Capítulo 03

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BETO

La adrenalina de los conciertos era incomparable con cualquier otra sensación terrenal, y me había vuelto adicto a ella.

De hecho, que nos presentáramos frente a una multitud traía consigo un conjunto de sentimientos tan placenteros como indescriptibles. La vibra del público al gritar nuestras canciones, al brincar y hasta bailar al ritmo de nuestras melodías, las lágrimas de algunas personas al no creer que nosotros éramos reales... Habían sido casi dos años de una experiencia surreal, y que a pesar de que debía estar acostumbrado, todavía daba gracias todas las mañanas de estar viviendo aquello.

Después de los agradecimientos finales por parte de Santiago —que mojaba la mitad de las bragas de aquel teatro—, el show terminó. El cierre de nuestra gira nacional lo hicimos, por supuesto, en Buenos Aires. Volvimos al Gran Rex que se había convertido en nuestra segunda casa, en el mágico lugar donde se habían presentado miles de grandes estrellas y cuya vibra te hacía pensar que cualquier sueño podía hacerse realidad.

Al menos el mío ya se había hecho realidad.

Las luces se apagaron, como señal de que ya podíamos dejar el escenario. Cuando lo hicimos, algunos chicos del staff nos facilitaron toallas y botellas de agua, además de felicitarnos por el excelente cierre. Después de todo habíamos cerrado a casa llena una vez más.

—Rueda de prensa en diez —anunció Led de manera automática tras darnos a cada uno una palmada en el hombro como señal de que todo había salido acorde al plan.

Santiago se acercó a mí y rodé los ojos sabiendo de antemano lo que estaba a punto de decir. O de reclamarme:

—Aceleraste demasiado las últimas dos canciones. Si tú fallas, los demás también.

Todos los instrumentos eran importantes dentro de una presentación musical, pero podía decirse que la batería era el corazón, pues era la que marcaba el compás.

Las personas solían darse cuenta —no siempre, pero sucedía— cuando alguno de los instrumentos se salía de su tiempo: las guitarras, el bajo, o incluso si el cantante iba a una velocidad que no compaginaba con el ritmo de los instrumentos. Pero si la batería iba a destiempo, forzaba automáticamente a que los demás la siguieran.

—Creo que solo estoy agotado. —Suspiré.

—Todos estamos agotados, no es excusa —refunfuñó.

Él podía ser un verdadero dolor en el culo cuando entraba en su papel de «soy un sabelotodo musical». Pero si de algo yo estaba seguro era de que lo que más le molestaba era que, aunque él pudiera tocar todos los instrumentos mejor que los demás, no había sido capaz de superarme a mí.

Una vez me lo reconoció borracho.

Así que le hinchaba las pelotas saber que si yo me agotaba después de una gira nacional y fallaba con los tiempos, él no tenía mucha moral para reclamarme porque, en mi posición, él quizá se hubiera equivocado de la misma manera. O incluso peor.

—No te hagas drama, niño bonito —le dijo Pacho.

—Creo que la gente ni siquiera se dio cuenta —me defendió Luis, encogiéndose de hombros.

Nosotros nos dimos cuenta —añadió Santiago.

—Ya se acabó la gira, relaja la pelvis. —Pacho le lanzó su toalla llena de sudor en el rostro, cosa que no ayudó a su malhumor—. Ahora si me disculpan, voy a mear.

Por fortuna Luis logró distraer a Santiago del tema, borrándole un poco su semblante de niño que llevaba meses sin coger porque su novia estaba a miles de kilómetros de distancia. Mientras tanto, el staff nos facilitó ropa limpia y nos ayudaron a cambiarnos en apenas segundos. Teníamos el tiempo contado para leer rápidamente las posibles preguntas que nos harían en la rueda de prensa y recordar todo lo conversado con Led y Nirvana previamente sobre qué y cómo anunciar que sacaríamos un nuevo disco pronto.

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora