Quizás me he vuelto loca, pero aquel día en donde acompañé a mi hija junto con su institutriz a la abadía, cambió algo dentro de mí.
La señora Deniau llegó esta mañana, aun así me levanté muy temprano y salí del Petit Trianon antes de poder verla. Con ayuda de Jerome me las ingenié para salir del palacio con mi hija, escapando un día más de Versalles, de ver la cara de Augusto.
Tal vez estoy demasiado confundida, pero todos estos días en los que estuve agobiada, en la cama y sintiéndome sin energías, recordé como era mi vida cuando ayudaba en la parroquia Santa Lucía, aquella vida en la que me sentía cómoda.
La sensación que me da este lugar es muy reconfortante, ignorando las ideas que tontamente se me ocurrieron en la capilla, realmente me sentí como en casa, me sentí como si en ese lugar toda mi valía como mujer realmente se viera resaltada, como si la chica llamada Leire resurgiera de las cenizas, como si pudiera ser libre, a pesar de que claramente ser monja no es precisamente una vida de lujos, comodidad o privilegios.
— Su Majestad, es todo un honor recibirla nuevamente.
La abadesa nos recibió en la entrada, en donde, desde que di un paso adelante, sentí una tranquilidad que en ningún lado había percibido.
( — Debo caminar con cuidado y no hacer esfuerzos, no quiero volver a lastimar mis pies)
Me alejo con la abadesa mientras dejo que María Teresa y su institutriz lean juntas un libro a la sombra de un pequeño árbol dentro del jardín.
— Muchas gracias por sus enseñanzas a mi pequeña hija, sé que todas ustedes son estrictas pero cariñosas, en verdad se los agradezco.
— Es todo un honor, hace mucho tiempo que la familia real no confía en nosotras, aun cuando ayudamos a orientar a varias damas de la corte hace mucho tiempo atrás — veo que aunque es una señora bastante mayor, es muy directa en cuanto a sus comentarios. — En verdad gracias a sus generosas manos, hemos ayudado a muchas personas, sobre todo a los huérfanos.
— Mi deber con Francia no es solo de palabras, deseo ayudar a los más necesitados, gracias a todas ustedes por confiar su vida a Dios y ayudar a las personas vulnerables.
No es que no quisiera seguir hablando de lo buenas que son y del trabajo que hacen aquí, porque no lo hago de forma interesada, pero en el fondo he venido también por otras razones... que si pienso detenidamente, es toda una locura.
— Abadesa — hago una pausa, tratando de evitar darle demasiada importancia a mis palabras. — Necesito pedirle un favor.
— Por supuesto su Majestad, dígame y haré lo posible.
— Hay una joven que quisiera venir a ayudar con su misión, cuidando a los niños y jóvenes, es una persona muy ilustrada, hija de nobles, pero por ciertas situaciones le es imposible venir libremente.
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Último acto: Vals #5
أدب الهواةEn ocasiones la historia no suele tener un final, al contrario, el fin puede significar un inminente comienzo. Leire, una chica que constantemente tiene sueños extraños descubre que los hilos del destino que tejió en el pasado pueden tener atado su...