Jeff

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Jeff Hudson estaba repartiendo las tazas de café de los empleados de informática y seguridad nacional. Era un becario, pero había escalado hasta allí muy rápido debido a su carisma, y su físico. La mitad de las empleadas se derretían por él, y Jeff sabía como aprovecharlo. Acababa de graduarse en criminología... En realidad acababa de PAGAR por su título. Pero le daba igual porque al fin y al cabo estaba dentro de la FBI. Aspiraba a ser algo así como un detective en jefe o algo por el estilo. Jeff estaba muy seguro de que lo merecía. Tenía el cabello café, ojos azules, y un muy buen cuerpo. Se exigía demasiado, pero tenía lo que quería. Sus padres gozaban con una fortuna que dejaría mudo a cualquiera. Jeff no tenía necesidad de trabajar... Pero le divertía la idea muy cliché de ser un líder detectivesco por el cuál todas las mujeres babeaban. Le entregó el café a una chica, y le guiñó un ojo. Ella se ruborizó. Jeff continuó su camino, seguro de que tendría diversión esa mañana. 

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Después del rapidín que tuvo con la chica en uno de los baños, se alejó de la sala de informática y desapareció por un pasillo restringido para él. De hecho, parecía que todos estaban un poco estresados esa mañana, había escuchado que un hombre gritaba: -¡La tenemos!- y después se habían hecho varias llamadas a las diferentes estaciones de policía. Después de un rato todo fue una falsa alarma, y todos volvieron a su trabajo. Jeff comenzó a caminar y observar algunos departamentos... El de comunicación, el de tecnología, la morgue...
Había escuchado de un presunto ataque que había dejado dos atacantes muertos. Se manejaba información muy importante por ahí. Y clasificada, también... Pero como él no era muy observador, le importaba un comino. Eso hasta que llegó a la puerta de otra oficina de informática. Estaba cerrada, y se escuchaban los gritos enfurecidos de un hombre. -Algo salió mal- susurró él, alejándose hasta llegar al área de copiadoras. Estaban funcionando como locas. Todas emitían pitidos y veía las hojas caer al suelo. Eran carteles. Se acercó despacio y tomó una hoja. Estaban buscando a una chica. Dejó caer la hoja porque evidentemente no llamaba su atención. Se ocultó detrás de una copiadora y sacó su iphone. Estaba aburrido como una ostra, y decidió jugar Angry Birds solo para pasar el rato. Luego actualizó su Facebook, Twitter, Snapchat, Instagram... Estaba muy entretenido ahora sí... Hasta que una voz grave lo llamó. -¿Se divierte, Hudson?-. Jeff se levantó de inmediato, maldiciendo mentalmente. Era George Harrison. Y Jeff se sintió estúpidamente aterrado. Aquel hombre exigía respeto... Casi como el líder de piso, Benedict Whiplash, a quién, por fortuna, no se había topado nunca. -Ehh, no señor, lo siento, no era mi intención- respondió guardando el iphone. Harrison lo estudió unos minutos. Y luego rompió el silencio. -¿Es becario de esta área?- preguntó. Jeff asintió con la cabeza. Y entonces, Harrison se acercó a él, lo tomó del brazo y lo llevó a rastras hasta su oficina.

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La oficina de Harrison era pequeña, pero muy lujosa. Había medallas y reconocimientos en las paredes, y algunas estanterías... Jeff estaba sentado, solo. Harrison lo había dejado ahí con la única orden de permanecer ahí. Y él sopesaba las posibilidades de ser despedido, hasta que Harrison entró con un hombre largo de cabello negro y ojos azules, quién lo observó con aburrimiento. Jeff sintió eso como un insulto a su masculinidad, pero igual lo entendía porque ese tipo era realmente un palillo de dientes. -¿Y cómo piensas que la encuentre?- preguntó en voz alta el hombre a Harrison. Jeff se quedó mudo. Al parecer, algo no cuadraba. Harrison se acercó a él, y le colocó una mano en su hombro. Jeff comenzó a sentirse importante, pues al parecer le agradaba al jefe Harrison. -Sencillo, lo entrenamos y cuando ella dé señales de vida, lo dejamos ahí- contestó. Jeff se removió un poco incómodo. Estaba seguro de que lo iban a utilizar con ella... Y ni siquiera sabía que significaba eso. Decidió aligerar el ambiente. -¿Por qué no mejor la asusta con su altura y ya?- le preguntó al tipo alto, quien de inmediato lo fulminó con la mirada, y sin decir nada se marchó. Cuando él y Harrison se quedaron solos, el Jefe comenzó a reír con ganas. -Acabas de insultar a Benedict Whiplash... Pero, nos llevaremos bien- logró articular. Jeff sintió un poco de miedo. Harrison no se veía para nada como una persona capaz de tener amistades. Jeff se quedó quieto mientras el jefe se recuperaba de su ataque de risa, y garabateaba algo en unos papeles; luego se los entregó junto a una pluma, y le anunció: -Felicidades Jeff Hudson, ha ascendido de puesto-. Jeff se quedó de piedra. Esperaba eso, pero no con tanta rapidez. -¿En verdad? ¿Y cuál es mi empleo?- preguntó mientras firmaba en cada una de las hojas. Al diablo la lectura. Luego tendría tiempo de leer toda esa biblia. Harrison sonrió con malicia. -Será mi espía- respondió. Jeff soltó una carcajada incrédula. -¡Excelente! Y ¿Quién es mi blanco?- preguntó. Harrison sonrió mas abiertamente, y Jeff olvidó toda su emoción. Algo andaba mal. -Vas a encontrar a esta jovencita, y la traerás ante mí- le respondió Harrison mientras le lanzaba una carpeta llena de documentos. Jeff la atrapó, y luego se dio cuenta de que no eran documentos. Eran fotos. Y todas de la misma chica que había visto en los carteles. Ella no estaba desaparecida. Ella era una amenaza. Y su trabajo era atraparla. Seguía sin creerlo. -Debería contratar a alguien más capacitado...- susurró Jeff. Ahora sí que estaba impactado. Él de espía no sería bueno. Harrison lo observó unos segundos. -Esta tarde empezará tu entrenamiento, te inyectaremos un chip de rastreo bajo la piel porque tengo planeado que formes una alianza falsa con ella, haz que confíe en ti, y tráemela con vida- sentenció Harrison. Jeff se levantó de la silla y arrastró sus pies lejos de ahí. Observó la primer foto. Y lo que vio en los ojos de la chica le heló la sangre. Le hizo sentir que su mundo se tambaleaba. Quizá era porque la chica era bella. Quizá por la oscuridad que encontró en esos ojos oscuros... O porque Harrison no le había dado su nombre. Hasta ahora solo sabía que la llamaban "Sujeto 97-0A" y que era una asesina despiadada. Jeff en realidad no creyó que le fueran a implantar un chip... No creía nada de eso, hasta que alguien en la sala de informática alzó la voz. -¡La tenemos!-.
Harrison salió armado de su oficina, y tomó a Jeff del brazo. -Necesito que veas a lo que te enfrentas-.

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Harrison había escogido al becario por dos cosas:
1- Era Ingenuo
2- Necesitaba acercarse a ella.
Y Jeff Hudson podría ser la carnada perfecta. Había escuchado los rumores de las mujeres... Y al parecer nadie podía resistirse al encanto de Jeff. En 5 minutos lo había investigado. Sus padres nadaban en una fortuna, y al parecer no le prestaban mucha atención a su hijo... así que si algo salía mal, fácilmente podrían montar la escena de un accidente para Jeff, aunque Harrison estaba seguro de que ella caería. Porque la consideraba estúpida y sentimental al igual que Natalie.

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Erin entró a la cafetería a la que acudía todos los días a almorzar. Ella sabía que era peligroso que la vieran todos los días en el mismo lugar, pero era el único lugar en el que los Hot-Cakes eran condenadamente buenos. Erin se fue a sentar a la última mesa al fondo del local, exactamente al lado de la puerta de servicio. Erin no era paranoica, pero siempre debía andar con cuidado. Abría la carta por mera formalidad, porque siempre pedía Hot-Cakes. Sólo que esa vez, llego la mesera y le dejó el plato frente a ella, junto con una malteada de Chocolate. Ella miró al hombre que atendía el local; usaba lentes redondos, y siempre llevaba el cabello blanco muy bien peinado. Sus ojos eran amistosos, y Erin sabía lo bondadoso que era. Había escuchado que su nombre era Lucas. Y en aquel preciso instante, él estaba sonriéndole con afecto. Erin fingió una sonrisa, y comenzó a comer. No le agradaba que la gente tratara de acercarse a ella. Erin no quería ni necesitaba a nadie. Podía llevarse bien con un par de personas... Pero fuera de eso, era fría. No le gustaban las muestras de afecto. Ayudaba a los niños de la calle porque ella conocía lo que era pasar hambre... Pero fuera de eso, cualquier cosa alegre, o cariñosa, la hartaba y la hacía sentirse enferma. Su padre siempre le dijo que el amor era una debilidad. Y Erin sabía que era cierto. Por culpa del amor que le tenía a su madre... había sufrido. Por suerte siempre tuvo a su padre, quien la entrenó despiadadamente durante cuatro largos años. La enseñó a ser fuerte, a sobrevivir, a asesinar, a espiar, a ser fría y perfeccionista, a controlar sus reacciones, y sentimientos... Y había fallado. Dos veces. Lloró por Josh e Idina, y por aquel niño de la calle. Eso ameritaba un castigo. 200 abdominales, se dijo, mientras terminaba su plato de comida. 300 por todas las calorías que había consumido. Se limpió la boca con la servilleta, y antes de que pudiera pedir la cuenta, la mesera le dejó un postre. Una crepa de fresa con crema pastelera. -Lucas dice que va por cuenta de la casa... Y que los Hot-Cakes y la malteada también- anunció y después se retiró. Erin observó de nuevo a Lucas quién estaba sirviéndole un café a un vagabundo. De pronto él la miró y le sonrió con afecto. Erin negó con la cabeza, un poco apenada. No iba a comerse la crepa. Ya había comido suficiente harina. Y la malteada... Y ya llevaba 300 abdominales, 30 sentadillas, y media hora de boxeo. Dejó el dinero suficiente en la mesa junto con la propina y salió de la cafetería sin mirar atrás. Lucas era una buena persona, y Erin sabía que a las buenas personas les pasaban cosas malas. Y Erin no quería otro amigo. No necesitaba que Lucas sintiera compasión por ella. No necesitaba a nadie. Ella era una criminal despiadada. Algo así como una salvaje, un termino con la.cual la habían descrito cuatro años atrás al escapar del reclusorio... Erin se negó a recordar. Porque recordar la hacía perder concentración. Se ocultó detrás de una pared cuando una patrulla pasó por la calle. Maldijo los cartelones. Caminó sigilosamente hasta el hotel de mala muerte en el cuál había alquilado una habitación. De su mochila sacó su ipod, y al ritmo de Warriors de Imagine Dragons, comenzó con su entrenamiento, al que agregó 40 lagartijas y una hora de ballet.

Después de un baño, Erin se permitió acostarse en la cama. Comenzó a manosear compulsivamente el recado de su padre. Contenía unas coordenadas. Erin suspiró. Tenía trabajo que hacer, y con todos esos cartelones sería algo complicado... Pero no le importaba. Ella iba por venganza.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora