1. El Coliseo.

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Lana despertó con la respiración agitada. Había estado teniendo pesadillas recurrentes, las cuales eran casi siempre lo mismo. Ella en el armario, mirando por las rejillas, mientras afuera un mago y una bruja se enfrentaban en un duelo, que terminaba con un resplandor verde y el cuerpo inerte de la bruja en el suelo.

Odiaba soñar con eso todo el tiempo. ¿Acaso su subconsciente no tenía alguna otra idea para sus sueños? Habría agradecido incluso soñar con un unicornio, le habría venido bien para variar.

Se sentó en la cama, intentando normalizar su respiración. La luz del sol entraba por la ventana y daba contra el suelo, justo al lado de su cama. Su mirada paseó lentamente por las paredes color crema hasta la sábana blanca que le cubría las piernas.

—¡Lana! —Alguien golpeó su puerta, entonces se abrió un poco y su madre se asomó—. Tu padre te espera abajo, no tardes.

—Voy —respondió con la voz levemente ronca por haber despertado recién.

Escuchó los pasos de su mamá alejarse por el pasillo, y se levantó con pesar de la cama. Se suponía que ese día tendrían que comprar los útiles escolares para su primer año en Everore, el colegio mágico de su país, Italia.

Luego de ir al baño, se quitó el camisón que usaba como pijama y se apresuró a vestirse con uno de esos ridículos vestidos que sus padres insistían en comprarle. Su padre siempre decía que debía hacer notar su linaje, así que básicamente se vestía para presumir el hecho de que venía de una adinerada familia sangre pura.

No tardó mucho en bajar del segundo piso. Lo primero que vio cuando bajaba las escaleras fue a su padre, que estaba apoyado en un bastón de madera, y asentía a lo que fuera que su madre le estuviera diciendo.

Bianca y Edgard Salvatore.

La perfecta imagen de un matrimonio sangre pura.

A Lana se le hacían tan diferentes, que algunas veces se le dificultaba entender cómo habían terminado casados.

Mientras que Bianca tenía el cabello de un castaño tan claro que a momentos parecía rubio, Edgard tenía el cabello de un castaño tan oscuro que a veces era casi negro; los ojos de Bianca eran verdes, y los de Edgard marrones. Incluso sus colores de piel eran casi opuestos entre sí, mientras que Bianca era de un blanco casi como la nieve, Edgard era moreno, no tanto como para ser comparado con el cielo oscuro de la noche, pero lo era.

Lana se consideraba a sí misma como el punto medio entre ambos. Tenía el cabello un poco más claro que su padre, pero jamás se asemejaría al casi rubio de su madre; sus ojos sí eran idénticos a los de su padre, algunas veces le molestaba haber heredado el mismo color de ojos de su padre, en lugar del color de su madre, pero siempre se reservaba su molestia para sí misma. Además, su color de piel también se asemejaba más al de su padre que al de su madre, no era tan morena como él, pero en definitiva, su piel no era blanca.

—Hasta que por fin apareces —dijo Edgard, alzando la mirada hacia las escaleras, desde donde Lana les observaba.

—Lo lamento —Hizo una reverencia cuando bajó las escaleras. No estaba segura de porqué lo hacía, pero su institutriz le había indicado que era lo correcto al pedirle disculpas a cualquiera de sus padres.

—Como sea —Edgard le quitó importancia. Lana supuso que estaba de buen humor, no solía dejar pasar cualquier falta de su parte, por más mínima que fuera—. Tenemos que ir al Coliseo, ahí compraremos lo que necesites. ¿Tienes la lista?

Lana contuvo una maldición, sabiendo que no sería bien vista. ¿Cómo había podido olvidar la lista en su habitación?

—Yo la tengo —Bianca intervino, dándola una rápida mirada a Lana antes de volver a mirar a su esposo—. Aquí está.

Todo por Granger || Hermione GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora