34. Impostor

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¿Cómo no pude darme cuenta de la presencia de más personas? Todo estaba tranquilo en la fuente del valor, y de la nada nos cayeron encima a inmovilizarnos. Me siento tan culpable por no haberme dado cuenta de esto, de no haber defendido a Zelda, pues ella está acorralada, como yo.

Ahora que sé que la amo, que esa melodía se encargó de abrir los ojos a mis confundidos sentimientos, mi ansiedad por protegerla aumentó. Literalmente, estoy atado de manos y estos tipos nos quieren llevar ante una tal Saria.

Y ese nombre... Algo raro sentí cuando lo escuché hace un momento. ¿Será alguien de mi pasado?

Las personas que nos tienen atrapadas poseen una tonalidad de piel tostada oscura, quemados por el sol... ¿De dónde serán?

- ¿Link, estás bien? – preguntó Zelda, preocupada.

A lo que la princesa habla, las mujeres que la tienen cautiva la sostienen con más fuerza para que se calle, lo que me llena de furia.

- ¡Silencio, chica! – gritó una de ellas. – ¡No se te ha dado permiso para hablar!

- ¡Suéltala! – reclamé enfurecido. – ¡La estás lasti...!

Me quedo sin aire ante el golpe recibido por uno de mis captores, lo que me demuestra que tampoco tengo "permiso" de hablar. Me siento tan inútil ante esta situación.

- ¡No, Link! – gritó Zelda, desesperada. – ¡No le hagan daño, por favor!

- ¡Cállate! – gritó mi captor. – ¡Otro que habla sin parar! Mejor guarden sus palabras, pues las van a necesitar cuando estén ante la presencia de la señora Saria.

No puedo permitir que le hagan daño a Zelda, peor que la golpeen como lo acaban de hacer conmigo. Cedo, aunque me cueste, no forcejeo más para que nos trasladen hasta donde esa señora.

El misterioso grupo nos lleva fuera de la fuente a rumbo desconocido. A la distancia veo al lobo observándonos, mientras mueve la cola; se lo ve contento. Él nos trajo a esta situación por alguna extraña razón.

No puedo hacer más que estar listo para enfrentar lo que sea que nos espere.

...

Los captores nos llevaron por el largo camino del bosque, falta poco para la llegada del ocaso. Incluso tomaron a nuestros caballos, los que por suerte se encuentran tranquilos, quizás para no exponernos a ningún peligro. De la tensión, o quizás mi normal desconocimiento, no pude descifrar dónde nos encontrábamos, pues nos vemos rodeados por nada más que el verdor de los árboles.

Ante este escenario, una laguna de imágenes comenzó a invadirme, pero no como recuerdos comunes, sino ráfagas de vivencias.

Me veo un poco más joven que ahora, Epona detrás de mí, mientras yo me alejo cada vez más de ella. Y me adentro a un bosque opaco, misterioso y silencioso, donde llamas me guían hacia un camino que me atrae brutalmente, el que me da ansiedad llegar.

- Por fin llegamos. – dijo uno de los captores. – Ha sido un estorbo viajar con estos impostores.

- ¿Por qué nos llaman "impostores"? – preguntó Zelda, confundida. – ¿Con quiénes nos confunden?

- ¡Dije que te calles! – gritó la captora de la dama. – Ya nuestra señora dará todas las explicaciones... y sobre todo nos dirá qué hacer con ustedes.

Caminamos unos metros más, hasta que el verdor se acaba, pasando por unos grandes arbustos.

Nunca creí que un bosque pudiera estar unido a un sitio como este... uno que me impacta cuando lo veo a la distancia.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora