51. Por la vida

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Observo el anillo en mi dedo con curiosidad, mientras mi corazón palpita con descontrol. ¿De dónde ha salido esto? No recuerdo dónde lo encontré. ¿Lo habré comprado? ¿Lo hallé mientras ayudaba a papá con la cosecha?

- ¡Link!

- ¿¡Qué!? – pregunté alterado por la insistencia de mi hermana.

- ¿De dónde es ese anillo?

- ¡No tengo idea, Abril! – respondí nervioso. – No creo que sea importante.

Intento quitarme el anillo, pero grande es mi sorpresa al descubrir que no sale de mi dedo, por más fuerza que empeñe. Después de unos minutos, suelto un soplido de resignación.

- No sale...

- Después te lo quitas. – dijo mi hermana. – Mamá ya tiene listo el desayuno y después tienes que ir a ayudar a papá con la cosecha.

- ¿Mamá? ¿Papá? – pregunté impactado.

¿Por qué tengo ganas de llorar al escuchar mencionar a mis padres? Si vivo con ellos, los veo todos los días. Siento como si hubiera dejado de verlos para siempre, cuando mi mente me dice que no es así.

No digo nada más, me cambio de ropa con prisa y bajo al comedor, donde se encuentran ellos. Mi madre, tan hermosa, me mira con el cariño de siempre. Mi padre me sonríe desde la mesa, mientras toma una taza de café.

- Buenos días, hijo. – me dijo mi madre, acercándose a mí.

Mi mamá me abraza, cosa que le correspondo con el mismo cariño, mientras siento inmensas ganas de llorar y el deseo de no soltarla nunca, pero por alguna razón no puedo, algo me lo impide.

Todo lo que siento a mi alrededor es tan irreal...

- Hijo, desayunemos en familia, para que después me ayudes con la cosecha. – me dijo mi padre, señalándome mi lugar en la mesa. – Siéntate.

- Claro...

También siento el impulso de abrazar a mi padre, pero no me atrevo y no entiendo por qué, pues él es parte de mi vida diaria. Tengo presente que lo veo todos los días.

Ahora los cuatro, como una familia normal, estamos desayunando, conversando de cosas triviales o riéndonos de las ocurrencias de mi hermana pequeña. Soy inmensamente feliz en este momento, tanto que parece un sueño.

Una vez que terminamos de desayunar, mi madre y mi hermana salen al pueblo a comprar víveres y otras cosas para el hogar, mientras que mi padre y yo vamos al campo a trabajar con la cosecha. En el camino, él cruza su brazo en mi espalda para abrazarme, y una vez más vuelvo a sentir inmensas ganas de llorar.

Pasamos por Hatelia, y como si fuera algo nuevo, me maravillo de verla funcionar como siempre... como la veo todos los días.

¿Qué me pasa? No lo sé... Quizás la fiebre me va a regresar.

Una vez que llegamos al terreno para trabajar, comienzo a arar la tierra, tal y como lo hago todos los días, como no podía ser de otra manera. Poco después comienzo a mirar a mi alrededor, hasta que veo una luz azulada brillar desde el bosque que está fuera de la aldea.

¿Qué es eso?

Su brillo me causa mucha curiosidad, por lo que dejo lo que estoy haciendo y me acerco, pero mi padre toca mi hombro y me detiene.

- ¿A dónde vas, Link? – preguntó papá, preocupado.

- Voy a ver qué hay allá. – respondí señalando. – Hay una luz.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora