Jeff estaba tirado en el suelo de la sala de entrenamiento. Le dolía todo el cuerpo, pero al menos había sacado un 7 en el programa. Harrison lo había fulminado con la mirada, sus entrenadores lo habían castigado con más ejercicio... Y él... Bueno, él solo se preguntaba si al final todo el esfuerzo serviría de algo. Se encontraba pensando bastante en Benedict. Si Harrison no le hubiera dicho la verdad, y si él no hubiera encontrado la ropa interior, hubiera jurado que Benedict Whiplash se había suicidado. Eso hacía todo más aterrador. Eso la hacía a ella un poco mas aterradora. Mentía tan bien, que era altamente peligrosa. Sentía punzadas de miedo en el estómago al recordar los cadáveres que había visto en la morgue.
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Eric estaba soportando la tormenta de nieve bajo su casa de campaña. Los vientos parecían querer arrancar la tela, y además el frío era terrible. Había guisado un poco de la carne de zorro, y había almacenado la demás. Esperaba en la oscuridad, cubierto por las escasas mantas que llevaba, y escuchaba la tormenta. Su mente estaba trabajando a toda velocidad, recordando lo que ya estaba hecho y lo que faltaba por hacer. Aún quedaba una larga lista de nombres, pero por desgracia, su hija solo conocía la mitad... Y ya no tenía forma de comunicarse con ella. Pensó que en vez de seguir escondido, sería una buena idea encargarse de ellos. Sonrió. Iba con todo. Su alma le pedía a gritos sangre y venganza.
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Erin no había comido nada, y no quería hacerlo por miedo a vomitar de nueva cuenta. Había intentado ver la televisión, incluso escuchar música, pero había sido inútil. Se había quedado dentro de la bañera pensando y repitiéndose una y otra vez lo que su padre le había dicho durante cuatro años: -Esto es un juego de Ajedrez. El mundo es el tablero, la organización y nosotros, las piezas. Estoy en el lado blanco. Mis manos están llenas de sangre. A mis espaldas solo hay muerte. Soy la reina. Debo terminar el juego-.
Se había apagado tres cerillos en la piel como castigo por sentir miedo. Los músculos del cuerpo le dolían por el ejercicio, el estómago suplicaba por comida, pero su mente se negaba a salir de esa habitación. Sin embargo, al final del día había salido y acudido a un Mc Donald's y había comprado cuatro cajitas felices; dos para un niño abandonado y su hermanita, y dos para ella. Había regresado corriendo al hotel y había comenzado a comer con rapidez. Al terminar, había vaciado su mochila y hecho un inventario. Tenía ropa suficiente. Sus papeles, credenciales y pasaportes falsos aún tenían vigencia. Tenía mucho dinero, pero le faltaban armas. Solo le quedaban un par de pistolas pequeñas, un silenciador, y media caja llena de balas. Las contó y las dividió en dos montoncitos, suficientes como para recargar las dos armas. Las guardó en uno de los cajones y sacó un mapa viejo y arrugado de esos que usan los turistas. Era de Washington D.C. Su siguiente objetivo era infiltrarse en el edificio J. Edgar Hoover del FBI. Necesitaba unos cuantos papeles. Pensaba entrar por un conducto de aire, o hacerse pasar por un guardia de seguridad. No tenía idea de las entradas y salidas del edificio. Ni siquiera estaba segura de lo que buscaba. Simplemente era más de aprender sobre la marcha. Eso había hecho en el Bowery Ballroom y le había funcionado bien. Fue al baño y se cepilló los dientes. Ya era tarde. Se recostó en el frío colchón y cerró los ojos. No estaba dormida. En realidad era muy extraño cuando ella dormía. Los bosques congelados de Canadá le habían enseñado a permanecer alerta a cada segundo. Tampoco había dormido mucho cuando vivía con Josh e Idina. Dormida no podía vengarse, dormida no podía estar alerta, y además cuando dormía, las pesadillas la golpeaban una y otra y otra vez, que en verdad sentía su cuerpo lleno de moretones a la mañana siguiente. Estaba perdida. -Si miro hacía atrás, estoy perdida- se lamentaba a veces. En medio de la oscuridad y el silencio, dio varias vueltas en la cama, hasta que se fastidió y se levantó. Encendió el aire acondicionado que hacía ruidos terribles. Dio un par de vueltas en la habitación, y aseguró la puerta con todos los seguros. Se recostó de nuevo en la cama, y comenzó a hacer ejercicios de respiración.
Ella no quería hacerlo, pero al final, el sueño le ganó, y se durmió.
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La Última Jugada
AksiMi padre me dice que esto es un juego de Ajedrez. Que el mundo es el tablero, y que la organización y nosotros somos las piezas. Apuesto a que estoy en el lado blanco, aún cuando mis manos están llenas de sangre. Aún cuando a mis espaldas solo hay m...