Capitulo 05

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Alessandro Bridge.

Guardo el informe que realizó la capitán Benedetti entre mis archivos importantes. Realmente ella realizó un buen informe, y creo que me puede servir más adelante para una reunión. La puerta de mi oficina se abre y Diego entra con su habitual cara de majadero.

—¿Por qué estás en la oficina? Se supone que te dieron el día libre...

—Te he dicho que no puedes tutearme en la oficina.

—Perdón— sonríe con sarcasmo— Dígame, almirante Bridge, le dieron el día libre, ¿Por qué sigue honrándonos con su presencia?

Lo ignoro— Necesito que investigues a alguien, Diego.

Me interrumpe— Vice Almirante Montagne, para usted.

—Cállate— lo corto— Quiero que me traigas la hoja de vida de la capitán Benedetti, y toda la información que hay sobre ella en nuestra base de datos. También necesito un reporte a nivel personal, lo más detallado que puedas.

Él frunce el ceño— ¿Por qué estamos investigando a la capitán Benedetti?

—¿Tan difícil es hacer lo que te ordené, sin hacer preguntas?— digo viéndolo mal. Siempre me ha irritado tener que dar explicaciones de lo hago, pero aún cuando Diego sabe eso, no le importa.

Él toma asiento frente a mí— ¿Algún motivo en particular?

—El motivo es "No es de tu incumbencia"— suelto con ironía.

—¡Vamos!— exclama— Si no me los dices a mí, ¿a quién más se los dirás? eres tan insoportable que no tienes más amigos.

—Mámamela, Diego.

—Si me das la oportunidad...— dice levantándose para irse.

—¡Fuera de mi oficina!

Él suelta una carcajada mientras sale. Conozco a Diego desde que tenía 10 años, ambos éramos unos niños con el sueño de convertirnos en marines, claro, yo lo tenía más fácil que él. Diego perdió a la mayor parte de su familia cuando era apenas un bebé. Creció únicamente con su abuelo materno en una condición económica no muy estable, y la única razón por la que nos conocimos, fue porque yo frecuentaba la costa para surfear, y él se sentaba ahí a ver el atardecer cuando no había tenido un buen día, que era casi diario. Desde pequeño era muy parlachín y bromista, y aunque a veces me fastidia, debo admitir que nos complementamos muy bien. Después de varios minutos, unos golpeas en la puerta me distraen de lo que estaba haciendo, y la puerta se vuelve abrir, pero está vez entra mi secretaria.

—El comodoro Mancini le manda esto— dice sonriendo, y dejando la carpeta sobre mi escritorio. Su mirada coqueta no me pasa desapercibida, y por un momento considero repetir lo de la semana pasada para sacar mi estrés, pero ella no es precisamente quién tengo en mente.

Tomo la carpeta sin decir nada, esperando que se vaya, pero no lo hace, así que la vuelvo a ver— ¿Algo más?

—Luce algo estresado almirante, ¿Puedo hacer algo para relajarlo?— dice con fingida inocencia.

Mi mirada baja por su cuerpo, trae puesto un vestido que le llega por encima de las rodillas y se ajusta a su cintura por una faja, haciendo resaltar sus caderas. A pesar de que lo vuelvo a considerar, mi mente vuelve a las curvas de cierta persona con el cabello de color caramelo. La manera en la que el sostén abrazaba sus pechos era embriagadora, y sus glúteos, sus piernas...

—¿Almirante?— Scarlett me trae de vuelta a la realidad.

—Sí— Contesto su pregunta anterior— Puedes hacer tu trabajo, que para eso te pagan.

Rastros de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora