Erin terminó de vestirse, se cepilló el cabello y los dientes, y se cargó su mochila al hombro. Abrió la puerta de su habitación justo cuando Jeff iba a llamar. Ambos se quedaron mirándose. El chico claramente incómodo fue el primero en apartar la vista. -Que bien que pudiste asearte un poco- comentó. Erin frunció el ceño, y reparó en que ciertamente llevaban dos días y Jeff aún no tomaba ni un baño. Ya se veía sucio. La idea de ir a comprarle ropa rondaba en su cabeza, pero no abrió la boca. Sólo suspiró. -En la próxima parada, quizá puedas conseguir ropa...- comenzó a decir, pero Jeff ahogó una risa, y la interrumpió. -Estoy sin fondos monetarios. Ya he gastado todo, Erin- comentó con una sonrisa en los labios. Erin se lo quedó mirando, esta vez, recordando lo que era no tener nada. -¿Sabes algo? Entra ahí y dúchate. Voy a conseguirte algo de ropa- le ordenó ella mientras señalaba el baño en su habitación. Jeff suspiró. -Gracias, Erin. Eres genial- le dijo a la chica y entró en la habitación. Observó a la asesina salir y cerrar la puerta. Se preguntó si ella sospechaba del chip que él tenía implantado en el antebrazo. Pensó que a lo mejor esa sería la última vez que la vería. Comenzó a odiar estar mintiéndole. Entró al baño, se desvistió, y se dio cuenta de que el bulto en su piel había desaparecido. Se metió bajo el chorro de agua caliente, y se dio cuenta de que era un fracasado con buena suerte. Siempre lo había sido. Tenía dinero, tenía todo lo que deseaba. Tan solo en ese momento, en ese pequeño cuarto de baño, en ese hotel de paso, con sólo cinco dólares y muy lejos de su hogar, aprendió que había personas que lo pasaban peor. La imagen de Erin llegó a su mente. ¿Que otras cosas había vivido ella? Como mucho, la asesina era la persona más interesante que había conocido.
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Erin arrastró sus pies hacia una tienda de autoservicio que se encontraba cerca del hotel. Afuera encontró a una señora y su hijo, pidiendo dinero o comida. Ella suspiró y entró. Revisó los aparadores de ropa, y por suerte encontró lo que necesitaba. Había pantalones de mezclilla y camisas con estampados de automóviles. Rió para sus adentros imaginándose a Jeff vistiendo eso. Erin se ruborizó a mas no poder cuando escogió la ropa interior. Jamás había sentido algo así. O era que a lo mejor nunca había hecho algo así. Antes de salir, consiguió cuatro sándwiches y cuatro jugos de frutas. Entregó la mitad del alimento a los pobres, y regresó a su habitación. Cuando entró, Jeff estaba saliendo del baño, únicamente con una toalla amarrada a la cintura. Erin cerró la puerta, y centró toda su atención en los ojos del chico. Jeff se cruzó de brazos tratando de ocultar su cuerpo. Erin no sonrió. Se limitó a lanzarle la bolsa de ropa que le había traído. -Toma. Vístete- le ordenó ella, mientras se sentaba en la cama. Jeff tomó la bolsa y volvió a meterse al baño, acalorado. -¿Pero qué demonios te pasa?- se preguntó.
Erin comenzó a mordisquear su sándwich sin mucha convicción. El jugo se lo tomó en tres largos tragos. Suspiró. Todavía tenía que buscar a su víctima. Aún quedaban personas por asesinar. Y ella estaba ahí sentada, perdiendo el tiempo. Gruñó, y dejó el sándwich sobre la mesita de noche. Se tiró en la cama.
Jeff cepilló su cabello inútilmente con los dedos, y salió del baño, encontrando a la chica tendida en la cama. Una parte de él quiso besarla lentamente. Otra quería darle una patada en el trasero para que recapacitara, y se pusiera alerta. -Hey... tienes... ¿comida?- preguntó, viendo el sándwich. Observó que la asesina se levantaba de golpe y asentía con la cabeza. -Sí, come los dos. No tengo hambre- suspiró ella. Jeff sonrió, agradecido y se acercó a ella. Le dio un suave empujoncito en el hombro. -En verdad eres genial, Erin- comentó. La ropa no le quedaba mal, y además podría almorzar.
Erin sonrió de lado, pero la felicidad apenas le llegó a los ojos. Encendió la televisión, y descubrió que la antena no funcionaba. No había nada para ver. Suspiró con fastidio mientras veía al chico comer. Se veía grande. Un poco. Sólo cuando no actuaba como un niño. Sin poder controlar su lengua, preguntó. -¿Qué edad tienes?-.
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La Última Jugada
ActionMi padre me dice que esto es un juego de Ajedrez. Que el mundo es el tablero, y que la organización y nosotros somos las piezas. Apuesto a que estoy en el lado blanco, aún cuando mis manos están llenas de sangre. Aún cuando a mis espaldas solo hay m...