Capitulo 14

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Bianca Benedetti.

Termino de acomodar el ramo de flores en uno de los jarrones de la tumba de mis padres.

—Listo— le digo a Bea, que estaba haciendo lo mismo, en otro jarrón.

Suspiro y me siento en el césped, frente a la tumba de ambos.

En memoria de Caroline y Mauro Benedetti.

Mi hermana se sienta a mi lado, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando los recuerdos de esa noche vienen a mi mente.

—Los extraño— hablo— Me hacen tanta falta, y, a veces, su ausencia me duele tanto que me pregunto ¿Por qué no me mataron a mí también?

—No— dice Beatrice rápidamente— Tú eres todo lo que me queda... Lo único que me mantiene cuerda eres tú— suspira con pesadez— Y mis ganas de hacer justicia— entonces, ella voltea a verme— No vuelvas a decir eso. Ahora solo nos tenemos la una a la otra.

—Y a Ric— suelto.

—Sí... A Ric también.

—Es amable y atento...— hablo sin pensar.

—Lo es...

—Además, siempre nos cuida y apoya.

—Sí... ¿Pasa algo con Ric?

—¿Qué?— giro mi cabeza rápidamente, y ella me mira con diversión— No pasa nada, solo me alegra que esté en nuestras vidas, siento que es un gran apoyo, es decir, es una buena persona y siempre está pendiente de nosotras, y— una risa se le escapa y maldigo al ver cómo me delaté— ¿De qué te ríes?

—¿Te gusta Ric?

—No— digo impasible. Admitir en voz alta que me gusta Ric, sería aceptarlo y hacerlo más real.

—Ajá...— dice con diversión.

—¡Oye! Yo no te molesto con tu tórrido romance con el almirante Bridge— digo a la defensiva.

—¿Estás admitiendo que te gusta Ric?

—No he dicho tal cosa— digo levantándome— Mejor vámonos, tengo muchas tareas del liceo.

Salimos del cementerio sin volver a tocar el tema, y el camino a casa lo hacemos en silencio. Decirle a Beatrice que, en ocasiones, y bajo ciertos ángulos, Ric me puede parecer atractivo, sería una forma de admitir que me gusta, y no es así, solo hay momentos en los que me confunde, pero nada más. Entramos al condominio donde está la casa que era de mis padres. El condominio es uno de los mejores de la ciudad, hace un par de días, la marina nos la devolvió, pues ya no habían más evidencias que recopilar en el lugar.

Franco nos sonríe cuando bajamos del auto, él es el jefe del equipo de seguridad de mi hermana. Es un hombre alto, joven, cabello oscuro y ojos marrones. Considero que ha hecho un buen trabajo, ha sido discreto, precavido, y es prudente. Entramos a la casa, y el olor a Raviolis inunda mis fosas nasales. Entonces, Ric sale de la cocina con un delantal negro, y un tenedor en la mano.

—Volvieron— dice sonriendo.

—Te dije que era buena idea traerlo— digo apresurándome a ver lo que Ric cocinó.

Después de todo, le ofrecimos a Ric que viviera con nosotras un tiempo, y él aceptó, pues dijo que prefería estar cerca por sí pasaba algo, y, honestamente, ambas nos sentimos mejor con su presencia. Almorzamos los Raviolis que cocinó, y después paso la tarde viendo películas con mi hermana en el sofá, mientras le cuento sobre mi vuelta al liceo. Eventualmente anochece, y se va a dormir, pues mañana tiene que ir a trabajar.

Rastros de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora