Capítulo 12

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Clara

Jamás me había dolido tanto el cuerpo como aquella mañana. Me costó abrir los ojos y me pregunté cómo había llegado a ese estado. Paseé la mano por las sábanas buscando mi celular hasta que me acordé de que no tenía uno. Cuando todos los recuerdos volvieron de golpe, me senté tan rápido como pude.

¡Tenía que trabajar!

No sabía qué hora era, pero por la luz que se colaba entre las cortinas de la habitación supuse que no eran las seis de la mañana. Era muchísimo más tarde. Vi una figura acostada en el pequeño sofá de aquel cuarto, arropada hasta el cuello. Al final Luis sí había pasado la noche en su habitación y me había dado mi espacio, conformándose con dormir en un mueble de dos plazas mucho más pequeño que él y por lo que tuvo que pasar la noche con los pies fuera del sofá. Me resultó adorable verle de esa forma, en especial al notar cuán en paz se veía.

Me levanté, confundida y con un intenso dolor en mis pies, para sacudirle el hombro.

—Déjame —soltó, sin siquiera abrir los ojos.

—¿Qué hora es? ¿Por qué no tienes reloj como la gente normal?

Balbuceó algunas cosas inentendibles, se giró para darme la espalda, y continuó roncando.

Encontré su teléfono junto al sofá y revisé la hora. Ocho de la mañana. Ocho. ¡Tendría que haber llegado al restaurante media hora atrás! Hice el intento de correr para salir de allí pero a la mitad de las escaleras resbalé. Aunque no me caí, sí que solté un pequeño grito y la escena resultó un poco estrepitosa. Tanto, que mientras estaba buscando ropa para cambiarme, apareció Beto en la sala, alarmado y preocupado.

—¿Estás bien? —Tenía los ojos entrecerrados. Había bajado rápido y lucía agitado, aunque todavía medio dormido.

Traté de no ruborizarme o prestarle atención al hecho de que lo único que tenía puesto era un bóxer. Definitivamente tenía que resignarme a la idea de tener que ver a hombres en ropa interior todos los días.

—Sí, sí —lo tranquilicé—. Bueno, no. ¡Me quedé dormida! —exclamé mientras continuaba escarbando en la maleta, al tiempo que Gato se acercaba e intentaba jugar con mi ropa limpia, obligándome a forcejear con él—. Es mi segundo día y ya me van a despedir. Llegaré como a la diez de la mañana. Además me duele todo, ¿cómo voy a trabajar así? ¡Suelta mis cosas! —le ordené al gato, frustrada

Beto se acercó a nosotros y lo cargó para alejarlo de mí, lo cual le agradecí con una mirada.

—Me vestiré y te llevaré —dijo—. No te preocupes, todo estará bien. Si te preguntan, solo tienes que decir la mentira que usa todo el mundo en el trabajo.

—¿Cuál?

—«Había mucho tráfico».

Ni siquiera supe porqué eso me dio risa y le agradecí por el consejo, definitivamente lo usaría. Cuando ambos nos quedamos en silencio fue que recordé que él todavía permanecía sin camisa o pantalón, que su cuerpo con tatuajes pequeños y aleatorios emanaba un deleitante calor, y que estaba a una distancia de mí que me preocupaba un poco.

—Con el susto que me diste al escucharte gritar y el apuro de venir a ver si estabas bien, se me olvidó decirte algo.

—¿Qué cosa?

Dio un nuevo paso hasta que casi no hubo espacio entre nosotros mientras sus ojos dulces y claros parecían negados a abandonar mi rostro, poniéndome nerviosa a tan tempranas horas de la mañana. Por si aquello fuera poco, con una lentitud torturadora, sus dedos escondieron un mechón de pelo rebelde detrás de mi oreja y su pulgar terminó acariciando con extrema suavidad mi mejilla.

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora