4. Nápoles.

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El primer año de Lana en Everore terminó en junio. Había estado deseando que no acabara, porque una vez comenzara el verano, tendría que volver a casa. Aless les había invitado a su hogar en Nápoles, diciendo que su madre quería conocerlos a todos.

—Probablemente me dejen ir —dijo Aldo, con expresión pensativa—. Estoy casi seguro de que no les importara.

—Tendría que preguntar —Antonella frunció el entrecejo—. Me gustaría poder analizar el comportamiento de mis padres para saber si dirán que sí o que no, pero creo que son impredecibles.

Aless miró a Lana, sonriendo, y esperando una respuesta afirmativa. Lana lo pensó. ¿Su padre la dejaría irse de casa durante todo el verano?

—No sé si pueda o no —terminó diciendo—. Quizás mi padre piense que es bueno que sea amiga de un sangre pura, o quizás piense que es malo para nuestra imagen que no esté casa —Lana suspiró—. Es tan complicado.

La sonrisa de Aless decayó un poco, pero se esforzó para que no se notara.

—No pasa nada si no pueden —Lana notó su decepción, y se sintió culpable. Quizás si insistía, su padre le dejaría ir—. Entiendo que sus relaciones intrafamiliares son complicadas y totalmente insanas. Les recomendaría terapia en familia, pero seguramente sus padres piensen que es tonto.

—No sé qué es eso de terapia, pero seguramente piensen eso que dijiste —dijo Aldo, con aburrimiento.

—Intentaré convencer a mi padre —Lana le sonrió a Aless—. Seguramente termina cediendo.

★★★

Edgard no había cedido a ninguna de sus súplicas. Lana había usado las palabras «Por favor» más veces que en el resto de su vida.

—Aless es sangre pura —dijo Lana, esperando que eso sumara puntos—. No es ningún... eso.

Odiaba decir la palabra «impuros», la hacía sentir realmente incómoda. Los hijos de sengeas no tenían la culpa de no tener ancestros magos, ¿por qué algunos los condenaban como si fuera así?

—Lana, ya te dije que no —Edgard la miró—. ¿No fue suficiente con el elfo doméstico que tienes por regalo de cumpleaños atrasado?

Lana miró a la esquina de la habitación. Quilvo, el elfo doméstico que su padre le había regalado, estaba ahí, con sus ojos saltones y el trapo roto que usaba para vestirse. Lana se sentía disgustada por la vista. No tenía nada en contra del elfo, pero a veces desearía que se cubriera con algo que no estuviera sucio.

—Este podría ser un regalo de cumpleaños adelantado —Lana volvió a mirar a su padre—. No te pediría nada más. Nunca jamás volvería a pedir algo.

—Te he dicho que...

—No es mala idea, Edgard ­—Bianca intervino, mirando a Lana de reojo—. Quizás sea bueno para ella.

Él resopló. Lana notó que se quedaron mirándose mutuamente durante unos segundos, hasta que su madre desvió la mirada. Pensó que no tendría el permiso. Se sintió triste, ¿y si ninguno podía ir? ¿Cómo se sentiría Aless?

—Bien —dijo Edgard—. Que te vengan a buscar, y no me molestes más.

Lana intentó contener su alegría dentro de sí, sabiendo que si se ponía a saltar y a celebrar como quería, probablemente su padre cambiaría de opinión.

—Gracias, padre —Lana inclinó la cabeza hacia él, entonces se dio media vuelta. Una vez supo que ninguno la vería, sonrió ampliamente.

Iba a pasar el verano con Aless, en lugar de estar en su casa con su padre. No se le ocurría un mejor plan.

Todo por Granger || Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora