Escocia

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Valerie llevaba conduciendo ocho horas seguidas. Había visto el gris amanecer, y su cuerpo estaba entumido. Lloviznaba. Pasó por alto los hermosos paisajes que la rodeaban porque solo pensaba en una cosa. Se sentía dentro de un sueño. Mientras más conducía, más le parecía que aquel camino era conocido. Pensó que iba a llorar, pero no lo hizo. A sus ojos no acudían las lágrimas. Sin embargo, sentía una opresión en su pecho. Tomó varios atajos saliéndose de la carretera y entrando a páramos desolados en donde no había camino alguno.
Después de veinte minutos, observó un lago. Y después las montañas. Y frente a ella, su pesadilla.
Había dejado de llover cuando apagó el auto. Observó a Jeff, y lo tomó de la mano, gesto que lo despertó.

Jeff abrió los ojos y observó a Valerie un poco borrosa. Esperó a adaptarse a la luz y después sonrió. Tenía la boca seca. Ella no le devolvió la sonrisa, y Jeff notó que ya no llevaba sangre en el rostro. -Llegamos- anunció, y después se apeó del auto. Jeff la siguió sintiendo que sus huesos eran gelatina.
Se asombró con el paisaje. Y con el silencio. Hasta el aire era silencioso.

Valerie dejó que el aire le diera la bienvenida. El clima era húmedo y fresco. Escocia.
El agua del lago estaba quieta. La capilla descansaba a lo lejos. Los bloques de piedra estaban ennegrecidos y verdosos por la humedad y el musgo que había crecido. Ella sabía que había tres tumbas ahí. Todas vacías, pero cada una de ellas con la misma falsa historia.
Se armó de valor al acercarse a la puerta de su casa.

Jeff observaba todo, atónito. La mansión era algo sacado del tiempo. Las piedras que la sostenían eran antiguas y aún así fuertes. Las ventanas no tenían cortinas, y los vidrios estaban opacos de tanto polvo. Se acercó despacio a Valerie.

Valerie encontró un hueco en las piedras, cerca de la puerta. Metió su mano, y sacó la llave oxidada. Le faltó el aire, y al recuperarlo sonó algo parecido a un sollozo. Sintió que Jeff la tomaba de la mano. Y entonces, ella dudó. -Tengo miedo, Jeff- le dijo en un susurro mientras se aferraba a su mano con fuerza.

Jeff escudriño la silenciosa mansión. -Todo esta bien, Valerie. Estoy contigo- le contestó, mientras le retiraba un mechón de cabello de la cara.

Valerie introdujo la llave en la cerradura y abrió.
La puerta rechinó lentamente mientras ella la empujaba.
Se quedó de pie en el umbral unos segundos, y luego dio un paso adentro.
Sintió un escalofrío. Los muebles seguían en donde mismo, solo que cubiertos con sábanas blancas llenas de polvo. En la chimenea incluso seguía el retrato familiar.
Eric, Natalie, y ella, sonriendo como si fueran la familia más feliz en el mundo. Sintió lástima por todas esas caras sonrientes.

Jeff observó el ambiente frío y desolado. No era algo que pudiera llamar "hogar". Los muebles eran de una excelente calidad; cada lámpara de cristal cortado, cada marco, inclusive cada repisa y cada objeto eran caros. Lujosos. Y se podrían en la soledad y el polvo gris del olvido. Se preguntó acerca de la vida de Valerie en esa casa. Se preguntó si había sido feliz. Seguramente no. Seguramente vivía sola rodeada de todo pero sin amor. Justo como él.

Valerie caminaba con dificultad por la sala. Observaba a través de las ventanas sucias, y se veía a sí misma de niña, correteando con sus padres cuando regresaban de alguna misión.
Observó la chimenea, recordando exactamente el lugar en dónde estaba la palanca para acceder al pasadizo secreto. Se abrazó. Continuó hacia el piano de cola que estaba empolvado. Retiró la sábana blanca, descubriendo las teclas blancas y negras. La miraban. Se burlaban de ella. Del silencio. Y entonces su mirada encontró las escaleras, y comenzó a subirlas, mientras sus pasos levantaban motitas de polvo. Todas las puertas estaban cerradas. Pero ella solo tenía ojos para la del fondo. Se acercó sintiendo como su corazón latía con fuerza. Escuchando gritos y sollozos. Recordando su habitación manchada de sangre, los muebles rotos y su miedo por escapar. Colocó su mano en el pomo de la puerta, y lo giró.
Se recargó en el marco de la puerta y llevó su mano a su boca. Todo estaba limpio. Como si nunca hubiera pasado nada. Cada mueble y objeto en su lugar. Su habitación nunca había sido color rosa. Tenía las paredes color crema, con muebles de madera chocolate. Sábanas y colchas verde militar, con lámparas de cristal. Sin monos de peluche. Sin juguetes. Demasiado seria para una niña, pero de acuerdo a la mujer que era ahora.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora