Corriendo de nuevo

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Erin estaba de pie cerca de la pequeña mesa de la cocina. Después de llorar un rato por la noche, se había puesto a limpiar todo. El departamento apestaba a blanqueador y a otros productos de limpieza. Había usado guantes, y había sido muy cuidadosa de no dejar una sola huella. Ni un sólo cabello. Recogió la poca ropa que poseía y la guardó en su mochila, al igual que otras pocas pertenencias. Salió de ahí justo cuando los primeros rayos de sol iluminaron la ciudad. Debía moverse rápido a pesar de que los golpes y heridas de la noche le estaban pasando factura. Tenía moretones por las piernas, brazos y uno no muy visible en su pómulo derecho. Además estaba hambrienta y cansada. No había dormido, y no tendría tiempo de hacerlo ahora que Josh e Idina estaban muertos y en manos del FBI. Con mucha suerte tenía cuatro horas para encontrar un lugar para pasar la noche y refugiarse. Tenía que alejarse de ese barrio y sin que nadie la notara. Necesitaba convertirse en una sombra. Ni siquiera podía utilizar un Taxi, o usar el metro. No podía arriesgarse a que alguna cámara pudiera captarla. Comenzó a caminar por la acera agrietada, mientras se despedía del enorme edificio que una vez fue su hogar. Su corazón tembló al recordar que Josh e Idina no volverían a compartir nada con ella. Anduvo por la calles hasta internarse en el centro, que ya comenzaba a llenarse de personas que iban y venían. Se dijo que esta vez encontraría un departamento en el oeste. Porque si antes vivía en el norte, el FBI la buscaría en el sur. Siempre eran así de predecibles. El sol le dio de lleno en el rostro y la deslumbró. Llevaba una sudadera con gorro color gris, así que se ocultó el cabello y el rostro con el gorro y continuó caminando. Necesitaba alimento. Ir a un centro comercial, significaría cámaras de seguridad... Y entonces su mente se iluminó. Conocía un buen lugar para almorzar. Las tripas la estaban matando, pero encontrar un lugar en el cual descansar era primordial. Encontró un bote de basura en donde estaba un periódico usado, pero de ese día. Lo tomó, y comenzó a buscar algo en renta. Había dos en el área oeste. Baratos y en malas condiciones... pero de eso a dormir en un puente... Localizó un parque público y entró a asearse en el baño. Puso seguro a la puerta. Se quitó la sudadera, la blusa manchada de sangre de la noche pasada, y los jeans apestosos a cloro. Se miró en los espejos cochambrosos, y sintió asco. Moretones por todas partes, cicatrices y sangre seca. Tomo algunas toallas de papel y las llenó de agua para limpiarse un poco. La herida de bala que ella misma se había cosido, estaba bajo un vendaje. No estaba tan mal, así que decidió dejarla cicatrizar. Se lavó la cara, y después se vistió. Volvió a usar la sudadera porque sólo el gorro podría ocultarle el rostro. Se cepilló el cabello y se lavó los dientes. No se maquilló porque no tenía caso, y después revisó su dinero. Contaba con 500 dólares. Maldijo en voz alta. Necesitaba un poco más, pero no estaba en posición de conseguir empleo. Salió del baño y comenzó a caminar de nuevo, directo a la dirección del departamento que se había apuntado en el dorso de la mano.

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Harrison sentía la adrenalina fluir por todo su sistema. Los resultado habían arrojado un lugar. Un departamento. Y se encontraba afuera de la puerta, armado y listo, junto con otros 3 agentes muy bien entrenados. Harrison cargó su arma silenciosamente. Iba a darle una sorpresa a la chica. Derribó la puerta y todos se precipitaron dentro, buscándola. Pero el departamento estaba vacío. Vacío y con un terrible olor a cloro. -Señor, al parecer limpió todo...- comenzó uno de sus agentes, y él lo silenció con una mirada. Había sido un tonto al pensar que sería fácil. -Parece que sí, muy bien agente Mont... Saquen su trasero de aquí, y revisen el perímetro. Quizá siga por aquí- ordenó. Y en seguida los agentes salieron de ahí. Harrison contactó a sus dos cachorros, Clarissa y Julian. Les ordenó hackear cada cámara de seguridad en el área sur de la ciudad. Después se paseó por el departamento. Era muy pequeño. Demasiado para tres personas. Había ropa aún. Zapatos de hombre y mujer, cepillos, adornos para el cabello, joyería falsa... Pero todo de los dos cadáveres que ya estaban incinerados. Inspeccionó el suelo, pero al parecer, la chica había sido muy cuidadosa. Soltó un bufido. -Perfeccionista, al igual que Eric... que desperdicio- se quejó. Uno de sus hombres entró, y negó con la cabeza. Harrison salió de ahí. No regresaría a aplastarse detrás de su escritorio... Podría tener bastante tiempo sin hacer trabajo de campo, pero todavía recordaba sus tácticas de caza. Llamó a un equipo delta de operaciones para tener más apoyo. Y colocó a varios espías estratégicamente en la ciudad. De norte a sur, de este a oeste. Había conocido a Eric. Eric habría ido a donde el FBI no. Pero de nueva cuenta, Harrison iba dos pasos adelante... o eso esperaba. Las fotos del sujeto 97-0A ya estaban circulando por todas partes, y los carteles no tardaban en aparecer. Marcada como amenaza potencial, la gente que la reconociera, la denunciaría.

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Erin pateaba distraídamente una piedrita que se había encontrado en el camino, ya casi había llegado a su destino, hasta que encontró una figura agazapada en una esquina. Su corazón se detuvo unos segundos, y muy despacio deshizo el camino que había andado. A pocos metros se encontraba un restaurante de comida rápida. Entró ahí, y se sobresaltó cuando una campanilla anunció su presencia. El establecimiento estaba pintado de un enfermizo color amarillo, y el olor era terrible... pero necesitaba conseguir alimento. La persona que estaba agazapada en la esquina requeriría energía. La atendió un hombre de mediana edad muy obeso. Al parecer el establecimiento era de pollo frito. Pidió una cubeta grande de pollo. El hombre la repasó de abajo hacia arriba, y después desapareció en la cocina. Erin se sacudió la terrible sensación que ese hombre había dejado en ella cuando la había observado. Comenzó a golpear la barra con sus uñas. Estaban largas y un poco filosas. No se veían mal, pero tampoco lo hacía por vanidad. Ella tenía otros motivos para tener siempre las uñas afiladas. Le servían como defensa personal. El tipo le aventó la cubeta de pollo, que al parecer no se veía tan mal. Pagó y salió. La figura aún estaba en la esquina. Erin suspiró, y se acercó muy despacio, temiendo espantar a la pequeña criatura que estaba recostada sobre la acera. Era un niño pequeño. Sacó de su bolsillo 40 dólares, y muy despacio, se acercó a él. -Hola amiguito, ¿Tienes hambre?- preguntó con una voz amistosa. El niño esquelético estaba sucio, y su ropa le cubría muy poco del frío de la mañana. El pequeño negó con la cabeza, aterrado. Y Erin sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Le acercó la cubeta de pollo caliente. -Ten, es para ti... Y esto también...- comentó mientras le daba los 40 dólares. El chiquillo la miró aterrado. -¿Qué debo hacer para merecerlos?- preguntó aterrorizado. Erin quiso llorar. -Nada, te lo prometo... es para que compres más comida, y...- antes de continuar, Erin se sacó la sudadera y se la puso al pequeño. El niño comenzó a llorar y la abrazó con fuerza. -Gracias, señorita- susurró, y después tomó el dinero, la cubeta de pollo, y corrió gritando de emoción. Erin se dio cuenta de que dos niños más se acercaban y compartían la comida. Erin suspiró y se secó una lágrima que había resbalado por su mejilla. Se levantó y se abrazó el cuerpo. Erin siguió caminando, hasta que en un poste de luz encontró pegado un cartelón. Ya la estaban buscando. Maldijo en voz baja mientras leía. Sujeto 97-0A altamente peligrosa, denunciar. Erin se abofeteó mentalmente. Quizá el tipo del pollo ya había hecho la llamada. Se agarró a correr calle arriba, encontró dos callejones y giró varias veces para desaparecer. De su mochila sacó otro suéter y una liga, se recogió el cabello y se alejó de ahí, justo cuando escuchó que varias sirenas sonaban en la lejanía.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora