Capítulo 18 - parte II

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Clara

A partir de ahí fue como si alguien hubiera pulsado el botón de «acelerar». Todo transcurrió bastante rápido. Primero Beto saludó a todos los chicos que estaban en el comedor desayunando y dio unas palabras bastante conmovedoras; lo convirtió en una especie de charla donde les preguntaba sobre sus sueños, sus aspiraciones, y al final les comentó lo que haría con ellos el resto de la mañana. En ningún momento hizo énfasis sobre su pasado o las cosas que había vivido, lo cual me pareció extraño porque pensé que ese era el objetivo.

De todas formas, me limité a sacar la cámara y capturar a los chicos mirando con admiración a Beto, a este hablándoles, y hasta grabé un poco. Mis indicaciones eran fotografiar todo para tener material para luego, hacer algunos tweets con imágenes de la actividad, y un directo en Instagram bastante corto durante la entrega de útiles. Cumplí con todo, incluso me hice amiga del camarógrafo del canal con el objetivo de que me enviara los videos después.

Poco antes del mediodía, mientras Beto jugaba al fútbol con unos chicos en el jardín del lugar —en pleno invierno—, hice el recorrido por el hogar con una de las niñas que se ofreció a enseñármelo. El sitio en sí no era muy bonito, pero debía reconocer que para darle techo, comida y una vida a treinta chicos, sin duda se mantenía bien.

La niña llamada Pilar me explicó que hacían todas las tareas del hogar juntos, como las familias grandes hacen. Las personas que trabajaban en el hogar llevaban a cabo tareas de cocina, limpieza, educación, enfermería y más; sin embargo, los chicos tenían turnos para ayudar en todas las labores y así adquirir sentido de responsabilidad. Además, aquello les compenetraba como equipo y como familia.

Cuando llegamos a las habitaciones, Pilar me explicó con orgullo cómo dormían hasta cuatro chicos por habitación en camitas que parecían sacadas de la casa de los enanitos de Blancanieves. En el proceso, otros chicos nos saludaron. Todos allí parecían felices, alegres, con algo que hacer y miles de sueños que cumplir cuando finalmente tuvieran la oportunidad, lo cual me hizo sentir hueca y egoísta.

Todos los años que viví en casa de mis padres sentí que me faltaban cosas, jamás estuve conforme ni con los bienes materiales que me rodeaban, y eso que me la pasé entre lujos. Pero el mundo real no era así. En el mundo real había personas que solo agradecían con tener un techo, que sonreían por el solo hecho de tener amigos, o que hallaban la felicidad en los pequeños momentos. Influía que ellos eran solo niños y no tuvieran el temor que tenemos los adultos de afrontar los problemas, el «futuro» y la estabilidad. De todas maneras, lo que más me dolía era que aunque muchos pudieran estar haciendo tanto por cambiar la situación de estos chicos —o todos los que no tenían ni siquiera un techo bajo el cual dormir—, no lo estaban haciendo. No lo estábamos haciendo.

Pensé en mi papá y en todas las promesas que hacía su partido político. ¿Cuántas de esas habían cumplido? ¿Cuántas las habían hecho solo para complacer a la gente y luego darles la espalda? ¿Cuántas de esas habían cumplido y ni siquiera habían funcionado? Jamás me había importado siquiera porque me conformaba con vivir cómoda. Ahora me sentía torpe, inútil y solo centrada en mí misma. Había vivido de esa forma tantos años que no sabía cómo empezar a enmendarlo.

Cuando volvimos a la planta baja del hogar, vi a Beto con unos chicos. Estaba un poco sudado a pesar del frío, mucho más sonriente y alegre que antes, con las mejillas rojas, y su pelo despeinado. Me pregunté hasta qué punto él había sufrido o qué marcas en su interior llevaba. Entendí entonces su motivo para enfadarse conmigo la noche de la fiesta de Icónica; puede que él prefiriera ocultar las cosas que le dolían y que todavía le afectaran, pero no quería decir que no las sintiera. Y yo había dado justo en el clavo que más daño le hacía.

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora