Alessandro Bridge.
Entro de nuevo al edificio, sintiendo la mirada de la señora de recepción, y la de la mayoría de los guardias que están ahí. Siento la rabia recorrer cada vena de mi cuerpo, y maldigo por dentro, mientras llamo el ascensor común.
¡¿Cómo se atreve a dejarme así...?! ¿Quién demonios se cree que es?
El ascensor se abre, y hay dos mujeres dentro, quienes se ruborizan al verme. Ellas salen sin disimular sus miradas hacia mi, y mi torso descubierto. Entro al ascensor escuchando sus cuchicheos, y risas nerviosas. Mi enojo aumenta, pues cualquiera de esas mujeres daría lo que fuera porque siquiera las mirara, y Beatrice tuvo la osadía de dejarme duro.
Salgo del ascensor, y entro a mi apartamento. Mis ojos caen sobre la encimera dónde la tenía gimiendo, y la cólera me inunda de nuevo. Agarro el vaso sobre la encimera, y lo estrello contra la pared, volviéndolo añicos. Entonces, veo un trozo de tela en el suelo. Sus bragas húmedas. Las levanto, y, sin poder evitarlo, termino oliéndolas. La saliva se me arrala. Mi entrepierna protesta, y vuelvo a maldecir.
Consiguió lo que quería, y luego se largó.
La sangre me hierve mientras subo a mi habitación, y entro al baño. No es posible. Fui a buscarla hasta su casa, la traje a mi apartamento, hice de lado su insolencia, y, ¿solo me utiliza para darse placer ella misma? Pero es mi culpa por ser tan imbécil, y querer darme el lujo de comérmela. Debí meterle la polla en cuanto me abrió las piernas, así no seguiría con esta maldita erección.
Me deshago de la ropa que llevo puesta, y me meto a la ducha. Inevitablemente, paso mi mano sobre mi erección, mientras huelo su ropa interior. Estoy cabreado, y muy cachondo. Su actitud solo me fastidia, y no puedo entender como se atrevió a dejarme así. ¿Qué mujer, en su sano juicio, me dejaría duro? Aumento la velocidad de los movimientos de mi mano, y el olor de su prenda me hace acordarme de su sabor, sus gemidos, sus piernas alrededor de mi cuello. Tengo ganas de hacerle lo mismo, excitarla y dejarla guindada sin nada, pero también tengo ganas de follarla tan fuerte que se acuerde de lo mucho que disfruta de mi polla, cada vez que camine.
Acaricio la punta de mi miembro con el pulgar, mientras recuerdo lo bien que se siente estar dentro de ella, cómo sus paredes me aprietan, y su humedad me empapa todo. Maldigo de nuevo, y pienso en detenerme, pero el olor de sus bragas me arrala la saliva, y hace que se me contraigan las bolas. No puedo parar. Sigo moviendo mi mano a lo largo de mi dura longitud. El líquido preseminal comienza a salir, mientras me la imagino abierta sobre la encimera de la cocina, tocándose para mí. Dejo mi imaginación volar, y la veo de espaldas, mientras la follo sobre la encimera. La imagino sobre mi cama, retorciéndose desesperada, mientras le meto mi polla, una y otra vez, y me ruega que no me detenga. La imagino sujetándose con desesperación de las almohadas, de las sábanas, la imagino aruñando mi espalda, mi pecho, mientras gime mi nombre y yo me sacio de su cuerpo.
Entonces, las piernas me tiemblan, mis bolas se me contraen en placer, y me descargo a chorros calientes, que se diluyen con el agua de la regadera. Cuando vuelvo a respirar con normalidad, y el lívido me ha disminuido, los pensamientos se me aclaran, y caigo en cuenta de lo que acabo de hacer.
Mierda. La odio.
Masturbarme pensando en una mujer es, sin duda, la cosa más patética que he hecho.
Cierro la llave con brusquedad, y salgo del baño, completamente enojado. Estoy a punto de vestirme, sin embargo, al ver mi reflejo en el espejo de mi habitación, una idea aparece en mi mente. Tomo mi celular y abro la cámara. Busco un buen ángulo que encuadre mi abdomen mojado, y la "V" marcada. Tomo la foto, y se la mando a la capitán.
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Rastros de Sangre
AksiLas tragedias pueden ocurrir hasta en las mejores familias, y fue lo que le pasó a los Benedetti. Una noche derrumbó a esa familia perfecta, dejando a Beatrice, una capitán de la marina, deshecha, con una hermana que proteger, y un caso que resolver...