50. Cementerio pasado

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Astor estaba decidido a abandonar el improvisado refugio donde había vigilado los pasos de sus enemigos por tantos meses, por no decir años. Ahora que las bestias divinas habían sido liberadas, ya no tenía caso retrasar lo inevitable. Iba a acabar con Zelda y su maldito escolta, el que le había traído más problemas de lo pensado, mucho más ahora que ya poseía la sagrada arma en sus manos.

- Ahora que ya has recuperado la Espada Maestra, te has acercado casi a ser un problema para mí. – dijo el villano, observando su orbe. – Sin embargo, no tienes idea a lo que te voy a someter, pues la fuerza bruta no es nada para lo que te mereces.

El hombre desapareció el orbe y salió de su guarida, encontrándose con los escombros de miseria que siempre lo rodeaban, mas eso no le importaba, pues nada se comparaba a la podredumbre de su alma envenenada.

- Selene... ¿Qué me faltó para que me elijas a mí? – preguntó el hombre, lleno de rabia? – Tu interés de mujer barata hacia el rey está a punto de verse reflejado en la miseria de tu hija, pues pienso enviarla al más allá llena de perturbaciones, así como lo hice contigo... Tu rostro, mientras agonizabas... nunca lo voy a olvidar.

El hombro apretó su puño con tal fuerza que hasta logró desangrarse, pero la rabia no le permitió tener dolor, e incluso manchó su rostro con el líquido rojo. Poco después, se tranquilizó, centrándose en un hecho más importante.

- Tengo que prepararme para la boda que se avecina... – dijo, sonriendo con malicia. – Debo verme presentable para tu niña, Selene.

El rufián volvió a esconderse en su madriguera a alistar los preparativos para su último acto.

...

Al anochecer, la pareja llegó con Terrak al laboratorio de Rotver, quien se alegró mucho de verlos con vida después de haber liberado a todas las bestias divinas. Sin embargo, su mayor sorpresa fue haber visto al pequeño guardián con ellos.

- Muchachos, gracias a la diosa que han salido triunfantes en todo este periplo. – dijo el hombre, emocionado.

- Ha sido un camino difícil, pero estamos satisfechos de que las cuatro bestias divinas y el espíritu de sus guardianes se encuentren libres. – dijo Zelda, sonriendo.

- Ahora lo que toca es buscar a Astor y a Ganon. – dijo Link, mortificado. – Y no tengo idea de dónde comenzar.

En ese momento, el científico notó que Link portaba la Espada Maestra, cosa que le hizo emocionar más.

- ¡La Espada Maestra! – gritó el hombre, emocionado. – Finalmente, pudiste recordar cómo recuperarla.

- Así es, y es por eso que necesito con urgencia encontrar al enemigo...

- Con calma... ni siquiera sabes dónde está. – dijo el hombre, preocupado. – Buscarlo por tu cuenta sería arriesgarte, así que lo más idóneo es esperar a que él de señales.

- ¿Señales? – preguntó Link, alarmado. – ¿Y hasta eso que siga haciendo de las suyas? Usted no entiende, pero esto ya es algo personal.

- Link, tú siempre has sabido separar las cosas, pensar con cabeza fría ante el enemigo. ¿Qué te ocurre? – reclamó Rotver.

Link desvió la mirada, avergonzado ante su falta, pues ahora demostraba todo lo contrario a lo que como guerrero lo caracterizaba. Sin embargo, la preocupación por el estado de Zelda lo estaba acabando, quería terminar con todo de una buena vez.

- ¡El vejete tiene razón!

En ese momento, una conocida voz se hizo presente, por lo que todos voltearon para descubrir a su dueña. Prunia había llegado al laboratorio de Akkala, causando que Rotver caiga de espaldas al ver el rejuvenecido físico de la mujer. Ya estaba en comunicación con ella desde hace tiempo, pero nunca se imaginó que se iba a ver tan joven y hermosa como la época en la que trabajaron juntos.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora