35. Farsante

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Pensé que los recuerdos ya no iban a invadirme de esta manera, a pesar de que este no tiene imágenes, pues no las necesito para reconocer la risa de Abril ni a su melodía favorita. Es la primera vez que la escucho entremezclada con su voz.

¿Por qué esta sensación ha regresado a martirizarme?

- ¡Yahahaiiii! ¿Pequeño, qué te pasa? – preguntó una voz.

El dolor de cabeza comienza a ceder al escuchar la pregunta, así que abro los ojos.

Hay una criatura... bastante extraña y pequeña.

El ser parece un árbol andante, y por alguna extraña razón se me hace conocido; una hoja grande cubre su rostro, mientras hongos de color rojo crecen en su cabeza. Observándolo bien, tiene muchas grietas en el rostro, casi como arrugas.

¿Dónde lo he visto? Me da ansiedad no recordar...

- ¿Por qué me miras así? – preguntó la criatura en tono indignado. – Yo sé que he envejecido un poco, pero no es para tanto, pues sigo siendo tan guapo como siempre.

- ¿Quién eres? – pregunté, aún arrodillado en la arena y sin dejar de mirarlo. – ¿De dónde saliste?

- ¿¡No me recuerdas!? – preguntó el ser. – Bueno... ya no eres un pequeño, así que quizás no te acuerdes de mí. Soy Gingo...

- ¿Gingo?

Su nombre tambalea por todos los confines de mi mente, hasta que llega al punto exacto. En mi infancia lo conocí. Fue él quien me enseñó a hacerle la corona de flores a Zelda.

- Mi hada padrino... – dije, causando en la criatura una sonrisa.

- ¡Síiiii! ¡Te acordaste de mí!

- Pensé que había soñado contigo. – dije conmocionado.

- No, nunca fui un sueño. – respondió él, riéndose. – A decir verdad, yo debía reaparecer en otra etapa de tu vida, pero en estos momentos también tienes que reclamar algo que te pertenece. Por eso estoy aquí.

- ¿Qué es lo que me pertenece? – pregunté ansioso. – ¿Te refieres a mi espada? ¿¡Tú sabes dónde está!?

Cargué a la criatura en un arrebato de desesperación, causando que esta se asuste y se ría en medio de los nervios. Su textura es casi como la de cualquier árbol, solo que más suave, como la piel de un durazno.

- ¡Suéltame, pequeño Link! ¡Más respeto a tu hada padrino! – reclamó el Kolog, regresando sus pies al suelo. – Mi tronco es frágil.

- Lo siento... – me disculpé, colocando una mano en mi nuca, avergonzado. – Pero estoy desesperado. En estos momentos estoy en una situación que no entiendo, que está fuera de las cosas que tengo que hacer. Tengo que tomar a Zelda y huir de aquí cuanto antes.

- Yo no te lo aconsejo. – dijo la criatura. – Tienes que reclamar las cosas que son tuyas.

- ¿Cosas? – pregunté sorprendido. – ¿Es más de una cosa?

- Así es. Y la mejor manera de que las descubras es que investigues. – dijo Gingo. – Busca por todos los rincones que te llamen la atención, analiza a las personas que se cruzan en tu camino; con lo curioso que eres no te va a costar. Te aseguro que te llevarás una gran sorpresa.

- ¿No entiendes que debo irme? No puedo quedarme más tiempo aquí.

- Si no lo haces te vas a arrepentir... créeme, me lo agradecerás muy pronto.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora