16. Rencor y amistad

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Qué bueno que Link no se dio cuenta de que lo seguí a lo que salió de la casa, pero para guardar distancia, lo observo desde la ventana. Me siento algo avergonzada por hacer esto, pues pareciera que lo estoy espiando... y bueno, es exactamente eso lo que estoy haciendo. ¡Qué cosas pienso!

Link y el hijo de Azael están conversando a esta hora de la madrugada, y yo aquí sin poder escuchar de qué.

Athan... En serio me espanté al verlo, refiriéndome al hijo de Azael, pues es idéntico, de pies a cabeza, al desaparecido poeta real, a mi maestro y querido amigo.

Recuerdo claramente el día que conocí a Athan... el día que papá "me lo impuso" como maestro de literatura y poesía, pues para él, aparte de dedicarme a despertar mi poder, debía cultivarme más en la "sensibilidad".

Qué ironía que mi padre se preocupara tanto por ese tipo de cosas...

*.*.*.*.*

No faltaban muchos días para cumplir quince años, y sabía perfectamente que mi padre celebraría en grande esa fecha... como si eso me hiciera saltar de la felicidad.

Recuerdo que alguna vez mi mamá me habló de ese especial día; en el maravilloso vestido que portaría, en lo preciosa que iba a verme con mi peinado y tiara, y cómo bailaría el vals con mi padre; en sí, una espectacular fiesta, la ilusión de todas las quinceañeras... pero no la mía.

No solo mi madre faltaría ese día, sino también él... ese amigo de mi infancia que dijo que siempre iba a estar conmigo, el que me abrazó con fuerza cuando lloré por la muerte de ella, pues nadie mejor que él comprendía mi dolor, el que dijo que iba a acompañarme cuando mi padre me quitó algo que, aunque no recuerdo, dejó un vacío en mí ... pero nada de eso cumplió. Un día simplemente se fue con el motivo de volverse más fuerte, causando en mí un resentimiento tan grande que hasta esta edad me sigue acompañando.

Faltan pocos meses para que él regrese. Así lo escuché por el General del Ejército, su padre, quien se siente ansioso de volver a verlo después de tanto tiempo. Lo mismo su hermana menor, la que era una bebé cuando él se fue; y ahora es una niña grande que también espera, ansiosa, conocerlo.

Pero en mi caso no es así... me resiente el saber que regresa, pues me recuerda a su abandono en los momentos más duros de mi vida, cuando me prometió lo contrario. Y no pienso perdonarlo... que ni se atreva a acercárseme.

Tocan la puerta de mis aposentos, y por la manera de hacerlo sé perfectamente de quién se trata... una de las personas en las que más confío y más quiero.

- Pasa, Impa...

La Sheikah entra a mis aposentos y cierra la puerta detrás de ella. Muestra hacia mí una mueca de incomodidad y preocupación.

- Zelda... – hace una pausa, como sabiendo que lo que me dirá va a molestarme. – Tu padre me envió por ti... ya el nuevo profesor está aquí.

- ¿Pudiste encontrarlo? – pregunté molesta. – pensé que ibas a tardar más por compasión hacia mí.

- Ay, Zelda... – expresó avergonzada, con las mejillas ruborizadas. – Es que resulta que encontré en la aldea Kakariko a la persona con las características que su Majestad desea. Nunca me imaginé que estaría tan cerca; como hace tiempo no paso por allá.

- En fin... parece que no podré librarme de los Sheikahs...

- ¿¡Quéeee!? ¡Pero qué ofensa para su alteza real! – exclamó con sarcasmo.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora