Tortura

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Jeff estaba en el suelo blanco, sangrando. El contraste de colores le daba escalofríos. Se había defendido hasta el final, y le había dado un golpe mortal a uno de los agentes. Las ordenes de Harrison habían sido claras, y ahora ni siquiera podía levantarse del suelo; lo habían amarrado de las manos con bridas para cable que le quemaban la piel. Estaba a un paso de la inconsciencia, pero tenía miedo de cerrar los ojos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando recordó a Harrison pasarse por su celda.

-Debes permanecer despierto- le dijo, mientras fumaba y dejaba un olor apestoso que lo hacía toser y a la vez morirse de dolor.
-¿En dónde...? ¿En dónde está?- le preguntó. Harrison sonrió y negó con la cabeza. -En una celda muy parecida a esta- respondió. Jeff tosió de nuevo, sintiendo que el cuerpo se le partía en dos. -Si le haces algo...- comenzó, pero quedó silenciado por una patada que le dio su captor. -Le haré muchas cosas, Jeff. Quiero estudiar su cerebro, llevarla al límite. Me tomó mucho tiempo encontrarla. La estudié demasiado que ahora no la quiero matar. O a lo mejor sí... Todo depende de cuanto coopere conmigo-.

Jeff intentó soltarse de sus ataduras sintiendo como se le abría la piel de las muñecas. -¡Valerie!- gritó, aterrado. Harrison se arrodilló a su lado. -¿Qué te hace pensar que puede escucharte? La traicionaste, Jeff... La entregaste en bandeja de plata- se burló. Jeff sintió que las lagrimas corrían por sus mejillas. -Llora lo que quieras... Pero prométeme que guardarás lágrimas para cuando la escuches morir- comentó de nuevo Harrison con voz sádica. -No... no... ¡No! ¡Valerie!-.

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Valerie se cubrió los oídos con sus manos. Estaba alucinando, era obvio. Escuchaba la voz de Jeff llamándola. Sintió nauseas. El miedo y el dolor que sentía la estaban partiendo a la mitad. Imaginó a Jeff con un traje hecho a la medida, sonriendo y a punto de recibir una medalla por su trabajo como espía. Su estómago se retorció de nuevo. Su padre tenía medallas, también. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y la hizo reprimir un grito de dolor. Algo andaba mal. Se dio cuenta de que la voz de Jeff desaparecía de su cabeza. Entonces escuchó que la puerta de su celda comenzaba a abrirse. Sus piernas comenzaron a temblar, pero se obligó a erguirse en la silla.

Harrison entró en la celda, y después selló la puerta con un código de seguridad. Sus ojos viajaron a los de la asesina. Se asombró al ver cierta determinación... Y le alegró encontrarlos rojos de las lágrimas que ella había derramado. Sonrió. -Valerie Shields- comentó, mientras saboreaba su victoria. No le había mentido a Jeff. La dejaría viva solo si cooperaba. Suprimió una risa psicópata, y se acercó a la mesa.

Valerie se quedó estática, tratando de adaptarse a la cercanía de ese cuerpo y ese rostro. Harrison se sentó frente a ella sin decir ninguna palabra. Se limitó a sacar un cuchillo de caza, una pistola pequeña, y un aparato muy parecido a un radio. -¿Quieres empezar?- le preguntó, divertido. Sin embargo, ella se había perdido en ese cuchillo. -Asesinaste a mi padre- susurró. Las imágenes de su madre llenaron su cabeza, y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. -Y a mi madre- soltó, con la voz quebrada. Harrison soltó una risa burlona. -Lo hice... Y eso te molesta, ¿verdad? Me odias, y el sentimiento es mutuo- comentó. Valerie no se había dado cuenta de que sus manos seguían sobre la mesa en puños. Hubiera podido sacarse sangre, pero las personas que la habían aseado se habían encargado de cortar sus uñas para que no pudiera usarlas como arma. Se tragó las lágrimas, y las reemplazó con odio. -No me odias... Si me odiaras, estaría muerta- escupió, mientras le dirigía a Harrison una mirada llena de odio. La tensión era palpable.

Harrison suspiró, y tomó a la asesina de las muñecas. Ella no se movió ni un solo centímetro, y si temblaba era por la furia. -Tu quieres morir, Valerie... Y la mejor manera de torturarte es dejándote vivir- comentó. Valerie negó con la cabeza. -Dime algo, Harrison...- empezó, sintiendo que ese nombre le quemaba la garganta. -Cuando me miras... ¿Piensas en mi madre o en mi padre?- le preguntó. Observó al hombre sonreír con todos sus dientes. -¿Eso importa?- le respondió él. Valerie se irguió un poco más. -No importa lo que hagas... Mi padre me entrenó bien, y tu lo sabes de sobra- comentó, desafiante. Su captor comenzó a acariciar la piel de sus muñecas, palpando cada cicatriz. -Lo sé... Y eso es lo que me fascina. Voy a probar nuevas torturas contigo; serás mi pequeña conejita de laboratorio y algún día vas a quebrarte, Valerie... Te estuve observando. Eres como una taza de porcelana que está rota. Puede que te hayas arreglado con pegamento. Incluso puede que hayas funcionando bien por un tiempo... pero siempre llega un día en el que la taza vuelve a romperse, y el pegamento ya no puede repararla-.

Valerie sonrió, a pesar de todo. Harrison podía lastimarla psicológicamente, pero ella también tenía cartas para jugar. -¿Eso pasó contigo? ¿Mi madre te rompió tantas veces?- preguntó, mientras observaba la furia en la mirada de Harrison. Le soltó las muñecas y se levantó de la silla, dejando las armas a su disposición. -Estabas celoso, y todavía lo estás. Creíste que matándola ibas a descansar, pero te aseguro que la sigues extrañando... ¿Quieres saber por qué? Porque mi padre hizo lo mismo conmigo y a pesar de todo, lo quiero. Y lo seguiré queriendo...-.

Harrison se colocó detrás de Valerie, sintiendo un deseo de asfixiarla con sus propias manos. Había dado en el clavo... Pero él también. Sujetó los hombros de la asesina con fuerza, y comenzó a apretarlos haciendo que los puntos se soltaran.

Valerie se revolvió en la silla, llena de dolor. Podía tomar un arma y terminar con todo, pero aún tenía mucho por decir. -¿Sabes porqué Natalie prefirió a Eric Shields? Porque él no era un cobarde como tú. ¿Sabes porqué mi padre te odiaba? Te odiaba porque eres demasiado altanero... Y no eres ni la mitad de lo que dices...-.

Harrison tomó a Valerie del cabello con fuerza, y lanzó su rostro a la mesa blanca. Se deleitó con sus gritos de dolor.

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Nathan manoseaba compulsivamente el sobre que había sacado del pantalón de Valerie Shields. Estaba en su oficina y el tic tac del reloj le ponía los pelos de punta. Sentía que había cometido un error muy grande. El sobre decía Natalie. Él nunca había conocido a Natalie Shields. Sólo a Eric. Y a Valerie. Y ella estaba encerrada tres pisos debajo de él. Estaba encerrada. Con Harrison. Se levantó de su silla y salió de su oficina, casi corriendo. Se dirigió hacia la sala de seguridad, que estaba vacía. Y esa sala solo se vaciaba cuando el jefe daba la orden. Y las ordenes de esa clase incluían apagar la cámara de seguridad de una celda específica mientras se torturaba a los prisioneros. Era ilegal. Era lo que Charles Whiplash hacía y lo que él odiaba profundamente.

Encendió el monitor de la celda 981 y su corazón se detuvo. Apretó con fuerza el sobre con la carta y salió corriendo hacia los generadores de electricidad. No iba a quedarse sin hacer nada esa vez.

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Jeff escuchó un grito que le heló los huesos. Sabía que era Valerie. Forzó de nueva cuenta sus ataduras y comenzó a gritar desesperado. Estaba muy lejos de ella y no la podía ayudar.
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Valerie se arrastró por el suelo mientras intentaba no pensar en el dolor. Su nariz sangraba y sus ojos estaban cubiertos de lágrimas. Harrison la tomó del tobillo y la arrastró hacia él. -Vas a pagarlo caro, Valerie- la amenazó. Valerie se volteó para poder ver a Harrison. En su mano llevaba el aparato que parecía radio. Presionó un botón y un sonido terrible la dejó paralizada en el suelo. Su corazón iba muy rápido y sentía mucho miedo. Harrison sonrió, y apagó el arma de ondas electromagnéticas.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora