Eric

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El sol apenas estaba saliendo en los bosques helados de Canadá. Eric estaba levantando su pequeño campamento. Ya tenía alimento suficiente y agua. El frío estaba peor que nunca y posiblemente esa noche habría una tormenta. Necesitaba escalar una de las montañas para obtener señal y lograr interceptar alguna línea telefónica del FBI. Ezra no se había comunicado con él y Eric ya pensaba que lo habían arrestado. No sabía si su hija había recibido su mensaje. Ni siquiera sabía si todo había salido de acuerdo al plan. Ezra fue el único amigo que él y Natalie habían tenido cuando todo se había ido al infierno en la organización. Por eso era una especie de mensajero. Eric se acomodó el gorro en la cabeza. El aire gélido congelaba sus orejas. -Vigílala de cerca y avísame todos sus movimientos. Con discreción, como una sombra- le había ordenado. Ezra nunca se quejaba de nada, y lo obedecía como un buen perro faldero. Al menos hasta que un día regresó con una herida terrible en la ceja, y varios moretones en el cuerpo. -Me descubrió. No está feliz contigo- le había avisado. Eric no se preocupó por eso. Estaba seguro de que su hija no haría nada estúpido. La había enseñado bien y cuando solía hacer cosas estúpidas la castigaba para que le quedara muy en claro que eso no era una opción para una fugitiva como ella.

Encendió el radio y ajustó varios botones, levantó la antena y esperó, pero todo lo que escuchó fueron ruidos de intermitencia. Paciencia y tiempo, eso necesitaba. Una maldita señal de su hija, pero no la conseguiría. Hacía cuatro años que no sabía nada de ella más lo que Ezra le contaba, y eso no le ayudaba porque sospechaba que su "amigo" se interesaba más con el físico de su hija que con su desempeño en el trabajo. Suspiró y sacó su rifle de caza. Comenzó a darle un rápido mantenimiento para evitar que se congelara, y después se levantó, recogió las mochilas, se las cargó en la espada y continuó con su camino.

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Jeff llevaba un chaleco antibalas y un arma de bolsillo. Estaba al final de la fila de oficiales armados y agentes federales comandados por Harrison, que iba liderando armado hasta los dientes. Sentía adrenalina. Sólo quería correr por todo el terreno que era el hotel sucio y deplorable en el que estaban. Habían entrevistado a la recepcionista y le habían mostrado una foto del sujeto 97-0A con una especia de peluca rubia... Y sorprendentemente, la mujer cooperó. Harrison ordenó a todos que vigilaran el perímetro. Eligió a tres de sus mejores agentes y se acercaron a la puerta marcada con el numero 890. Harrison sentía que el corazón se le salía del pecho. Tenía su rifle en las manos, y de una patada derribó la puerta.
Jeff supo que algo no pintaba bien cuando escuchó un grito de mujer dentro de la habitación. Harrison sacó del cabello a una de las mucamas que estaba limpiando la habitación. Ella gritaba y lloraba asustada. Rompió su formación y corrió hacia su jefe, quien lanzó a la mujer a la acera. -¡Basta! ¡Hay que seguir moviéndonos!- gritó. Su jefe y otros de los agentes uniformados lo miraron con desaprobación. -¿Disculpa? ¡Aquí las órdenes las doy yo! ¡Regresa a tu lugar de inmediato!- le respondió Harrison con voz severa. Jeff reparó en que era la segunda vez en la mañana en que le gritaban. Esta vez, optó por seguir hablando. -¡Seguro ella no sabe nada! ¡La asesina bien pudo irse hace horas... No se quedaría aquí!-.

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Harrison dudó unos instantes, pero el becario tenía razón. El problema era la humillación al aceptar que había fallado. Le había perdido la pista. Sabía que ella no usaría un taxi o el metro. Le gritó órdenes a todos sus hombres y ellos se retiraron. Observó que Jeff ayudaba a la mucama a levantarse, y luego la tranquilizaba. Se le acercó con la sangre hirviendo y lo tomó del brazo. Lo arrastró a la puerta de la habitación 890 y lo lanzó al suelo. -Encontrarás otra pista que me lleve a ella, o te volaré la cabeza- lo amenazó mientras le apuntaba en la cabeza con su arma.

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Jeff comenzó a sudar miedo. Su jefe le apuntaba con toda la intención de matarlo. Se alejó despacio mientras palpaba como estúpido el suelo, como si así pudiera encontrar una pista. Su cabeza daba vueltas. Estaba aterrado, no quería morir así. Y pensaba que no había salida porque el cuarto estaba completamente aseado. Ni una mota de polvo, ni un solo cabello... Hasta que sintió un borde irregular sobre la alfombra del suelo. Se quedó de piedra, y lo que dijo sonó patético. -No dispares, aquí hay algo-. Su jefe lo apartó con rudeza, y Jeff se levantó del suelo, y se alejó de ahí mientras Harrison se acuclillaba, sacaba una navaja y levantaba la alfombra. El corazón del chico se detuvo cuando su jefe alzó cinco tarjetas de crédito y una identificación. La identificación de Benedict.

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Erin se despertó de golpe con la respiración agitada y el cuerpo adolorido y sudoroso. Ya era tarde, y escuchaba risas de niños afuera de la casita. Trató de controlarse, pero tenía miedo, a pesar de que todo lo que estaba en su mente era el pasado. Los golpes, el dolor, el odio, las carreras, la sangre. Estaban ahí y siempre marcarían su vida. Se levantó con trabajo y sintió que sus músculos seguían entumidos con el frío de sus pesadillas. Se talló los ojos y se llevó todo el maquillaje. Tenia un grito atorado en la garganta, pero aún así lo reprimió. Debía ser fuerte. Bajó por la escalerita y observó un grupo pequeño de niños jugando felizmente. Sus padres los vigilaban. Erin se alejó de ahí aún con la respiración agitada. Necesitaba regresar a su "lugar seguro" y recomponerse. Esa clase de ataques le hacían bajar su guardia, y eso era algo que no podía permitirse. El juego había cambiado.

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Eric lanzó el pequeño radio lleno de furia, y se estrelló en el suelo nevado. Las piezas salieron volando por todas partes. El aire golpeaba su rostro y ya tenía entumecida la nariz. Ezra estaba muerto, al igual que Benedict Whiplash y su objetivo. Su hija había cumplido con sus órdenes. Y había eliminado a su único contacto. Eso si que era un acto terrible de rebeldía. Pero algo peor había sido enterarse de que de nueva cuenta lo estaban buscando. Había interceptado una llamada importante. Comenzarían a organizar equipos que patrullaran los bosques en su búsqueda. Necesitaba moverse. Confiaba en que su hija supiera el siguiente paso. No era estúpida. Él la había torturado con su pasado para que ella no dudara en vengarse. Escuchó un ruido detrás de unos arbustos y apuntó rápidamente con su rifle. Era un zorro pequeño. Se acercó a él, muy despacio, observando el blanco pelaje del animal. Se acuclilló despacio para sujetarlo mientras pensaba en todas las posibles formas de cocinarlo. La carne de seguro estaba dura y tendría un sabor asqueroso... Pero era carne. El animal pareció darse cuenta de sus intenciones porque gruño y comenzó a lanzar zarpazos. Eric cayó de espaldas mientras el zorro trataba de herir su rostro. Él golpeó al animal que salió corriendo. Se levantó y el gorro que llevaba cayó a la nieve. Sintió que salía sangre de una herida en la cabeza. Levantó su rifle de nuevo y le apuntó al zorro que corría para alejarse de él. Eric maldijo al animal y disparó. El animal cayó muerto y la sangre comenzó a teñir la nieve.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora