Jeff acariciaba la piel del hombro de Valerie mientras la escuchaba respirar. Llevaban bastante tiempo abrazados y en silencio. Él aún estaba espantado por lo que acababa de ocurrir. Había mantenido a Valerie despierta porque ir a un hospital no era una opción. -¿Cómo te sientes?- le preguntó. Valerie se removió un poco. Ya no tenía tanto sueño y se le comenzaba a desentumir el cuerpo. -Bien- susurró ella, llevándose una mano a la garganta, que le ardía. Jeff asintió con la cabeza, y la besó en el cabello. -Quiero matarlo, Jeff... Las mentiras...- dijo Valerie, y después él la silenció. -Yo lo haré. Es suficiente. Te ha hecho demasiado demasiado daño. Si lo veo...- comenzó, furioso, y luego sintió que ella sujetaba con fuerza su mano. -Cuando estemos frente a él, le exigiré la verdad de sus labios- contestó. Jeff suspiró, sintiendo una oleada de odio. -No. Lo voy a matar. Puede que sea tu padre, pero te ha tratado como un animal- sentenció. Valerie se separó de él, sintiendo un mareo momentáneo. -Es mi padre. No tienes derecho- dijo con voz amenazadora. Jeff negó con la cabeza y la miró con desesperación. -Déjalo, Valerie. Vayámonos lejos. Deja todo atrás...- le susurró mientras acariciaba su mejilla. Ella suspiró y se estremeció con el contacto. -Dos días. Mañana hay que regresar a Nueva York. Después iré y me plantaré frente a él. Esa fue siempre la misión- le explicó. Jeff dejó caer su mano. -Iremos los dos- le dijo a Valerie. Ella cerró sus ojos. Como si sufriera. Al final, ella acunó su rostro en el hueco que tenía Jeff entre el hombro y su cuello. Aspiró su olor, y asintió. Jeff dejó salir el aire de sus pulmones. -Luego iremos a Europa. Te llevaré a Praga... Te llevaré a donde quieras- susurró él, llenando su mente con ilusiones. Escuchó que Valerie reía. -Cuéntame cómo es Praga...- pidió ella. Jeff la tomó en sus brazos y se levantó del suelo. Caminó hasta el baño y la sentó en la bañera. Comenzó a contarle a Valerie cómo era la ciudad. Le habló de los palacios, de los parques, y de la comida mientras la desvestía y la bañaba. Llegado a un punto, él se quitó la ropa también, y se metió a la bañera con ella.
Valerie se recargó en el pecho de Jeff y de sus ojos cayeron las lágrimas. -Maté a gente inocente- susurró. Sintió como el cuerpo del chico se tensaba, y pensó lo peor. Sin embargo, él la abrazó, y comenzó a besarle el cuello, hasta llegar a sus labios. -Yo también. Y volveré a hacerlo. Lo haré cientos de veces si con eso puedo mantenerte a salvo- le dijo con voz suave.
Valerie sintió un retortijón en el estómago. Ella haría lo mismo por él... Su padre había hecho lo mismo por su otra familia.
Antes de que pudiera seguir pensando, Jeff empezó a contarle una historia. -Cuando era niño, mis padres nunca estaban conmigo. Tenía un castillo como hogar, y nadie que me dijera qué hacer o qué no hacer. Corría por los pasillos, haciendo ruido todo el tiempo, y de vez en cuando rompía los jarrones caros de mi madre. Comía dulces todo el tiempo y reía y bailaba, y ¿sabes algo? Un día, escuché que alguien rompía algo cerca de mi habitación. Cuando me asome encontré a mi padre tirado en el suelo, apestando a alcohol. En el suelo estaba un vaso hecho pedazos y una botella media vacía. Y después de ese día, todo cambió. Mi padre se volvió alcohólico. Cuando estaba en casa corría a encerrarme y me mantenía lejos de todo. Mi madre se preocupaba por mi, y por mi padre... Pero nunca dejó de arreglarse, ni de ir a trabajar. Cuando cumplí quince me regaló un auto. Era azul. Y era lo máximo. Pensé seriamente en casarme con ese auto...- susurró. Valerie sonrió solo un poco. Y después Jeff continuó. -Cenamos sin mi padre, pero para ese entonces ya nos habíamos acostumbrado a su ausencia. Luego salí de casa a conducir un rato, y para cuando regresé... Bueno... Encontré a mi madre en el suelo, en medio de un charco de sangre. Mi padre estaba sentado en el maldito sillón, bebiendo. Llamé a emergencias. A la mañana siguiente el diagnóstico fue que mi madre se quedaría en coma por el resto de su vida. La llevaron a casa y adecuaron su habitación para mantenerla ahí, y yo me quedé a su lado todo el tiempo. Tres días después, mi padre se acercó llorando, y me confesó que la había golpeado. Me dijo que había descubierto que mi madre se veía con otro hombre, y que no había podido superarlo. No culpé a mi madre por hacerlo. Nadie quería estar cerca de un alcohólico como él... Le dije lo que pensaba de él, y le pedí que desconectara a mamá. Ella no merecía esa vida. Y me contestó que no podía hacerlo porque debía guardar las apariencias... Le lancé a la cabeza un jarrón de porcelana de mamá. Corrí hacia mi auto y me alejé a toda velocidad. Por supuesto que no lo hice pensando. En ese momento solo quería desaparecer. Así que vi un muro frente a mi, y pensé "mejor que sea rápido" y me estampé. Desperté una semana después. Vivo. En el hospital. Tuve a los mejores doctores y además mucha suerte, porque en el choque no recibí daños graves. Cuando sané, regresé a casa, sólo para empacar mis cosas. Me despedí de mamá, y le pedí a mi padre dinero para un departamento. Me regaló una de sus casas en Nueva York, y me prometió no volver a molestarme si guardaba el secreto de lo que la había hecho a mi madre. Acepté, y continué con mis estudios, y él continuó enviándome dinero. Mucho dinero. Era rico y ni siquiera trabajaba. Y en algún momento me perdí... No era nadie, Valerie. Comencé a trabajar en el FBI porque compré mi puesto. Dejé a mi madre conectada a una máquina y me olvidé de ella. Me olvidé de todo. Mi vida se resumió en fiestas, chicas y autos. Una vida patética y solitaria. Y entonces tú... Y cuando te vi llorando... cuando te encontré intoxicada... Eres todo lo que me queda- terminó. Valerie se había quedado de piedra. Nunca se imaginó cuanto significaba para Jeff. Su hombre. Se giró cuidando no derrumbar el agua y lo abrazó. Por primera vez en su vida se había quedado sin palabras. Después de un rato, ella decidió también contarle lo que había hecho su padre. El agua de la bañera se había enfriado y el jabón había desaparecido cuando ambos salieron. Se percataron de que la maleta llena de ropa se les había quedado en Londres.
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La Última Jugada
AcciónMi padre me dice que esto es un juego de Ajedrez. Que el mundo es el tablero, y que la organización y nosotros somos las piezas. Apuesto a que estoy en el lado blanco, aún cuando mis manos están llenas de sangre. Aún cuando a mis espaldas solo hay m...