Capítulo 32

8.4K 1.1K 833
                                    

Luis

Había perdido la cuenta de cuántas veces me fijé en la hora esa mañana. Tenía el corazón acelerado, la piel transpirando, y mi mente me hacía jugarretas sobre lo que estaba a punto de suceder.

Por un segundo, incluso, consideré irme de ahí. Bueno, me lo planteé varias veces. No obstante, no solo sabía que esa decisión era la correcta, sino que muy en el fondo, detrás de aquella gruesa capa de nervios, quería hacerlo.

Se hicieron al fin las diez y treinta de la mañana, la hora que habíamos acordado. Examiné los rostros de todas las personas de la cafetería, pensando que, tal vez, le había confundido o no me había fijado que ya estaba ahí. Cinco minutos llenos de tortura transcurrieron y fue ahí cuando lo vi. Entró al lugar, paseó la mirada y de inmediato me localizó. Esbozó una pequeña sonrisa mientras sus ojos cálidos se enternecían.

Entonces supe que la peor parte había terminado.

Caminó en mi dirección y cuando estuvo cerca, me levanté para recibirlo. Por supuesto, mis nervios me traicionaron y tropecé la pata de la mesa hasta casi caerme de boca encima de él. Se rio y negó con la cabeza.

—No puedo creer que estoy frente a una celebridad. ¿Qué es lo que hacen tus fans, una reverencia o cosas así? —preguntó, enarcando una ceja—. Digo, para no hacer lo mismo que los demás, sería una flojera.

Finalmente le sonreí. Su voz me llevó a sitios que creí olvidados.

—Hola, Andy —saludé.

Mi hermano había cambiado mucho desde la última vez que nos habíamos visto en persona, sin embargo, conservaba su esencia, sus ojos castaños y dulces, sus mejillas coloradas, su tamañito, su sonrisa siempre puesta. Esa mañana llevaba el pelo muy corto, más que el mío, una camisa de mangas largas que parecía muy abrigada y un overol encima. Todo en Andy siempre había sido adorable.

—Vaya, ya no pareces solo mi hermanito menor —dijo, tomando asiento. Yo hice lo propio—. Mírate, eres todo un galán. Es incluso incómodo leer lo que dicen de ti en redes sociales. Si supieran que te orinabas en la cama a los cinco, tal vez dejarían de verte tan «sexy».

—Entonces agradezco que nadie de mi familia tenga una bocota incapaz de guardar secretos tan grandes.

Ordenamos unas medialunas de jamón y queso acompañadas de café, y cuando el camarero se retiró, nos sumergimos en una burbuja de incómodo silencio. Habían pasado ocho años desde la última vez que nos vimos y, aunque quisiéramos pretender que todo estaba igual, lo cierto era que muchas cosas habían cambiado.

Suspiré y sonreí mientras señalaba su pelo y todo su estilo en general.

—¿Es inapropiado si te digo que me gusta más como te ves ahora?

—Es porque cuando era adolescente siempre me vi como la mierda —bromeó y luego se enserió—. No es inapropiado... y gracias. Creo que papá y mamá no pensarían lo mismo.

—Sé que te extrañan. Bueno, nos extrañan. Cuando cumplí dieciocho, yo... También me fui.

Andy torció los labios y buscó mi mano sobre la mesa.

—Lo sé. ¿Por qué hiciste eso?

—Por la misma razón que tú —admití.

Enarcó una ceja y me miró de arriba abajo, confundido.

—Yo me fui de casa porque estaba cansada de ser Andrea, la nena bonita que ellos querían que fuera. Me fui porque no comprendían que yo... me identificaba con algo más. Como alguien más. ¿Tú también...?

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora