19. El rechazo

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No faltaba mucho para que los ojos de Zelda se abrieran, pero por una razón que solo ella conocía, no deseaba hacerlo.

Unos dedos suaves no dejaban de recorrerla, desde el pelo hasta las mejillas, deteniéndose varias veces en sus labios, acariciándolos con suavidad. Aquella mano era algo rugosa, pero aun así la sentía gentil, pero sobre todo demasiado familiar.

No era un sueño para la princesa, ella sabía que Link la estaba acariciando al pensar que se encontraba profundamente inconsciente, y de alguna manera se estaba aprovechando de su vulnerable estado. Sin embargo, eso no le molestaba, sino todo lo contrario.

- Link... no me importa que te aproveches. – pensó encantada.

Si Impa pudiera leer sus pensamientos, seguro le daría una reprimenda sobre la moral y los "correctos" comportamientos de una dama. A pesar de que ella conocía más de lo debido sobre su pasado con Link.

- ¿Zelda? – llamó Link, retirando la mano con prisa.

Un movimiento involuntario de la princesa hizo que Link se diera cuenta de su imprudencia, por lo que se detuvo. Zelda, algo decepcionada por haber perdido tales privilegios, abrió los ojos lentamente, encontrándose con la preocupada mirada de su caballero.

- Link...

- Zelda... – la miró sonrojado, pero esforzándose por verse tranquilo. – ¿Có... cómo te sientes?

- Mejor... – la dama aún seguía confundida, pero su mente comenzaba a aclararse. – ¿Qué me ocurrió? Estábamos en la Fuente del Poder y luego...

Y fue ahí que Zelda comenzó a ya no estar mejor, pues sintió dolor de cabeza, náuseas y miedo. Link, al darse cuenta de su cambio, retiró el pedazo de tela que estaba en su cabeza y lo remojó en el agua con hielo, para después colocarlo de nuevo en su frente.

- Tranquila... – dijo Link, acariciando el rostro de la dama. – Apenas perdiste el conocimiento, te traje al rancho de Akkala Este, donde nos hospedamos la noche anterior.

- Link...

- No tienes nada qué temer, ese ser se fue... no está por aquí. – respondió Link, sin dejar de tocar el rostro de su dama.

Sin duda, cada caricia del caballero a la princesa era un bálsamo calmante y arrebatador para ella.

- Link... – preguntó Zelda, tratando de calmarse. – ¿Tú no recuerdas a ese hombre? A Astor.

Link se quedó pensativo por varios segundos, para luego responderle a su protegida.

- Obviamente, como todo lo que me rodea, se me hace familiar. – respondió él. – Quizás por eso reaccioné mal al verlo y pude protegerte a tiempo de su ataque... pues él iba directo a ti, Zelda. A nadie más.

La princesa se quedó callada varios segundos, mientras las manos le temblaban. Link las tomó, sabiendo que cada vez tenía más acercamientos con la dama, y eso le gustaba, pero también le asustaba. Sin embargo, como su protector, debía velar por su seguridad, y eso incluía su estabilidad emocional.

- No estás obligada a hablar, Zelda. – dijo Link, apretando las manos de su dama. – Sin embargo, es bueno, de vez en cuando, sacar las cosas que uno siente... el guardar silencio de algo que nos perturba, nos mata lentamente.

Esa frase de Link le hizo recordar a Zelda lo que él, una vez tomaron confianza, le confesó hace cien años. Que prefería callar y seguir con su destino para no fallar a otros, sobre todo al rey y a su padre. De ninguna manera iba a permitir que ellos se decepcionen de él.

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora