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—Pronto te sentarás, mi bella Stella —digo y ella sonríe.

Tiene una mano en su vientre. Le encanta acariciarlo.

Le doy un beso en la mejilla y vemos nuestra casa.

Sí, nuestra casa.

Hemos comprado esta preciosa casa para los dos y para nuestra pequeña Felice.

En esta casa predomina el color blanco en las paredes y el color marrón en los tantos muebles que tiene. Pero no solo eso, también hay muchas plantas.

Nuestra casa está cerca de las afueras de Roma y, a su alrededor, hay mucha vegetación.

Todo es verde y esto nos encanta.

En la ventana de nuestra habitación, hay un árbol justo delante. No nos molesta para nada. Nos encanta ver las ramas de este.

Al lado del árbol podemos ver el césped y una barbacoa que he comprado hace unas semanas. También una mesa blanca y unas cuantas sillas.

Stella se empeña en que quiere ver cada rincón de nuestra casa.

La hemos comprado hace una semana y no para de verla.

Estoy seguro de que ya sabe dónde están las cosas si le pregunto ahora mismo por algún objeto.

Se sienta poco a poco en nuestra cama sin apartar la mano de su barriguita.

—¿Te sientes bien? —le pregunto acariciando su pelo.

Ella asiente con una sonrisa.

—Dentro de muy poco le daremos la bienvenida a Felice —dice mirando su vientre.

—¿Esto significa que las cosas van a cambiar entre tú y yo? Tal vez no estarás mucho conmigo.

Ríe y sonrío dándole un beso en la mejilla.

—Mi obligación como madre es cuidar a mi bebé a todas horas. Por lo menos las primeras semanas. Le daré el pecho y estaré ahí para ella.

Habla muy entusiasmada y sus ojos se llenan de lágrimas.

Tiene muchas ganas de tener a nuestro bebé en brazos. Quiere cuidar de ella y estar con ella a todas horas.

Esto me parece muy dulce.

No ha cambiado nada desde el primer día que supo que estaba embarazada. Se ilusionó muchísimo a pesar de su malestar.

Este aparecía y ella vomitaba, le costaba comer por culpa de las náuseas, le dolía la espalda, estaba cansada, quería llenar un carrito de chocolate y de más dulces porque tenía muchas ganas de comer esta comida.

Cuando la comía, se ponía más feliz de lo que estaba.

Compartía el chocolate con nosotros siete y siempre le daba un trocito más a Graziella y a Dante.

Ambos son sus niños y les tiene mucho cariño.

Beso su cabeza y ella se acurruca en mi cuerpo.

—Thomas —dice elevando un poco la voz y de sus ojos salen las lágrimas—. Se está moviendo.

Hago un puchero intentando no llorar.

Coloco la mano donde me indica y siento unos movimientos dentro de su barriga. Unos movimientos un poco bruscos y lentos.

Río feliz y ambos nos besamos entre lágrimas y sonrisas.

Queda menos para verte, mi pequeña Felice.


—¡Y vivieron felices y comieron perdices! —dice Damiano cuando acaba de contar el cuento que tiene en las manos.

Stella |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora