El juego inicia

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Jeff esperaba sentado en una de las sillas que estaban afuera de una de las muchas oficinas del edificio Hoover del FBI en Washington. No había almorzado nada, y tenía su música a todo volumen. Estaba aburrido, y mucho muy cansado. Sólo quería dormir. Observaba sus tenis de lona, y pensaba que quizá sería bueno escaparse de ahí y regresar a servir café y sacar copias, por lo menos ahí tenía chicas. Ya tenía bastante tiempo que no se divertía con una chica. El entrenamiento le quitaba todo su tiempo. Suspiró. Ya llevaba bastante esperando a Harrison. Se levantó de la silla y se acercó a una mesita en donde tenían galletas, una cafetera y sobrecitos de azúcar. Tomó un vaso desechable, y se sirvió café. Comenzó a ingerir galletas. Sabían muy bien, o quizá tan solo fuera que tenía mucha hambre. Se atragantó con el café cuando Harrison salió acompañado de otro hombre, que sostenía una caja plateada en sus manos. Jeff se limpió las migajas y se quitó los audífonos. Se quedó de pie, mientras observaba que Harrison le sonreía. -Estamos en la fase dos, señor Hudson- le explicó, señalando la cajita plateada. -¿Qué es eso?- preguntó él, esperando no sonar alterado. El hombre con cabello negro y ojos verdes se encogió de hombros. -Un chip rastreador, es demasiado pequeño para que se note, y todos los agentes aquí tienen uno implantado en el antebrazo...- comenzó a explicar. Jeff sintió que la sangre se le congelaba en las venas. -Espere, ¿Un chip rastreador? ¿Para qué demonios...?- comenzó él, pero Harrison lo cortó. -Para seguirles el rastro. Entiende, estarás afuera trabajando con ella, hasta que decida que es un buen momento para apresarla. Tu única misión es seguirla, y reportar todos sus movimientos-. Jeff se revolvió el cabello. -Me va a matar, y todos lo saben. Si pudo con Benedict, ¿por qué no conmigo?- preguntó Jeff, lastimeramente. El tipo de la cajita soltó una carcajada, y Harrison simplemente se cruzó de brazos. -Es una mujer de dieciocho años, eres atractivo... ¡No va a matarte!- exclamó con diversión el hombre de la cajita. Jeff dejó el café en la mesa, consciente, por primera vez de lo que tenía que hacer. No quería enamorarla. Ni siquiera le agradaba. Era una asesina. Una mujer peligrosa. No se imaginaba a su lado, y mucho menos se podía ver pasando información. -Nos vamos a un cubículo, es necesario que ese chip esté implantado ya- ordenó Harrison tomando a Jeff del brazo. A Jeff lo arrastraron hacia un cubículo frío, de color azul marino, en donde había aire acondicionado, una mesa, tres sillas y el logo del FBI. Se sentó en una de las sillas, y observó que el hombre preparaba una inyección. La aguja era demasiado gruesa para su gusto, y el supuesto chip tenía forma circular, y un pequeño foquito azul que prendía y apagaba. -Genial... voy a parpadear en la oscuridad- comentó de manera sarcástica. Harrison se le acercó y sujetó su hombro. Jeff se tensó mucho más y casi se le escapó un grito cuando la aguja perforó su piel.

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Erin se puso su traje negro. Su padre se lo había enviado hacia tiempo con Ezra. Aquella vez en que iniciaron sus verdaderos problemas. Le daba coraje usarlo siempre para sus misiones, pero era útil. Se miró en el espejo, y se maquilló. Se desenredó el cabello mojado por la ducha, y se puso unos jeans, y una sudadera negra con capucha. Tomó su mochila, en donde guardaba sus pocas pertenencias y lo que le quedaba de armas. Conectó sus audífonos al ipod, y salió del hotel. Entregó las llaves y comenzó a caminar hacia la Grand Central Terminal, en donde muy a su pesar, debía tomar un tren para Washington. Tendría que utilizar datos falsos, y además de eso ser sumamente cuidadosa con las cámaras de seguridad. No podía arriesgarse. Mientras caminaba, se sacudía la pesadilla de la noche anterior. Su estómago rugía, y consideró buena idea comprarse un par de bollos de canela y un café en una cafetería colorida. Depositó la basura en uno de los botes y luego entró en la terminal, y fue por su boleto. Dio el nombre de Lana Bates para obtener su tarjeta. Una vez dentro del andén, entró al baño, atrancó la puerta, y quemó su tarjeta. Ya no la iba a necesitar. Salió del baño y esperó a que el tren llegara. Sentía un cosquilleo en la espalda, y trataba de mantenerse alejada de las dos cámaras de seguridad. Cuando las puertas del tren se abrieron, entró y la cámara logró captar su rostro. Erin fue a sentarse cerca de la ventana, y subió sus piernas para que nadie se sentara con ella. Sus botas militares color negro le resultaban incómodas al igual que la ropa extra que traía puesta encima. El calor era sofocante. Sin querer comenzó a mordisquearse las uñas. Estaba un poco nerviosa por su misión. Necesitaba que el tren llegara rápido a Washingon. Sabía que las cámaras la habían captado. Correría con suerte si al llegar a la otra terminal no la estaban esperando. Eso le dio dolor de estómago y quiso regresar su almuerzo. No podría hacerlo si se le aparecía Harrison. Esa era su peor pesadilla. Estar de nuevo sola con él. O peor, estar encerrada sola con él. Aún recordaba la fuerza con la que había volcado la cama para dar con ella. Su mirada. Cerró los ojos y se tragó el vómito. No podía dar marcha atrás. El juego había Iniciado.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora