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Stella

—¡Por fin te veo! —digo sonriendo antes de abrazar a Jorge en aquella cafetería cerca del Coliseo.

Jorge se ha convertido en un gran amigo mío desde que Felice nació.

Hemos quedado varias veces cuando él podía.

Me ha contado muchas historias que han pasado en el hospital y siempre me habla sobre los bebés con una gran felicidad.

Pero esa felicidad disminuye cuando recuerda mi presente con mi familia.

Le he contado que su hijastro le ha hecho daño a uno de mis mejores amigos y que se ha ido del país por culpa del miedo.

Hay veces que le digo que se ha ido para siempre.

Nos sentamos de nuevo en las sillas y su mirada va desde mi vestido ajustado a mi cuerpo y mi chaqueta de cuero hasta mi rostro.

—Estás preciosa, Stella. Cada día estás más hermosa —dice y sonrío mucho.

Me llevo la pajita de mi batido de vainilla a la boca y bebo un poco.

Mientras, él remueve su té saludando a Felice, la cual está en el carrito.

La pequeña coge su jirafa de peluche y se la lleva a la boca.

—Gracias, Jorge —digo y él bebe un poco de su bebida—. ¿Qué tal está tu mujer?

—Está algo mejor. Ya sabes, destrozada por lo que ha hecho su hijo. No quiere comprar más vasos. Los colecciona desde hace años y parece que ha parado desde que Nelson tiró aquella estantería llena de vasos y de más cosas que coleccionaba.

Suspiro y acaricio la mano pequeña de mi hija.

Ella me mira y mueve sus piernas mientras sonrío un poco después de que Jorge me cuente lo que ha estado haciendo su mujer, la cual está muy decepcionada.

—No quiere seguir coleccionando nada porque sabe que Nelson volverá y lo romperá todo.

—Eso es horrible —comento triste imaginándome la situación—. Es muy triste que pares de hacer algo que te gusta por culpa de alguien.

Asiente y suspira.

—Le ha quitado las ganas de vivir, Stella —me mira y su mano se convierte en un puño—. Antes tenía pasiones. Ahora solo tiene desgracias.

Me quedo callada porque no sé qué decir.

¿Qué digo?

Pestañeo y reviso mi móvil.

No tengo ningún mensaje de Thomas.

Elevo la vista dejando el móvil en la mesa y, detrás de Jorge, veo a alguien.

Frunzo el ceño. Mi amigo ni se ha dado cuenta de qué me pasa.

—Ahora vuelvo —digo levantándome de la silla. Cojo mi bolso y mi móvil—. Quédate con Felice.

Jorge me mira confuso y asiente mientras sostiene la mano de mi hija.

Salgo de la cafetería con paso decidido.

Miro de un lado al otro buscándolo.

Ahí está.

Lo persigo mientras una rabia enorme corre por mis venas.

¿Cómo es posible que siga aquí?

Gira hacia la izquierda y acelero mi paso.

Estamos los dos solos en esta calle.

Stella |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora