de buscar su mirada, pero jamás abre los ojos. En realidad, los mantiene cerrados y ahora ha agachado un poco la cabeza. Estoy increíblemente inquieto y nervioso porque sigue sin responder a todo lo que he dicho y parece que no tiene intención de realmente hacerlo. ¿Entonces eso es todo?
Las manos de Elle suben hasta mis muñecas hasta rodearlas. Finalmente me mira, pero no dice nada, sino que comienza a apartar mis manos de su rostro y estoy tan afectado ahora que no pongo resistencia.
—Vete, Adam —me dice—. Stella estará encantada de consolarte. Y no tengo interés en tomar su lugar.
Abre la puerta del auto y sube. Lo siguiente que ocurre es su coche marchándose a toda velocidad y yo me quedo ahí, de pie, sin entender nada, debatiendo en su volver al club o ir tras ella. Ir por lo que por primera deseo tanto.
Salgo pitado a mi auto y arranco tan apresurado que las llantas chillan contra el pavimento. Quisiera comprender el nivel en el que estoy cegado, estoy conduciendo para detenerla, es prácticamente suplicarle y ciertamente ahorita no me importa nada. Quiero que lo admita, no puede dejarme solo en esto.
No ahora.
En cuanto llego al edificio dejo el auto en el estacionamiento y miro que el auto en el que se ha venido Elle también lo está. Corro hacía el elevador y subo. Cuando llego a su piso, me detengo antes de tocar la puerta. Si oye los golpes desesperados no abrirá.
Doy dos toques suaves a la madera guardándome difícilmente las inmensas ganas de suplicarle que me abra y que me escuche, pero luego de unos segundos Elle abre una hendija y se asoma. En cuanto me divisa abre los ojos e intenta cerrar la puerta. Pero no se lo permito.
Hago fuerza con una de mis manos y consigo atravesar mi zapato en medio de la puerta y el marco para que definitivamente no pueda cerrar.
—Adam, vete, por favor.
—Si crees que esto se va a quedar así estás equivocada. Aunque me pidas que me vaya seguiré insistiendo mañana, el día siguiente y el siguiente hasta que hablemos y decidas de una vez por todas admitirlo —sentencio—. He dicho lo que jamás en mi vida creí que diría, ¿Crees que lo haría si fuese una maldita mentira?
ESTÁS LEYENDO
Bajo el cielo de Vancouver
RomanceElle es sinónimo de monotonía; lucha constantemente contra su piano, asiste a clases de pintura cada miércoles, intenta dividirse entre leer las aburridas lecturas de la universidad o leer una de esas novelas románticas mientras sueña con algún día...