La sonata no. 14 en C menor de Ludwig Van Beethoven sonaba por los altavoces de la morgue. Los médicos forenses caminaban entre las dos camillas en las que se encontraban los cadáveres de dos jóvenes que se habían infiltrado en las instalaciones especiales que salvaguardaban los documentos de la CIA y el FBI, así como planos de la NASA y fotos clasificadas acerca de los trabajos sucios del FBI. Documentos, biografías y expedientes de cada uno de los mandatarios y líderes poderosos de ciertas organizaciones que se supone, no existían. Todo casi comprometido por ese par, pero Harrison sabía que había una tercera persona implicada, pues después de varias entrevistas, casi la mitad de los guardias de seguridad concordó en que un tercer sujeto eliminó al testigo que habían capturado con vida. Harrison se cruzó de brazos, impasible, mientras esperaba a que sus informáticos pudieran recuperar las imágenes de las cámaras de seguridad. Sentía un hormigueo en lo más profundo de su estómago. Tenía la seguridad de que el tercer sujeto era en realidad ella. La hija perdida de Natalie y Eric Shields. Se pasó una mano por su cabello rubio, y suspiró. Esperaba que fuera ella. Tenía unas ganas tremendas de darle caza, y asesinarla. Terminaría el trabajo. Después de asesinar a Natalie, buscó por cielo, mar y tierra a Eric y a su hija, que, desgraciadamente, se había escapado aquella vez entre las colinas de Escocia. Eso le valió el puesto como líder de Operaciones Especiales, y ahora estaba confinado a vivir bajo las órdenes de Benedict Whiplash. Vivía con el nombre manchado, pues matar a una niña inocente era pan comido. Y él no sólo la había dejado vivir, sino que además, lo había reducido hasta casi llegar a las cenizas. Lo conocían por haber fallado y comprometido a la organización. Por salir de casa de los Shields ensangrentado y a dos pasos de la muerte...
Harrison salió de la morgue, y la música clásica que sonaba por los altavoces fue desapareciendo conforme se alejaba de allí. Entró a la habitación de seguridad, en donde dos de sus más fieles trabajadores se deslomaban para conseguir las imágenes de seguridad. -Ya casi lo conseguimos, jefe- le informó Julian, el más joven de los informáticos. Clarissa, su otra camarada, estaba tecleando unos códigos en el monitor. Al ver entrar a Harrison, la duda la asaltó, y no pudo reprimir la pregunta que le llenó la cabeza cuando escuchó los testimonios de los agentes de seguridad. Una clase de ataque que había ocurrido en el centro de información, en dónde se habían encontrado dos guardias asesinados, y dos atacantes. Se hablaba de un tercer sujeto, y Clarissa llevaba mucho más tiempo trabajando para Harrison, y sabía su historia. -¿Es cierto qué ella regresó?-. Harrison la miró con odio, y ella se arrepintió de haber hablado. -Si es ella no pienso fallar esta vez- respondió tajantemente. Julian escuchaba con atención, pero no sabía de qué iba la conversación, así que decidió no hacer más indagaciones. Antes de que la ira de Harrison hiciera presencia, el monitor emitió un pitido, y la imagen de una chica enfundada en un traje negro, inundaron la pantalla. Harrison sintió que algo se estremecía dentro de él. Ya no era la niña de diez años... Era una mujer de 18, con cabello caoba salvaje y una mirada de odio puro. Se veía letal, seductora... Todo lo que esperaba encontrar después de saber que Eric la había entrenado. No fallaría de nuevo. Harrison se acomodó la corbata que llevaba en el traje, y regresó a la morgue, dejando a Clarissa y Julian estupefactos. Los forenses ya estaban analizando el cabello de los cadáveres, para así determinar datos como su edad, identidad, y dirección. Harrison se acercó a uno de los médicos. -¿Para cuando tendrán lista la información?- preguntó con impaciencia. El hombre miró su reloj de muñeca. -Aproximadamente a las 11 de la mañana- contestó. Harrison suspiró y asintió con la cabeza. -Si pueden apresurar todo, háganlo... Estamos bajo amenaza- dijo, y después se retiró hacia la oficina de Benedict... Necesitaba convencerlo de que esta vez no fallaría. Él era la única persona que debía asesinar a la hija de Eric y Natalie.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
Benedict Whiplash era un hombre aburrido, frío y además muy alto. Harrison lo odiaba con todo su ser... Pero era su jefe, y aunque le doliera, debía respetarlo. Estaba esperándolo en la oficina que una vez había ocupado él. Movía la pierna con impaciencia, porque en vez de estar aplastado en la silla, debería iniciar la búsqueda de la hija de Natalie. Sintió un hormigueo en su estómago al recordar la imagen de la joven. Pensaba en lo mucho que deseaba verla encerrada en el reclusorio de alta seguridad que la organización tenía en una parte muy secreta en Washington. Una vez ella había estado ahí. Y lo recordaba perfectamente porque se había originado todo un caos. Habían encontrado a una niña de 14 años en una cabaña abandonada muy cerca de Canadá. La hija perdida de los Shields, quién al parecer, había activado un localizador que tenía el nombre de Eric. La habían llevado al reclusorio, pero Harrison no había tenido oportunidad de asesinarla, pues esa tarea se había asignado a otra persona "mejor calificada" según Charles Whiplash, quién constantemente le recordaba su error. Para sorpresa de todos, la niña parecía inocente. Parecía, porque en el fondo, Harrison sabía que no era así. Y luego, ella hizo una petición. O más bien, un chantaje bien hecho que costó 15 vidas. Pidió ver a Helena Green, la esposa de Charles, a cambio de revelar el paradero de su padre. Charles y Helena cayeron en la red por la terrible necesidad de encontrar a Eric. Helena acudió a la niña, quien estaba en una sala de entrevistas muy bien vigilada... Pero todos se habían confiado demasiado. La supuesta entrevista terminó con Helena muerta a manos de la niña. Helena y 14 agentes de seguridad. La niña había desaparecido.
Los recuerdos quedaron apagados cuando Benedict entró, y se sentó frente a Harrison. -Solicitaste verme urgentemente, Harrison... ¿Qué es lo que te quita el sueño?- preguntó Benedict, con un tono de burla. Harrison tomó aire. -El sujeto 97-0A...- comenzó a decir, pero Benedict golpeó el escritorio con sus manos para callarlo. Estaba furioso. -El sujeto 97-0A desapareció, Harrison. Si vienes a excusarte, te recomiendo que te largues de mi oficina- atajó benedict, haciendo un gesto despectivo con su mano. Harrison sintió que la furia y el odio lo abrazaban. -No me sirve excusarme después de ocho años... Sólo vine a decirte que ella apareció- respondió con lentitud, mientras trataba de modular su voz. Benedict se cruzó de brazos. -La respuesta es no- contestó. Harrisón se levantó de la silla con tanta rapidez, que ésta emitió un terrible chillido. -Puedo hacerlo... Esta vez no fallaré...- comenzó de nuevo, con fuego en su mirada. Benedict siguió sentado como estatua. -Tu única tarea era eliminar a Natalie y Eric Shields... Por favor, dime como terminó...- replicó él, mientras apretaba los puños. Harrison se sentía humillado. Humillado e insignificante. Se quedó callado. No iba a responder a aquello. Todos sabían de sobra como había terminado. Y necesitaba venganza. La voz calculadora de Benedict rompió el silencio. -Dime cómo terminó-. Harrison apretó los puños y trató de controlar su respiración. -Fallé y todo el mundo la sabe. Helena murió. Eric sigue vivo. Ella sigue viva. Pero puedo remediarlo. Puedo hacerlo. Y ahora no voy a fallar...- respondió, hasta que su jefe lo interrumpió. -No. No me vas a fallar de nuevo, porque ahora tienes más odio. Y el odio hace más fuerte a un hombre. Le da la fuerza necesaria para asesinar. Los quiero muertos.- finalizó. Para Harrison, aquello que escuchó, fue como sentir que le aventaban un balde de agua helada. Asintió una vez con su cabeza, aún tratando de controlar el temblor de su cuerpo por la furia. Se retiró de la oficina de Benedict. Tenía trabajo que hacer. Fue a preparar su equipo necesario. No iba a fallar esta vez. En su cabeza apareció la imagen de la hija de Natalie, tan parecida a Eric... Recordó las humillaciones, las miradas de burla, las bromas y todo lo que había ocurrido en su vida por culpa de la chica. La iba a hacer sufrir. La iba a encontrar, y la iba a refundir en el reclusorio... pero no para interrogarla. La iba a hacer sufrir hasta su muerte.

ESTÁS LEYENDO
La Última Jugada
AcciónMi padre me dice que esto es un juego de Ajedrez. Que el mundo es el tablero, y que la organización y nosotros somos las piezas. Apuesto a que estoy en el lado blanco, aún cuando mis manos están llenas de sangre. Aún cuando a mis espaldas solo hay m...