Capitulo 35

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Apenas la camioneta se detiene en el hospital, bajo lo más rápido que puedo, y cargo a mi hermana hasta dentro del edificio repleto de personas que nos miran con horror. A penas ingresamos, Diego comienza a gritar que es una emergencia, y rápidamente, un médico aparece. 

—Recibió tres impactos de bala en el torso— le digo— Tiene diecinueve años, su tipo de sangre es B+ y es alérgica al Salbutamol.

En cuestión de segundos, hay tres enfermeros a nuestro alrededor, y aparecen con una camilla, dónde coloco a mi hermana, y ellos comienzan a atenderla. Abren su blusa, buscando la fuente de la hemorragia, y comienzan a llevarla a otro lugar, mientras la conectan a un montón de aparatos para monitorear su pulso, y su respiración.

—Preparen un quirófano...— escucho que dice el médico mientras empuja la camilla.

—Doctor, paciente con ritmo cardiaco no identificable,— avisa una enfermera— presumible en asistolia.

Siento mi corazón caer al suelo, y el miedo me corroe.

—Inicia comprensiones torácicas— veo como tratan de reanimarla— Hay que intubarla, ¡necesito un desfibrilador!

Un enfermero le entrega el desfibrilador, y procede a darle oxígeno con un resucitador manual. No soy capaz de procesar nada más, todo mi mundo se reduce a la persona sobre la camilla, rogando que su corazón vuelva a latir.

—Carga las paletas a doscientos— el hombre presiona las paletas, liberando la primera descarga sobre el pecho de mi hermana.

Por favor, por favor, por favor...

—Nada, todavía— avisa el enfermero. El aire se atora en mi garganta, y la impotencia me abruma.

—Treinta segundos— habla la enfermera.

—Carga a trescientos— el hombre vuelve a liberar otra descarga sobre el cuerpo de mi hermana.

Por favor, Bianca, te lo ruego...

—Cuarenta y dos segundos.

—¿Hay algo?

—Todavía nada.

—Carga a trescientos sesenta— vuelve a ordenar el médico.

El hombre sigue liberando descargas sobre el pecho de mi hermana, mientras el enfermero no deja de suministrarle oxígeno. La escena me congela los huesos, y tengo que abrir la boca para poder respirar cuando el pánico me deja sin aire.

—Todavía nada.

—Carga de nuevo— habla el médico.

—Cincuenta y seis segundos.

—¡Carga de nuevo!

Él presiona las paletas contra el pecho de mi hermana, una vez más.

Por favor, Bianca. Por favor, no me dejes...

Pero nada ocurre. El silencio en el que se sume la sala del hospital hace que los oídos me zumben, y de pronto quiero vomitar. El médico suelta un suspiro pesado, y veo con horror como hace la máquina a un lado, y mira su reloj.

—Hora de muerte 3:05 pm.

El piso se mueve bruscamente. Las palabras me atraviesan, al punto de hacerme tambalear— No.— logro decir— Inténtelo de nuevo— me acerco a él— ¡Inténtelo una vez más!

—De verdad, lo siento mucho.— me responde— Ya no hay nada que podamos hacer.

Una fuerte punzada me atraviesa desde la nuca hasta la frente, el zumbido en los oídos escala y siento mi cabeza doler al punto de creer que explotará. Las voces empiezan a escucharse tan lejanas, y puntos negros comienzan a empañar mi visión, mientras siento como mi cuerpo pierde todo tipo de fuerza, hasta terminar viendo todo negro.

Rastros de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora