42. Memorias de arena

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- Mami, hace mucho calor...

Mamá me ha traído al desierto Gerudo, pues dice que toda princesa debe conocer su reino a totalidad. El sitio es enorme, lleno de arena por todos lados, aburrido... pero más me llama la atención los graciosos animales que se revuelcan contentos por doquier.

- Zelda, esas son morsas del desierto. – dijo mamá. – Cuando no haga tanto calor, iremos a jugar con unas que están ya amaestradas. Y tranquila, apenas lleguemos a la ciudadela, beberemos algo refrescante para este calor.

No tardamos mucho en entrar a la ciudadela, y claro está, acompañada por todas nuestras doncellas. Impa no pudo venir, pues se quedó con papá y el señor Astor revisando unos asuntos.

El señor Astor me sigue dando mucho miedo, no sé por qué... pero mamá dice que es bueno y que es su mejor amigo, y que quizás lo percibo así porque es muy serio.

Con las doncellas escoltándonos, subimos las escaleras del pequeño palacio que acoge este sitio... y con cada paso, percibo a mamá más emocionada.

- Bienvenidas...

Sentada en un sencillo, pero imponente trono, se encuentra una mujer tan distinta a las que estoy acostumbrada a ver, pero sumamente hermosa. Su piel morena reluce y combina tan bien con este desértico ambiente, pero sobre todo me sorprende su mirada, imponente, pero al mismo tiempo cálida... como la de mamá.

La mujer, dejando de lado todo decoro, baja del trono y se abalanza a abrazar a mi madre, cosa que ella le corresponde con el mismo cariño.

- Después de tantos años has regresado a esta tierra. – dijo la imponente dama. – Bienvenida, mi querida Selene.

- Gracias a ti por recibirme... o más bien, recibirnos. – dijo mi madre. – Esta vez no vine sola. Te presento a mi rayo de luz.

La mujer baja la mirada para observarme con admiración y cariño, cosa que no comprendo porque no la conozco, a pesar de que su aura se me hace demasiado familiar.

- Hola, pequeña Zelda... cómo has crecido. – dijo la mujer, admirada, hasta me pareció ver que contenía las lágrimas. – Parece que fue ayer cuando te tuve entre mis brazos.

- Buenos días. – saludo, dando una reverencia. – Es un gusto...

- Urbosa. Mi nombre es Urbosa.

*.*.*.*.*

Urbosa... Urbosa... Urbosa...

Su nombre retumba en mi cerebro a martillazos, mientras mi corazón explota dentro de mi pecho. ¿Será que el infame calor del desierto ha creado un espejismo para torturarme?

- Urbosa... – dije, acercándome a ella con ansiedad. – No puede ser, ¿eres tú?

Sin embargo, cuando estuve a punto de tocar a la llamada Urbosa, siento como el rostro me quema como si me estuviera sumergiendo en la lava de la Montaña de la Muerte.

- Zelda... – me llamó Link, preocupado y acercándose a mí. – ¿¡Qué tienes!?

Siento como mi caballero me toma de la cintura, mientras mis rodillas tocan el suelo. Estoy consciente, pero no puedo moverme ni hablar.

- ¡Zelda!

- ¡Tranquilo, muchacho! – habló Akil, preocupado. – Solo le ha dado una fuerte insolación por el terrible calor.

- Llevémosla a casa. – dijo la mujer que acabábamos de conocer, Urbosa.

En el momento en el que ella me toma del brazo, puedo notar que Link la mira con desconfianza. ¿Será que la ha recordado? ¿Qué estará pasando por su mente?

Recuerdos de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora