Todo por Granger || Hermione Granger

75. Epifanía.

Después de la alegría por ver a Voldemort derrotado, llegaron los funerales. Lana no asistió a todos. Solo fue al de Fred y al de Dennis Creevey. Se había quedado toda la ceremonia junto a Colin, escuchando sus sollozos y abrazándolo por los hombros. Además de esos dos, Lana también asistió a una pequeña reunión que había organizado con Aless y Aldo después de que se negaran a hacerle un funeral a Antonella dentro de los terrenos de Hogwarts.

—¿Creen que así lo hubiera querido? —preguntó Lana, viendo su respiración convertirse en vaho por el frío del lugar.

—¿Morir? —preguntó Aldo, sorbiendo por la nariz—. En absoluto.

—No creo que fuera tan estúpida como para creer que viviría eternamente —resopló Lana, frotando sus manos entre sí—. No era estúpida.

—No, no lo era —Aless los miró. Aldo tenía los ojos llenos de lágrimas y una que otra corriendo por sus mejillas, mientras que Lana se mantenía firme a su lado, evitando a toda costa mirar el cuerpo cubierto por un sudario—. Y esto es lo mejor que podemos ofrecerle.

—Sus padres no llegaron —murmuró Lana, con la mirada perdida, entonces soltó una risa sin gracia—. Aún después de todo, solo estamos nosotros.

Se quedaron en silencio, solo escuchaban a Aldo cuando sorbía por la nariz.

—Bueno, seguro le habría gustado aquí —Aless hizo un gesto hacia el lugar donde estaban. Lana lo miró, como si lo estuviera evaluando.

Estaban en medio de una montaña. No estaba segura de qué tan alto estaban, pero seguramente estaban a una gran distancia del suelo, juzgando por la temperatura del ambiente.

—Bueno, dijiste que es un sitio mágico —Lana sonrió levemente—. En el sentido literal de la palabra —soltó un suspiro—. Seguro que le gustaría.

—Y tampoco hay muchos magos que sepan del sitio —Aless los miró—. Quizás seamos los únicos que han puesto un pie aquí desde hace siglos...

—Tampoco exageres —lo interrumpió Lana—. Solo tuvimos que tocar una ridícula piedra con nuestra varita.

—Ya, imagínate encontrar la piedra exacta —Aless resopló.

—Sin peleas —pidió Aldo, secándose las lágrimas—. No es el momento ni el lugar.

Lana lo miró unos segundos, luego asintió.

—Tienes toda la razón —dijo—. Lo siento, Aldo.

Él simplemente asintió.

—Deberíamos proceder —dijo Aless, sacando su varita.

—¿Ya? —preguntó Aldo en voz baja.

—Podríamos quedarnos mil años aquí si seguimos postergándolo —dijo Lana y sacó su varita, aunque lo hizo lento, como si quisiera aplazarlo lo máximo posible.

—Supongo que tienes razón —Aldo volvió a sorber por la nariz y sacó su propia varita.

—¿Recuerdan el hechizo? —preguntó Aless.

Lana apretó los labios. Quería decirle que no era tan estúpida como para olvidarlo, pero tampoco quería causar una pelea justo en ese momento.

—Yo sí.

Los dos voltearon a mirar a Aldo.

—También —murmuró él.

—A la de tres —indicó Aless, poniendo su varita frente a él, en dirección al cuerpo de Antonella. Lana lo hizo también, los ojos se le llenaron de lágrimas cuando miró el sudario—. Uno, dos, tres...