Capítulo 38

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Estaré subiendo los últimos capítulos cada tanto. Espero que los disfruten, que llenen cada capítulo de amor y que no lloren tanto. O que lloren juntxs❤


Luis

Hacía mucho tiempo que no visitaba esa casa.

Llegar al edificio y observar los alrededores me llenó de recuerdos, la mayoría placenteros. Era una calle privilegiada por la cantidad de árboles, así que ese día de primavera todo se vestía de un verde lleno de vida. Visualicé el parque en la otra esquina, donde siempre había gente paseando y jugando con sus perros. Allí había dado mi primer beso y aprendido a manejar bicicleta. En el kiosco de al frente vendían unos alfajores caseros que se convirtieron en mis favoritos de la vida. A una cuadra quedaba una cafetería donde mamá compraba su capuchino todos los domingos.

—¿Ya terminaste de hundirte en la nostalgia o podemos subir? —preguntó Andy, enarcando una ceja—. No tengo muchas ganas, pero ya es hora de enfrentarlos.

—Subamos.

Saqué mi viejo juego de llaves del bolsillo. Nunca quise deshacerme de él por si me tocaba regresar a casa de mis padres en algún momento. En aquel entonces, a los dieciocho, no pensé que mi plan de independizarme fuera a funcionar de verdad. Mucho menos que terminaría haciéndome famoso.

Cuando estuvimos en el ascensor, empecé a sentir la tensión y la ansiedad. Comencé a sudar, mi corazón se aceleró y me entró un punzante dolor de cabeza repentino. Miles de preguntas me invadieron, unidas a escenarios fatalistas donde mis padres nos rechazaban a Andy y a mí. Por suerte, mi hermano se dio cuenta y me tomó la mano para calmarme.

—Tú y yo no hemos hecho nada malo, ¿de acuerdo? —dijo en voz baja—. Bueno, tal vez alejarnos por demasiado tiempo. Pero más allá de eso, no tenemos que sentirnos culpables de nada ni esperar que reaccionen mal. Son nuestros padres y deberían apoyar nuestros caminos y alegrarse de nuestros éxitos. Ten eso presente.

Asentí y le sonreí de forma tímida.

Aunque tenía llaves y podía entrar sin problema, preferí tocar la puerta del departamento. Pude imaginar la rutina de mamá: seguro estaba cocinando algo para nosotros y, al escuchar la puerta, se apresuraría a asegurarse de que todo estaba listo, se quitaría el delantal y luego regañaría a papá por no haberla ayudado en nada. Seguro intentaría echar aromatizante para restar el olor a comida, pero no tenía sentido porque incluso desde el pasillo podíamos oler el cerdo que tenía en el horno.

La puerta se abrió y Andy y yo nos congelamos.

Mamá se mantenía idéntica, con su pelo castaño y amarrado en un moño un poco desaliñado, con unas arrugas nuevas en sus ojos avispados y dulces. Era muy bajita, así que tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarnos bien. Lo primero que hizo fue dar un paso hacia los dos y abrazarnos. Lo segundo que hizo fue llorar.

—Luis, Andr... Andy —sollozó.

Escucharla hizo que se me trancara el pecho y cuando me giré a ver a Andy, me di cuenta de que estaba pasando por lo mismo. A pesar de todo, era nuestra mamá. Así que cuando la vimos allí, llorando por habernos visto finalmente, cualquier miedo o prejuicio, o incluso mala experiencia, desapareció.

—Hola, mamá —la saludé con un nudo en la garganta. Andy hizo lo propio.

—Pasen, pasen. —Nos jaló al interior del departamento, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. ¡Sebas, ya están acá los chicos!

Cuando llegamos al comedor, lo encontramos ahí, de pie con la mirada puesta en la ventana. Cuando sus ojos marrones, idénticos a los nuestros, cayeron encima de nosotros, Andy y yo nos tensamos.

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora