Long and Lost

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Jeff despertó a la mañana siguiente con el cuerpo cortado. Ahora los golpes le dolían un poco más. Un dolor constante que no lo dejaba levantarse de la cama. Temblaba por el frío, y se maldijo mentalmente. Llevaba las cobijas hasta la barbilla, pero simplemente, estaba congelándose. No imaginaba a Valerie durmiendo feliz en la otra habitación. De verdad que no la imaginaba. Se preguntó por ella, ya que el silencio se apoderaba de la mansión. Apenas llevaba un día ahí, y la ausencia de ruido lo estaba volviendo loco. Se levantó con mucho trabajo y se puso los zapatos. Arrastró los pies hasta llegar a la maleta y rebuscó entre la ropa hasta que encontró un suéter más grueso. Se detuvo un momento admirando la ropa de la chica, y recordó su pelea. Las palabras "Eres mi mejor amigo" eran como una bofetada para él. Se dijo que iba a romper la ley del hielo primero, aunque solo fuera para demostrarle a Valerie que no le dolía. Mientras bajaba despacio las escaleras, escudriñó el lugar. No había rastro de ella. Fue a sentarse en el único sofá que estaba limpio, y encontró velas y encendedores sobre la mesita de noche. Suspiró y se levantó, incómodo. Se encontró pensando que tenía el corazón roto. Se burló incluso de su situación. -Veamos... Pasas tres cuartas partes de tu vida rompiendo corazones, plantando a las chicas... Siendo un patán. Y ahora resulta que viene Valerie, te enamoras, y te patea el trasero. Vaya suerte- pensaba con una sonrisa triste en el rostro. En su trayecto hasta la ventana, enderezó un par de sillas que habían caído y algunos objetos de la repisa de la chimenea. Reprimió un escalofrío al ver la foto familiar. El cristal se había partido exactamente dejando a Valerie y a su madre muy alejadas de Eric Shields. Era extraño ver a un asesino como Eric reír. Muy difícil de digerir después de ver todos los informes y fotos de sus crímenes. ¿Y por qué demonios pensaba en el FBI? Sacudió la cabeza, y limpió un poco el cristal de la ventana para observar hacia afuera. El auto seguí ahí. E idiotamente pensó que Valerie seguía allí. Entró a la cocina, y observó la comida fría que descansaba en la mesa. Tomó un pedazo pequeño de carne, y la masticó. Estaba hambriento. No sabía cómo demonios encender la estufa, así que engulló la sopa y la carne frías. Tampoco encontró nada para beber. Puso los ojos en blanco y esperó sentado con la increíble idea de que Valerie sólo entraría en la cocina y se sentaría a su lado. Después de unos segundos, o quizá minutos (le pareció toda una eternidad sin un reloj que marcara el tiempo) se dijo que era estúpido. Que ella ya no estaba. Que se había marchado, sola. Comenzó a sentirse atrapado. Dejó su plato en el fregadero, y encontró varios trastes sucios. Volvió a suspirar, perdiendo la compostura. -¡Valerie! ¿Estás ahí?- preguntó, rompiendo el silencio. Patético, pensó al escuchar su voz tan perdida y necesitada de compañía. Volvió en sus pasos hacia el comedor. En el suelo notó algunas huellas. De él y de la asesina. Trató de seguirlas pero terminaban frente a la chimenea... y justo cuando iba a rendirse, encontró en el suelo, una pequeña gotita de sangre. ¿Qué hacía ahí? Ni idea.
Salió cómo cachorrito espantado de la mansión. La niebla se elevaba y le daba a todo un aspecto aterrador. El lago estaba muy calmado. Ni un maldito pez se asomaba. Sólo una mancha enorme de color gris en el suelo. Observó la capilla a lo lejos, sintiendo un rayito de esperanza en el corazón. El frío le calaba los huesos, y comenzó a frotarse las manos para ver si entraba en calor. -¡Maldita sea, Hudson! ¡Pareces una nenita preocupada por su novio! ¡Dijo amigos! ¡Amigos, maldita sea!- susurró entre dolido e incrédulo. Ser rechazado apestaba en muchos sentidos.
Perdió sentido de todo al alejarse caminando. Se sintió consolado al escuchar sus pisadas entre toda aquella calma. Su cabeza le decía estírate, trata de mover esos músculos, pero su cuerpo le gritaba ¡una mierda! ¡si no es necesario, no te muevas!
Por algún motivo se llevó las manos a su rostro y los golpes ahí presentes le dolieron. No era que le importara ya su apariencia. De hecho, lo único que le importaba era Valerie. Y ese puntito chiquito de sangre en el suelo, lo ponía con los pelos de punta. ¿Y si Harrison había llegado en la noche? ¿Y Charles Whiplash? Y entonces recordó: mientras estaba siendo golpeado había escuchado a Pablo Lagarto hablando por teléfono. -La tengo. ¿Grand Central Hotel? Espérame ahí. Llegaré...-.
Jeff lo sabía. Podía ayudar a Valerie, y sólo tenía que encontrarla. Asesinarían juntos a Charles y desaparecerían juntos. A lo mejor sin Whiplash sería más fácil todo. Más seguro. Irían por Harrison después.
Sus pensamientos volaban en su cabeza, y hasta le pareció escuchar la voz de Valerie cantando el himno de Londres. Se detuvo de golpe, escuchando con atención. ¿Por qué demonios Valerie cantaba el "Dios salve a la reina"? ¿Y en dónde estaba? La voz de la asesina sonaba apagada y débil cómo si estuviera... Enterrada en la tierra. Se agachó sin hacer ruido y se puso de rodillas en la húmeda tierra.
-God save our gracious Queen!
Long live our noble Queen!
God save the Queen!- escuchó. Retiró algunas malezas de la tierra y pegó su oído a la tierra, en dónde pudo escucharla mejor.
-Send her victorious,
Happy and glorious,
Long to reign over us,
God save the Queen-.

La Última JugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora