Capítulo 09

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CLARA

Aunque todavía odiaba ser una carga en la casa de alguien más, aquel día había comenzado mejor que el anterior.

Cuando me desperté no escuché ningún ruido en la casa y asumí que los chicos se habían ido. Al dirigirme a la cocina, me encontré con un post-it en la nevera que decía «ábreme» y, dentro, un envase de comida con otro que decía «feliz última mañana en esta casa». No supe si tomarlo como algo bueno o malo, pero dentro había una ensalada de frutas así que lo vi como algo bueno y también supe que había sido obra de Luis.

Por más tierno que me resultara Beto, no parecía del tipo de chicos que dejaban el desayuno listo en la nevera, mucho menos una ensalada de frutas.

Necesitaba poner manos a la obra. Se suponía que ese día llegaría Santi y me quedaría algunos días en su casa. Según Luis, él no tendría demasiado tiempo como para ayudarme, y eso estaba bien porque lo único que necesitaba era un sitio para dormir.

Mientras terminaba el desayuno y el gato ladrón se meneaba contra mis piernas debajo de la mesa, me tracé una lista de tareas:

Primero, debía buscar un trabajo. Como todas las personas normales, debía actualizar mi perfil de LinkedIn y empezar a postularme a empleos. Me pregunté cuánto tiempo demoraría en conseguir algo estable.

Y ya. Esa era mi única lista de tareas.

Podía plantearme buscarme algún departamento pero no tenía dinero para pagarlo y, dada mi situación, no le pediría ni a mis padres ni a Matías. Durante instantes intermitentes me preguntaba qué tan malo sería regresar a casa, no obstante, era demasiado orgullosa como para ceder a estas alturas.

Escuché la puerta abrirse y fruncí el ceño. Gato corrió hacia la entrada y luego no oí nada más. ¿Los chicos habrían regresado tan pronto?

¿Y si era una especie de fanática —o fanático— loco que había logrado entrar a la casa? Mi corazón se había acelerado al plantearme otro escenario: ¿y si mi papá había descubierto donde estaba y envió a la policía a llevarme a casa?

Me adentré en la cocina y agarré lo primero que encontré en el primer cajón: un rodillo. Caminé en silencio y me asomé a través del pasillo que comunicaba el comedor y la sala. No pude evitar soltar un pequeño grito cuando me encontré a alguien allí. Esa otra persona gritó también y casi se resbala hacia atrás.

Era una mujer. Parecía realmente sorprendida de verme, incluso sospechando que yo era la ladrona, aunque no se atrevía a pronunciar palabra debido al miedo. Era bajita y regordeta, de una tez ligeramente oscura y el cabello tan negro como el carbón, recogido en un moño hecho de trenzas. Unas ojeras gigantes vestían el contorno de sus ojos y no supe qué era peor, si los mocasines desgastados del siglo pasado o el perfume tan horrible que llevaba.

—¿Usted quién es? —pregunté, desafiante, señalándola con mi mano libre y con el rodillo en la otra.

—Mi nombre es Martina —contestó, todavía atemorizada—, vengo a trabajar acá dos veces por semana. ¿Y usted?

Bajé el rodillo y lo dejé en la mesa del comedor, más tranquila ahora.

—Me llamo Clara.

Ella asintió, un poco confundida.

—Jamás he conocido alguna chica que haya pasado la noche con Luis, tampoco sabía que él sería capaz de dejarla sola en casa —mencionó.

—No pasé la noche con él —me defendí, sonrojada y ofendida.

—Oh, ¿entonces con Beto? Lo siento mucho, pensé que todo entre él y Mily iba muy bien.

—Ni con uno ni con el otro.

Alternativos © [Indie Gentes #2] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora