49. Amor propio

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Tal y como el rey ha solicitado, mis compañeros y yo hemos eliminado la mayor cantidad de monstruos que han invadido Hyrule. Sin embargo, sé que nuestros esfuerzos serán en vano, pues siempre aparecen de nuevo y cada vez más, como si Ganon tomara sus cadáveres y les devolviera la vida. Como dijo Impa, es muy seguro que eso tenga que ver con la luna carmesí que comenzó a aparecer desde hace meses. Sin duda, eso es obra de ese maldito rufián.

Mi persecución a los monstruos provoca que me aleje de mis compañeros, por lo que termino llegando al Gran Bosque de Hyrule.

- Mi padre va a volver a molestarse conmigo. – me quejé afligido. – Siempre me dice que aprenda a trabajar en equipo, pero simplemente me cuesta llevarles el ritmo. Prefiero hacer todo solo.

Mi padre está en contra del individualismo, y aunque no sienta desagrado de estar en grupo, en situaciones extremas, prefiero hacerlo solo. Claro está... con una excepción.

Solo con los Campeones pudo sentirme cómodo, a pesar de los comentarios desatinados de Revali, pues los demás se han convertido en invaluables amigos. Y sobre Zelda... aún sigue mostrando desagrado hacia mí, y es ahora cuando más deseo estar cerca de ella, pues la frustración de no despertar su poder la consume cada día, sumado a eso desconocer el paradero del elegido por la espada destructora del mal.

¿Quién será esa persona? Quisiera encontrarlo de una buena vez, pues estoy seguro de que es alguien muy seguro de sí mismo, totalmente empoderado de su misión y sin temer cumplir con las altas expectativas de los demás... No como yo.

- ¿Qué fue eso?

Mis pensamientos se ven interrumpidos por un sonido detrás de los arbustos, por lo que de inmediato tomo mi espada y escudo para ponerme en guardia. Un enemigo seguro logró seguirme, por lo que no dudaré en acabar con él de inmediato.

Con cuidado, me acerco hasta el matorral, el que alzo rápidamente para atacar.

- ¡Muere, maldi...!

Sin embargo, detengo mi espada al ver que lo que se encuentra frente a mí no es un monstruo, sino todo lo contrario.

- ¿Un caballo? ¿Pero có...?

Sin preverlo, el caballo pega su hocico a mi cara, lo que me deja sorprendido y al mismo tiempo asustado, pues ninguno de los caballos con los que he tratado se ha comportado así conmigo, a pesar de ser dóciles.

- No puede ser, pero si eres un caballo salvaje demasiado cariñoso. – expreso sorprendido, acariciando el hocico del animal.

Mientras el caballo sigue en los mimos, comienzo a examinar algunas características de él, sobre todo en el tamaño de sus orejas o la forma de su hocico, lo que me hace descubrir algo más.

- Eres una hermosa yegua. – dije, siguiendo con el cariño. – Nunca había visto un animal como tú, y eso que me he recorrido todo este reino. No vuelvas a asustar así a las personas, pues pensé que eras un enemigo.

Procedo a retirarme para regresar con mis compañeros, pero la yegua me sigue y me quita el casco de mi armadura.

- ¡Hey! ¿¡Qué haces!? – reclamé impactado. – Eso es mío.

Al parecer, la yegua quiere darme un mensaje con su traviesa acción.

- ¿Quieres quedarte conmigo y ser mi montura? – pregunté, tomando mi casco.

El animal resopla en mi cara, lo que me demuestra su afirmativa respuesta. Me abrazo a ella para recibirla.

- Nunca me imaginé que tendría mi primer caballo de esta forma, pues los demás solo son parte de la guardia real. – mencioné emocionado. – ¿Cómo debería llamarte?

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora