Jeff estaba corriendo en la pista de entrenamiento del FBI. Llevaba cuatro vueltas, y sentía que le faltaba el aire. Se había confiado, pensando que el entrenamiento sería idéntico al que hacía todos los días para mantener su figura como quería, pero no. Aquellos ejercicios eran exhaustivos, sin descanso. Pesas, carreras, trepar por cuerdas, nadar, boxear, incluso una simulación llena de peligros como gas, láser, y otras cosas que solo se veían en películas. Todo lo que hacía y decía estaba siendo monitoreado por dos científicos y tres entrenadores personales que tenían cara de muto hambriento. Los pulmones de Jeff le pedían aire, así que se salió de la pista y se recostó en el área de pasto. Su corazón latía frenético y la luz del sol le lastimaba la piel y los ojos. Estaba ahí, tratando de recuperar la normalidad cuando una sombra le cubrió el sol. -Está muerto, señor Hudson- habló Harrison. Jeff se levantó en seguida, aún sin aire suficiente, y escurriendo sudor. -Necesito... Descansar...- contestó entre cada respiración. Harrison lo miró exasperado. -Ella corre mucho más rápido que tu, ella no se va a detener porque le falte aire. En una persecución, si tu te detienes, eres hombre muerto- lo reprendió con la voz fría como tempano de hielo. Jeff se sentía humillado. No pensaba que su empleo llegaría a ser así. Solo quería bañarse y salir a ligar con alguna chica ingenua. Pero no. Estaba ahí, siendo comparado con una mujer. -Lo siento... Señor... Es mi... Primer día... De...- comenzó a decir, hasta que su jefe lo atajó. -Más tarde lo harás bien,ahora dúchate y vístete. Pide un equipo especial forense, te veo en el auto en una hora- le ordenó. Jeff se quedó de piedra. -¿Equipo forense?- le preguntó, sintiendo un nudo en el estómago. Harrison sonrió. -Benedict fue asesinado, nuestro deber es ir por el cadáver antes de que empiece a descomponerse- anunció. Jeff se tragó el vómito. -¿Alguien murió?- preguntó, esta vez preocupado. No era que le interesara nadie de ahí, porque en realidad odiaba a todos... Pero con una asesina suelta... -Anoche se coló en una fiesta importante. Asesinó a tres personas, y en el proceso se llevó a cincuenta más- comenzó Harrison mientras estudiaba la expresión del rostro del muchacho. -Eso no fue lo peor. Vístete. Hay que ir por el cadáver de Benedict- finalizó y se alejó, aún sonriendo. Jeff se había quedado pálido. En su mente apareció el rostro de la chica. Trató de imaginarla asesinando a 53 personas, y a Benedict. A Benedict. Un hombre influyente, con poder, respeto... Apostaba que Harrison lo iba a llevar a ver los otros tres cadáveres. Comenzó a agradecer el no haber desayunado.
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Jeff estaba muy quieto, observando todo, tratando de visualizar la escena. No había violencia. Solo... Benedict ahí, con las venas abiertas sobre un charco de sangre seca que había absorbido las cobijas y el colchón. Las recepcionistas no habían visto entrar o salir a Benedict. Ni si quiera sabían de su estancia ahí. De no haber sido por el chófer que se había preocupado por Benedict, nadie lo hubiera encontrado hasta después. Harrison daba órdenes a todo un equipo, lo que significaba que ahora él estaba en el lugar de Benedict. Jeff se alejó de ahí hacia el baño. Sentía que iba regresar su cena. Entró y se quedó de piedra. Salió tratando de contener el rubor de sus mejillas y se acercó despacio a Harrison, quien lo miraba, impasible. -Eh... Tal vez quieras saber que hay... Um, ella dejó... Eh...- comenzó sin saber como explicar lo que había visto en el baño. Después de todo, no había sido la primera ni la última vez que veía ropa interior femenina, pero por alguna extraña razón, al ver el brillo de los ojos de su jefe, algo dentro de él tembló. -¿Qué dejó?- le preguntó Harrison. Jeff se revolvió el cabello y llevó sus manos al rostro. -Hay ropa interior de mujer en el baño- susurró. Harrison sonrió y caminó hacia el baño.
Jeff sintió pánico cuando su jefe cerró la puerta del lujoso cuarto. Tragó saliva y se acercó al cadáver que estaba en la cama. Los médicos forenses habían acordonado un área pequeña en donde buscaban algo para la investigación. Benedict estaba completamente vestido, así que eso no explicaba el exótico conjunto de lencería que había encontrado en el suelo. Y lo que era peor, manchado de sangre. Suspiró. Hubiera preferido seguir repartiendo café, sacando copias, y guiñándole a las trabajadoras sociales. En algún momento, salió de la habitación y vagó por los pasillos, mientras evaluaba su vestimenta. Ese posiblemente no había sido su mejor atuendo para aquella ocasión. Unos jeans y una camiseta azul marino no eran apropiado para asistir a una escena del crimen. Ni al caso con el lugar, tampoco. Siguió arrastrando sus pies hasta llegar a una salida de juntas pequeña en donde habían tenido la decencia de poner una máquina expendedora de comida. De su bolsillo sacó un par de dólares y algunas monedas. Observó los distintos pastelillos y tecleó el código. Insertó los billetes y esperó pacientemente a que bajaran... Pero se quedaron ahí, inmóviles, y su estómago hizo un ruido quejumbroso. Jeff suspiró. -No hay comida para ti, estómago estúpido- susurró llevando sus dos manos a su estómago. Moría de hambre. De pronto comenzó a sentirse observado. Los vellos de su nuca se erizaron y giró rápidamente para encontrarse con Harrison. Sonreía de oreja a oreja, posiblemente, estaba muy feliz por el hallazgo aunque Jeff pensaba que no era nada útil la ropa interior. -Buen trabajo, agente. Tendremos los resultados en tres horas, y vamos a ir por ella- le indicó. Jeff se encogió de hombros.
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La Última Jugada
ActieMi padre me dice que esto es un juego de Ajedrez. Que el mundo es el tablero, y que la organización y nosotros somos las piezas. Apuesto a que estoy en el lado blanco, aún cuando mis manos están llenas de sangre. Aún cuando a mis espaldas solo hay m...